Una evocación desde sus inicios pasando por su brillante carrera hasta el presente

Información General 25 de octubre de 2020 Por REDACCION
Mientras se prepara para su “Gran gala por los niños”, el virtuoso bailarín abre las puertas de su casa de Uruguay para una entrevista con Teleshow. Sus inicios en la danza, las lesiones, la posibilidad de ser padre.
Por Tatiana Schapiro


“Cuando estás en una sala de ballet te olvidás de todo”, cuenta Julio Bocca, mientras revive sin reproches el sacrificio que implicó un recorrido que comenzó cuando era un niño y lo terminó consagrando como uno de los mejores del mundo.
El prestigioso bailarín dio sus primeros pasos en la escuela de baile de su madre, y rápidamente -con solo siete años- ingresó en la Escuela Nacional de Danza. Un año después entró al Instituto Superior de Artes del Teatro Colón. “La disciplina que te da la danza es buena para la vida”, reflexiona ahora el número uno del ballet argentino, que a sus 18 años obtuvo el primer premio en el V Concurso Internacional de Ballet de Moscú, el certamen de danza clásica más importante del plante, y que por entonces proyectó su incipiente carrera en otros países.
Hoy instalado en Montevideo, donde dirigió el Ballet Nacional del Sodre, Bocca asegura que disfruta de su rol de maestro: “Cuando se levanta el telón y ves el resultado, es lindo notar cómo ese estudiante incorporó lo que uno le dijo”.
A horas de la Gran Gala por los Niños desde Argentina para el Mundo, el talentoso artista charló con Teleshow y anticipó la tercera edición del espectáculo cultural organizado por Manos en Acción, Fundación Julio Bocca y Patronato de la Infancia, con el fin de reunir fondos para los programas solidarios que brindan alimento, educación, salud y becas a más de 2200 niños en situación vulnerable.
—Eras muy chiquito cuando todo comenzó. ¿En qué momento el juego se convirtió en sacrificio? ¿Costó ese recorrido?
—Uno eligió hacerlo. Entonces, tenés una responsabilidad porque nadie te obligó. Cuando estás haciendo lo que te gusta, pero al mismo tiempo tenés que levantarte a las seis de la mañana, volver a las 11 de la noche, estar en tres escuelas, es un desafío que tenés que ir incorporando. Cuando estás en una sala de ballet aprendiendo danza, que es lo que siempre amé, te olvidás de todo. No te importa ni haber viajado en el tren colgado ni haber corrido en el subte para llegar a la conexión ni quedarte dormido mientras esperás a tu madre para volver a tu casa, en el escritorio de la Escuela Nacional de Danzas. Vas mejorando y al mismo tiempo te vas arriesgando. A los 14 me fui a Venezuela, a los 15 hice mi primer rol como bailarín principal invitado en Río de Janeiro. La danza me ayudó mucho al comienzo porque era mi escudo. Sabía que salía al escenario y me sentía feliz. Después, era toda una novedad tener que pagar cuentas, cocinar, limpiar...
—Has bailado con costillas rotas.
—He bailado con costillas rotas, esguinces de pie, cuarenta grados de fiebre. He hecho locuras que no son recomendables (risas). Era otra época y era mi carrera, la manejaba y lo hacía como tenía ganas. Ahora tenés psicólogos, nutricionistas, kinesiólogos, masajistas, hay toda una estructura detrás que antes no era común. Lo hacías particularmente, pero la compañía no te daba todo eso. Quizás hubiera sido diferente, no lo sé, era algo que necesitaba hacer. Cuando me rompí la costilla estaba en plena función en el Luna Park con la compañía de Boris Eifman. Me había caído para atrás y traté de solucionarlo como si fuera parte de la coreografía, y se saltó la costilla del cartílago. Al día siguiente volví con un dolor e intenté hacer la función. Imposible. Tuve que cancelar dos días. La función se hacía con el elenco ruso y dije: “Tengo que hacerlo”. Lo había hecho en Nueva York y quería que el público en Argentina lo pudiera ver porque era impresionante. La compañía en sí y la historia de ese ballet, la coreografía... ¡Y me largué! Hablé con el coreógrafo, cambiamos algunas cosas, pero hice la función. Dos horas bailando, levantando, saltando, estirando. Y era una adrenalina... Te olvidás de todo. Pero el antes y el después, no te podés imaginar (risas).
