Té del reencuentro guías por 30 años

Información General 16 de mayo de 2015 Por Carina Ortiz
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La Comunidad Guía Nº 1 “San Antonio de Padua” lleva a cabo hoy el denominado té del reencuentro guía, de 15:30 a 18:00 en el salón parroquial. Estaremos celebrando los 30 años de las ceremonias de las promesas guías formuladas por primera vez en Rafaela. No olvidar llevar taza, cuchara y lapicera.
Lo haremos junto a todas las guías que han pasado por nuestra comunidad, dejando su huella a través de estas 3 décadas, formando parte importante de esta gran familia, quienes fueron invitadas de manera muy especial. Compartiremos una amena jornada donde, además de deleitarnos con una rica merienda, habrá bingo y sorpresas.
Agradecemos a quienes han dicho presente en este evento, adquiriendo su tarjeta, apoyándonos en este importante proyecto, especialmente aquellas primera guías que se atrevieron a soñar y que hoy son las protagonistas de este festejo en una sucesión infinita de nombres, haciendo posible que este hermoso movimiento siga creciendo en nuestra ciudad. Además no sólo por lo que significa reencontrarse con “viejas amigas guías” luego de décadas, y de este modo recordar juntas muchas experiencias compartidas por aquellos años de campamentos, caminatas, mística, y lo más importante para nosotras, la promesa, que es lo que nos hace “ser guías” por el resto de nuestra vida, sino que además lo recaudado será a beneficio del fondo de capacitación de nuestras guiadoras, para que de esta manera la comunidad pueda funcionar, en donde muchas veces se hace necesario tener que viajar para poder realizar dichos cursos.
Reseña: la primera pregunta por aquella época fue querés entrar en “el gran juego”. Era mucha responsabilidad por asumir, dedicar tiempo y capacitarse. Entonces nos pusimos en contacto con Santa Fe, donde funcionaba el consejo del cual íbamos a depender, nos relata Graciela Mendoza de Rubiolo, primera coordinadora de nuestra comunidad. Teníamos tres guiadoras, aún adolescentes, que tenían edad para ser guías mayores; Liliana Gaggiano, Graciela Lucero y Lorena Mesadri, ellas venían trabajando y jugando con las niñas que habían tomado su primera comunión ese año en la parroquia y algunas anteriormente, pero persistían en nuestro ámbito. Era 1984, en diciembre ese año no tuvimos vacaciones, nos reuníamos todos los sábados al igual que los scouts, con los que compartíamos actividades. Ellos, nos permitían estar en su izamiento y en el arrío de la bandera nacional y su estandarte, pero nosotras, esperábamos ansiosas el momento de saber algo de las “guías” que hasta ese entonces, solo conocíamos que usaban el uniforme que era blusa blanca y falda azul. Hasta que finalmente nos llegaron los manuales y muchos papeles con instrucciones. Por esos días, los scouts, con los que luego conformaríamos la hermandad como lo es hasta el momento, nos invitaron a ir con ellos a un acantonamiento de los lobatos y al campamento de los scouts en Susana, como grupo en formación. ¡Qué felicidad sería el bautismo de fuego! ¡Qué experiencia comenzaríamos a vivir! Fue convivir el día entero juntas, levantarnos para el izamiento de la bandera del que ahora participábamos y compartir todas las comidas en la gran carpa “comedor”. Las actividades las hacíamos por nuestra cuenta; aprendimos y fuimos entendiendo lo que significaba ser grupo, seisena, patrulla y guiadoras. La importancia del uniforme, de divertimos, de ser leales. De lo que era “la ley guía”, las insignias y lo más importante, a lo que nos comprometeríamos. No faltábamos nunca y trabajamos todas para tener es uniforme que nos identificara. Teníamos un fondo común y una modista que nos iba preparando la confección. Nunca importó quien participaba más o quien no podía colaborar, éramos “una”. Y llegó el día tan esperado y soñado por todas, el 4 de de abril de 1985. El día de la formulación de las primeras “promesas guías”, las cuales serían muy significativas, porque serían las primeras que ocurrieran aquí en nuestra ciudad. Habíamos practicado formaciones, hecho nudos y cada una había pensado que es lo que iba a presentar en el altar como ofrenda al “gran jefe”. Porque ese era el símbolo de lo que queríamos lograr en nuestra vida en el guidismo, de lo que creceríamos como cristianas al servicio. Fue hermoso ver crecer a las pequeñas guiadoras, alitas y caravanas, por saber lo que prometerían y lo que querían ser de ese día en adelante. La insignia y la bandera nos indicaba que nuestro norte era Cristo, a El pedíamos que nos acompañe a ser mejores y a caminar por su senda. Era tan grande la emoción del momento que hasta el sol tibio de otoño nos acompañó.

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