Lenguaje inclusivo: ¿sí o no?*

La Palabra 22 de febrero de 2020 Por None

Todo lo que implique inclusión debe ser recibido con beneplácito, ya sea en un gesto, en una actitud o en una palabra. Por eso, es imprescindible sembrar en el niño, desde pequeño, la semilla de la igualdad y que desde temprana edad comience a tratar como iguales a la niña, a la persona obesa, a la que es negra, a quien es homosexual, a la persona que usa anteojos, a quien tiene capacidades diferentes, a la persona de rasgos orientales, a quien no ve, a quien padece de tartamudez, dislexia o autismo… de esa manera, estaremos formando ciudadanos íntegros que podrán convivir con sus ‘iguales’, sin ningún tipo de discriminación. Y el lenguaje no debe estar excluido de esa inclusión, pero debemos tener cuidado en la forma en que se instrumenta esa inclusión. Para nadie es novedad que la RAE (Real Academia Española) -Corporación integrada por 23 Academias de habla hispana que recoge los usos de cada país- a lo largo de su rica historia ha marcado una tendencia machista, seguramente porque el mundo fue siempre machista y, para algunos, sigue siéndolo. Y van algunos ejemplos: En el sur de Italia, es muy común que una de las formas de saludo sea Buona fortuna e figlimaschi (Buena suerte e hijos varones); en algunos países de Africa, todavía les seccionan el clítoris a las niñas, al nacer; en Turquía, las mujeres no pueden llevar faldas cortas o shorts y algunos lugares que expenden bebidas alcohólicas son atacados; en ciertas naciones árabes, cuando alguien se entera del embarazo de la esposa de un familiar o de un conocido, circula una frase de mal gusto que consiste en preguntar ¿Qué es… un varón o un aborto? Eso no fue hace siglos, es hoy en día.                                                                           Pero, a no preocuparse mujeres árabes: el gobierno de Arabia Saudita acaba de autorizarlas a obtener su pasaporte y… ¡a viajar, sin tener que pedir permiso al marido o al tutor! Todo un logro.                                                                                La propia RAE en sus diccionarios durante muchos siglos ha fomentado esa discriminación (no con tanta crudeza, por suerte), manteniendo definiciones que marcaban diferencias que hoy en día se objetan. Basta recorrer las páginas del DLE (Diccionario de la Lengua Española) para encontrar definiciones en las que prevalece notoriamente el género masculino sobre el femenino (Alto, ta es una prueba de ello pues se supone que alfabéticamente alta precede a alto), algo que se repite en muchos adjetivos y sustantivos.                                                                                                                                      Otra norma de concordancia establece que el masculino prevalece sobre el femenino, en caso de la presencia de sustantivos de ambos géneros (En el salón, había hombres y mujeres convocados por correo). Pero, en los últimos tiempos la RAE obviamente ha recapacitado y comenzó a reconocer en la mujer méritos y logros que antes ignoraba. De esa forma, empezó a incluir en sus diccionarios todas las formas femeninas de los cargos y funciones que la mujer desempeña, así nacieron diputada, senadora, consejera, edila, etcétera y otras formas como lideresa y consulesa, además de términos que no representan cargos o funciones, como peatona (no incluimos presidenta porque el vocablo figura en el Diccionario desde 1803). Asimismo, introdujo reformas en otros términos que contenían en sus definiciones conceptos ofensivos hacia la mujer: en la palabra fácil, en su 5ª acepción, decía “Mujer que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales”, en la que mujer fue reemplazado por persona. Hace poco tiempo, un grupo de personas feministas que luchan por la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer (algo en lo que estamos todos de acuerdo) comenzó a utilizar un lenguaje muy particular cuya intención es más que loable, pero afecta las estructuras lingüísticas de una rica lengua como la nuestra. Y fue así como primero intentaron reemplazar la machista letra o por la figura de la @ (arroba), un signo que no es lingüístico y que era usado en expresiones del tipo de Día del Niñ@, expresión que no puede pronunciarse adecuadamente porque la contracción del queda sin respetar la concordancia. Luego, intentaron hacerlo con la letra x, que tampoco tiene fonación y se repetía el mismo caso de la @: ¿cómo pronunciarla en la palabra Niñxs? O sea, con la @, la x, la e y el * pretenden reemplazar la a y la o. La última innovación con la letra e, en reemplazo de la machista o da origen a palabras como nosotres, diputades y la desagradable todes que, para ellos, equivale a todos y todas.                                                                                                  ¿Pueden admitirse esos usos en algún caso? La RAE se ha manifestado en contra de esta práctica en varias oportunidades con el argumento de que son usos innecesarios y ajenos a la Morfología española. Lamentablemente, no son pocas las agrupaciones docentes que se dirigen a sus propios afiliados a través de sus comunicados utilizando esta forma; también se advierte en la redacción de carteles y pancartas en las manifestaciones públicas, en las que se está expresando una inquietud, un parecer, pero de ahí, a tratar de imponer su uso como una norma hay un largo trecho. Todo esto, sin mencionar los trastornos que causaría en las escuelas donde deberían reformar programas y contenidos en las áreas correspondientes.                                                                                  Curiosamente, a estas personas -docentes, en su mayoría- no se les ocurrió, todavía al menos, incluir en el pedido la enseñanza del sistema de escritura Braille o el lenguaje de señas. Eso sería un verdadero gesto de inclusión. En 2018, el gobierno de España pidió a la RAE que redactara una constitución con lenguaje inclusivo, pero ésta se negó aduciendo que la forma en que estaba escrita contemplaba perfectamente la inclusión de ambos géneros. Curiosamente, el gobierno español solo le pedía que en lugar de ministros, magistrados, consejeros, etcétera pusieran ministros y ministras, magistrados y magistradas, consejeros y consejeras, etcétera. La respuesta fue ‘no’.                                    Algo que quizá no entiendan quienes están a favor de este tipo de lenguaje es que cuando un hombre dice nosotros, todos, algunos, no está dejando afuera deliberadamente a la mujer; está aplicando lo que se llama Masculino Genérico o Gramatical, respondiendo a una vieja estructura gramatical. Por otra parte, y aun suponiendo que este lenguaje progresara, ¿saben ustedes cuánto tiempo pasa para que una palabra sufra cambios? Los romanos usaban hac hora, para decir lo que en la época del Cid Campeador (siglo XIII) era agora y para nosotros es ahora (y seguramente, algún día será ara, como cuando hoy decimos ¡ara vas a ver!, ara te llamo). ¡¡Y ese proceso llevó siglos!! Convengamos en que, con la globalización, esos cambios se pueden llegar a producir en menos tiempo, pero de ninguna manera de un día para otro y menos, tratando de imponerlo.                                                                                                                           Parece mentira que todavía estemos discutiendo si la mujer debe recibir la misma remuneración que el hombre por tareas similares. No habría ni siquiera que dudarlo; es un derecho natural e inobjetable; esa es una señal verdadera de inclusión, no tratar de reemplazar letras.                                                                        Por último, ¡qué buen español hablaríamos todos si pusiéramos este mismo celo y empeño en corregir las barbaridades idiomáticas que se escuchan a diario!

*Del libro “Palabros de moda” del profesor Esteban Giménez, Gram Editora, 2019

 

 

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