Desarrollar el primer proyecto de trabajo*

La Palabra 05 de diciembre de 2020 Por None
por Elena Werner - vestuarista de ópera (Gante, Bélgica)
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archivo Elena Werner Palacio Dhane Steenhuyse Gante: Prendas confeccionadas por Elena Werner destacadas en un museo

Siempre consideré como mi primer proyecto de trabajo mi colaboración como asistente de cátedra en unas de las materias de proyección de diseño de la UBA. Era quizás nada sumamente importante mi desempeño como docente, sin siquiera estar inscripta ni ser paga, pero supongo que era parte del reconocimiento de todos mis docentes y la directora de la carrera con los que siempre tuve una relación muy cordial y amena, hasta el día de hoy. Por esos momentos, todos mis colegas sabían que me iría a Bélgica, y a la espera de autorización para dar mi última materia libre, pude esos seis meses antes de irme a mediados de año concentrarme en la docencia y prepararme para el examen final y práctico de moldería. 

Pensar en cruzar el océano. Cuándo, dónde, por qué    

Por qué Gante, supongo que hasta el día de hoy me lo sigo preguntando. ¿Por qué me quedé en esta ciudad medieval? Tiré el ancla de mi arca por allá en mil novecientos noventa y siete cuando vine por primera vez de vacaciones de verano a visitar amigos de mis padres, que me habían invitado para conocer Bélgica y parte de Europa. Todo era una aventura en sí, magia, sin fin de posibilidades y meta en sí. La decisión se fue forjando durante el transcurso de toda mi carrera de diseño de indumentaria. Indumentaria era en realidad una excusa, o el primer escalón para perseguir un sueño que era el de hacer vestuario teatral. 

Sentirse o no incluida en un país diferente

Creo que ser extranjera fue a su vez una ventaja, a veces, y una limitación, otras. No puedo decir con certeza que me haya beneficiado o no. Al venir de una familia de inmigrantes alemanes e italianos, supongo que fluye mucha sangre europea por mis venas y me adapté con facilidad a la sociedad, no así al invierno gris y oscuro. Que, estos últimos años, está cambiando con el clima, y es más soleado de lo que recuerdo de los primeros meses en Bélgica que me pasaba marcando días fríos y nublados en mi calendario. 

Cómo obtener el primer trabajo en una sociedad que habla otro idioma

Creo que fue una combinación de curiosidad, asertividad y valentía, buena voluntad y suerte al mismo tiempo. En aquellos momentos en los que yo llegaba a Gante y estudiaba a la vez, holandés en la universidad y diseño en la academia de bellas artes, se organizaba lo que se llama ‘días de puertas abiertas’, una costumbre y evento anual donde edificios históricos abren sus puertas para el público en general para brindar una visita guiada a archivos, departamentos y talleres. Recuerdo todavía estar en la hilera derechita que hacía la gente para entrar en la ópera, callada, esperando en el peristilo de la entrada, entre las columnas de la Opera de Flandes. Por supuesto, no tiene la inmensidad ni omnipotencia que tiene el Teatro Colón, pero es una de las tres casas de ópera de Bélgica. Había ido sola. No conocía a nadie. Había una exposición del departamento de vestuario y en un momento de tranquilidad donde encontré sola a una de las empleadas del taller, le hablé de mi pasión por el vestuario y me recomendó enviar una carta a la dirección del teatro si era que estaba interesada en trabajar en la ópera, porque estaban a la búsqueda de alguien para la costura. Y así fue, unos meses después me llamaron. Y trabajé como aprendiz bajo el ala de una jefa alemana muy estricta a la que le agradezco enormemente la paciencia al verme escribir cada palabra nueva en español, holandés e inglés para no olvidarlas: alfiletero, botón, hilo, plancha, etcétera, etcétera. Así fui construyendo el vocabulario necesario que me exigían ya que era una mezcla entre alemán, inglés y holandés el que me hablaban por aquellos primeros meses de Katya Kavanova, Los cuentos de Hoffmann, El amor de las tres naranjas, Hansel y Gretel. Quizás sea una de las anécdotas que quedaron de aquellos primeros tiempos por mi paso por la ópera. 

De qué manera desarrolla su actividad un vestuarista

Ser vestuarista tiene varios destinos, ya sea teatro, danza, ballet, ópera o cine. Los eventos y televisión también forman parte del campo de trabajo. No hay un camino estipulado de antemano. Yo he pisado unos cuantos, tanteando terreno, pero donde más cómoda me he sentido fue con danza contemporánea y trabajando en el diseño de vestuario para ópera, donde estuve involucrada estos últimos diez años. Uno trabaja con un equipo de diseño, coreógrafos o directores de escena, diseñadores de escenografía y luces, técnicos maquinistas, productores artísticos, maquilladores, peinadores, cantantes, bailarines, músicos y dramaturgos. Es un mundo complejo lleno de bemoles y muy cooperativo. Uno aprende en la marcha, durante el proceso, que es bastante largo y consume una gran parte de tu vida; y cada proyecto es distinto, tiene otro sabor a lágrimas y sudor, y matices que van desde alegrías, descubrimientos, pruebas, errores y muchas satisfacciones, por supuesto.

Logros obtenidos 

Creo que hubo unos cuantos momentos supremos de esos que parecen que uno toca el cielo con las manos. Uno de ellos fue trabajar como jefa de moldería para la serie ‘The White Queen’ de la BBC, donde hice los moldes de vestidos medievales de las hermanas de la reina y de lo cual me siento sumamente orgullosa. Otro fue participar de la exposición de Yohji Yamamoto en el Museo de la Moda de Amberes con uno de mis vestidos. Después llegar a firmar los diseños de las óperas Los pescadores de perlas y Così fan tutte para la Opera de Holanda. Hace un poco más de un año fui convocada por la ciudad de Gante para hacer una copia del traje de un cuadro del conde D’Hane Steenhuyse y hacer el vestuario de principios del siglo XIX de la familia del aristócrata para la apertura del recientemente renovado palacete. Diseñar el vestuario de estilo imperio inspirado en un baile organizado en honor a Napoleón y que forma parte de la instalación permanente del majestuoso palacio ha sido todo un orgullo. Recientemente, ver pasar mi nombre en la pantalla grande del Festival de Cine a fines de octubre, durante la proyección de una película belga Howling, para la cual he trabajado el año pasado como asistente de vestuario ha sido una emoción enorme. 

Pero tal vez no todo sea color de rosa…

No, no todo es color de rosa. Y el coronavirus, parece ser rosa, pero es de un negro profundo e infinito como agujero negro. Ha sido la peor catástrofe para el sector cultural y las artes escénicas de los últimos veinte años. Más que una crisis financiera o los recortes de subsidios estatales. La completa cancelación de todas las actividades de danza, teatro, cinematografía y de la lírica ha derramado lágrimas de frustración y angustia en todo el mundo. Con idas y venidas, aperturas y cierres de teatros en toda Europa. Sin saber hasta cuándo. 

*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Elena Werner

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