Sensaciones y sentimientos

Sociales 04 de abril de 2024 Por Redacción
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18 sensaciones

PARA FIORENTINO UN TANGO TRISTE

Por Hugo Borgna

Fiorentino tiene algo de la historia que dio sabor agridulce al tango.
Si no es un poco triste, el tango no es tango. Le falta esa esencia de sueño no realizado.
Se llamó Francisco Fiorentino para el canto y para la vida. Se lo puede asimilar a la emblemática orquesta de Troilo: grabó con él Los mareados.
En un espacio donde cantan las estrellas, fue lo que se puede definir ahora como nova. Por lo breve de su iluminación, por las características de su vida y, principalmente, por el fin de ella.
Se lo ubica entre los grandes, pero por lo general fue estribillista, esa curiosidad discriminatoria que padecieron los cantores en los años 40 y hasta 50: la parte cantada no se consideraba importante, y se escuchaba a los cantores en pocos versos, generalmente en la mitad de la ejecutada por instrumentos. No eran los cantores, como luego lo fueron, figura central de la orquesta.
Fiorentino nació en San Telmo el 11 de setiembre de 1905. Su canto le permitió ser estribillista de las orquestas de Juan Carlos Cobián, Francisco Canaro, Juan D’Arienzo y Pedro Maffia, hasta que hizo su decisivo contacto con Aníbal Troilo. Él, como otros, conformó una dupla inolvidable junto a Pichuco. Nadie imaginó lo que llegaría a ser en esa orquesta tan tango. Tampoco podrían haber pronosticado ese final a nivel de absurdo.
En julio de 1937 debutó como cantor de Troilo. Se desvinculó en 1944.
Cuando formó su propia orquesta, el director y arreglista fue Astor Piazzolla, quien ya mostraba entonces propuestas renovadoras. Grabó 22 temas, pero no obtuvo el éxito que esperaba, por lo que reemplazó ¡al director!
A esta altura del texto, bien pueden los atentos y sensibles lectores extraer una conclusión fácil, aunque no grata: el ambiente de tango en esos años no estaba preparado para reconocer a Piazzolla, como intérprete y autor de la música de la ciudad.
Por el lado de Francisco Fiorentino, con ese cambio acentuó la personalidad que lo ubicaría como voz emblemática de una época habitada por expresivos cantores y orquestas de personalidades destacadas que las hicieron históricas.
Vivir y morir no pasan por merecer o no.
En cuanto a Fiorentino, no mereció pasar por esa absurda y hasta ridícula situación. Pero una cosa es sentir y otra aceptar las realidades. Que nunca renuncian a decir la última palabra.
Fue declinando artísticamente su carrera. Se conoce que pasó por las orquestas de José Basso y de Alberto Mancione y que, en 1951, en Uruguay con los músicos José Puglia y Edgardo Pedroza hizo sus tres últimas grabaciones.
En 1955, antes de viajar a Mendoza, comentó a un amigo que tenía “un laburo que, si se me hace, es lo mejor que me podría pasar: el gordo Pichuco me va a hacer grabar con el cuarteto Troilo-Grela ¿No es una maravilla?”
Habían actuado en la localidad mendocina de Rivadavia. En lugar de ir por la ruta nacional 7, tomaron un camino de ripio. Volcaron al cruzar un puente del dique Tiburcio Benegas, sobre el río Tunuyán, de poca profundidad en esa época. La parte en que viajaba Fiorentino quedó cubierta por el agua de una pequeña fosa cenagosa de poca profundidad y apenas unos centímetros. Fiorentino perdió el conocimiento por el golpe. Quedó con el rostro semisumergido.
Se ahogaron su vida, su canto y el futuro soñado de maravilla.
No la supervivencia en la historia.

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