—¿Hoy el cuerpo te pasa factura de todo ese esfuerzo?
—(Risas) Sí, pasa. La rodilla izquierda tengo hueso con hueso. Hoy es un día de humedad acá en Uruguay, y me duele horrores. También me molesta el pie derecho. Es parte de todo lo que uno usó el cuerpo y se va sumando la edad. Eso no ayuda mucho, pero está bien, vamos adelante nomás.
—Recién mencionabas la disciplina que exige la danza. Cuando llegó el retiro, ¿pudiste relajarte y disfrutar?
—Al comienzo me costó encontrar un punto medio, pero lo logré. Un año y medio casi sin hacer nada y no tener contacto con nada de la danza, quería desconectarme. Me iba a caminar por la Rambla, me sentaba en un barcito a ver el atardecer tomando una cerveza, hacía lo que tenía ganas de hacer. Si no tenía ganas de salir de la cama no lo hacía; si tenía ganas de ir al cine, iba. La nada total: esa era mi meta. Hasta que llegó un punto que dije: “Me está faltando algo. Tampoco a los 41 años quiero estar así”. Ahí empezaron las master class. Lo primero que hice fue en Checoslovaquia, en Praga. Después, el concurso en Moscú como jurado. Y me enganché de nuevo. Tenía ganas de devolver todo lo que había aprendido durante tantos años trabajando con grandes maestros, coreógrafos y bailarinas. Era una necesidad, y al mismo tiempo decía: “Todavía quiero tener mi lugar, poder seguir ayudando". Un poco egoísta, por un lado, pero dije: “¿Por qué alguien va a tomar mi lugar como maestro que puedo ser o coreógrafo?”. Ahí también me conecté con el ballet de acá.
—¿Hay permitidos que antes no había? ¿Un asado a la noche, un vino?
—Muchos más permitidos. La diferencia está en cómo la cabeza trabajaba en ese momento.
—La culpa.
—Ahora la culpa no está. A no ser que estés trabajando como maestro: tampoco podés llegar con resaca porque no está bueno. Aparte, no funcionás bien, pero hay otra relajación. Un asado a la noche si te encontrás con amigos; sino prefiero al mediodía: a la noche como muy poco. Me gusta dormir más liviano. Dormir sigo durmiendo bien, por suerte.
—No me puedo imaginar a Julio Bocca con resaca.
—Hay muchas historias, pero quedan entrecasa. Siempre cruzo los dedos para que se mantengan ahí, encerraditas. Lo que pasa en Las Vegas queda en Las Vegas.
—¿Extrañás algo de vivir en Argentina?
—No. Las amistades, las reuniones, esas cosas sí. Pero después, no. Estoy muy cómodo acá. También hay grandes amigos. La cuestión de salir a la noche, ya tampoco me da el cuerpo, y no me dan ganas. No es que se extraña: uno va evolucionando, cambiando.
—¿Cómo nos ves? ¿Cómo ves desde allá a la Argentina, que está pasando momentos difíciles?
—El mundo está pasando un momento muy difícil. Hay que ver cómo nos reinventamos en esta situación y qué aprendemos de todo esto. Nos agarró de sorpresa, y lo que más se vio es esa posibilidad y esa unión que hay que tener. Trabajar en conjunto y no dividirse. Esa división no sirve para nada en ninguna parte del mundo. Al contrario. Tenemos que aprender mucho de esto porque no se terminó, es el día a día. No sabés qué va a pasar. Hay que tratar de unir para salir unidos, no por separado. Eso nunca va a funcionar. No funcionó en ninguna parte del mundo.
—Hace poco evaluabas la posibilidad de ser papá. ¿Cómo viene ese proyecto?
—Es algo que hablamos siempre, pero por ahora no. Estamos bien así. Me manejo por sensaciones y es una sensación que está, pero que todavía no explotó.
—¿Te da tranquilidad saber que si explota esa sensación, ese deseo, hay cada vez más posibilidades y formas de concretarlo?
—Las posibilidades son inmensas y está bueno... Los derechos que todo ser humano puede tener ahora. Con todos los cuidados que hay que tener antes de todo un proceso como este, está bueno tener esa tranquilidad y esa libertad. Poder elegir lo que uno quiere como forma de vida, es impagable.
—¿Qué le dice Julio hoy desde Uruguay al Julio que tenía cinco años y vivía en Munro?
—"¡Elegiste bien, nene! (Risas). Hiciste bien los deberes. Buena elección de arriesgarse, de ir por más, de no quedarte cómodo, de absorber toda la sabiduría que tu familia te fue dando. Ayudar, compartir, que los valores siempre estén presentes. El respeto. ¡Bien ahí, Julio!”.
—¿Y al abuelo?
—Al abuelo le diría que se fue muy rápido... “Te fuiste muy rápido. Y gracias”, le diría. Gracias a toda mi familia. Tuve la suerte de tener esa familia que me apoyó desde el comienzo. Me hubiese gustado que mi abuelo hubiera disfrutado mi llegada a Estados Unidos. Hubiera sido muy lindo para él poder verlo. Quizás no me hubiera podido levantar, como lo hacía cuando era niño, en la palma de la mano. Pero hubiera sido lindo que esa palma me diera un fuerte abrazo.
—Ese abuelo ocupó un lugar importantísimo ante la ausencia de un papá.
—Una gran parte. Toda mi familia. Mi madre, mi abuela. Se ocuparon cada uno en su rol y cubrieron necesidades. Cuando uno va creciendo, lo pensás y decís: “¡Pucha, qué suerte!”. Porque no tuve la sensación de que me faltaba un padre. Siempre estoy agradecido a mi familia porque estuvo ahí, en todas. Y cada uno a su forma, íbamos cubriendo lugares.
—No todos tienen el apoyo de una familia o tal vez el contexto socioeconómico para acompañar este tipo de vocación en los niños. A través de la Fundación Julio Bocca también has podido dar oportunidad a un montón de chicos del interior.
—La idea no solo es poder traer a Buenos Aires a esos niños; también se hacen cursos en el interior con maestros de la escuela. Es maravilloso. No es solo en Argentina, a veces vienen de otros países de Latinoamérica. Está bueno que ese niño que tiene una ilusión, un sueño, que quizás cuando es más grande cambia, en ese momento se le dé la posibilidad de estudiar e incentivar a la familia, que vean que uno también puede vivir de esto.
—¿A lo largo de los años alguna de esas historias te emocionó en particular?
—Hay varias. Demis Volpi empezó estudiando con mi madre y después entró en esta fundación. Estuvo en la escuela de Canadá, de ahí se fue a Alemania, fue solista y coreógrafo del Stuttgarter Ballett, y ahora dirige una compañía propia en Rin. Dentro de la gala va a haber un solito con coreografía de él y una bailarina, Simone, que es maravillosa. También hay una chica de una comunidad indígena de Tucumán que estudiaba en YouTube; así aprendió. De ahí la llevaron a la capital y así nos enteramos. Estamos apoyándola para que siga sus sueños. La llevan 160 kilómetros de ida y 160 de vuelta, para que pueda estudiar danza. Tiene mucho talento y unas ganas increíbles. Esas cosas me fascinan, dar posibilidades a la gente que realmente lo lleva adentro.
—La importancia de la familia y el acompañamiento y apoyo a esos niños.
—Lo importante de la familia es que entienda que a veces un niño elige cosas y, dentro de las posibilidades, acompañarlo. También, el niño va cambiando cada dos por tres en cuanto a gustos; hay otros que no. Es lindo tener ese apoyo y que se entienda que es una elección y un trabajo. Uno puede vivir de eso. El arte y la cultura no son un hobby. Estudiar danza o estudiar música es una forma de vida.

REDACCION

Redacción de Diario La Opinión de Rafaela
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