Por Fernando Solari
Toda actividad legal encontrará empresas dispuestas a invertir
para alcanzar el máximo posible de desarrollo integral; tanto del
negocio, como de la empresa y los grupos relacionados con ella.
Ningún empresario sería tan insensato como para llevar adelante
un plan de negocios que no tenga en cuenta a todos aquellos que
están relacionados con la actividad que ha decidido llevar a cabo
y mucho menos con cuestiones que se sepa de antemano que van a ser
rechazadas por la comunidad.
La planificación es vital como punto de partida para cualquier
iniciativa empresarial; luego, la vida continúa.
Hace mucho más de 50 años un visionario decidió poner los silos
y la planta de producción en su pueblo natal analizando con
precisión, y previendo con destreza inusual el futuro, para
ubicarlos en un sitio estratégicamente insuperable.
A una distancia prudente del pueblo como para que nadie tuviera
al desplazamiento como excusa que impida sumarse al emprendimiento.
Frente a la estación de tren de la localidad vecina para que
las cargas -y los posteriores desplazamientos- fueran simples,
económicos; sumando eficiencia a la empresa.
Visión, dedicación, esfuerzo, talento, cuidado de los detalles
fueron en gran medida los ingredientes que llevaron a la empresa a
crecer hasta llegar a superar la media docena de plantas en todo
el país.
Distribución propia y crecimiento fronteras afuera son
algunas de las razones suficientes como para que el orgullo crezca
tanto como la empresa y la sensación de haber hecho las cosas bien
desde el principio se refleje en la realidad.
Hoy, el crecimiento -en buena medida impulsado por el mismo
emprendimiento- sitúa al silo y la planta en medio del pueblo.
Nadie decidió relocalizarlos; simplemente el crecimiento del
pueblo los dejó en medio del progreso. Así es como termina rodeado
de vecinos entre los que se encuentra una escuelita con muchos
niños de la localidad.
A la magia del progreso, al encanto del crecimiento le salen
algunas pecas que incomodan a los nuevos vecinos. Las plantas
hacen ruido, generan una dinámica que se disfruta como el
movimiento de una orquesta que ejecuta la sinfonía que deleita a
quienes están vinculados con la empresa y perturba a quienes
prefieren otra música o el silencio.
Sucede que -alguna vez- se puede filtrar algo de cascarilla en
el tránsito del silo a la planta y en la escuelita vecina los
chicos reaccionan con una alergia que inquieta a sus padres.
Enterada del malestar la empresa decide visitar la escuelita
sin olvidar llevar regalos y presentes; productos, merchandising y
todo lo que les encanta a los chicos.
Respuesta simpática con alegría de compromiso hasta que al
episodio único se le ocurre repetirse y ya no hay voluntarios para
la convocatoria de selección de quién visitará a la escuelita con
regalos.
Algo increíble acaba de ocurrir; son los "nuevos" vecinos
quienes no quieren tener como vecino a quien fue -en alguna
medida- el artífice del desarrollo que les permitió llegar hasta
donde los llevó el crecimiento del pueblo.
Una situación que podría parecer hasta insolente -en algún
punto y dependiendo de dónde se la mire- pero que es más habitual
de lo que parece.
La vida suele llevarse puestos los planes mejor diseñados y
nadie puede reclamar que se respeten sus privilegios cuando la
realidad ha cambiado. Lo que era cierto en un momento puede dejar
de serlo en el instante siguiente porque las relatividades son
dinámicas.
Los logros hay que validarlos y adaptarlos a las circunstancias
siguiendo su dinámica.
En el ejemplo, real aunque levemente modificado porque el valor
no está en el protagonista sino en su capacidad de poner en
evidencia un modelo que se repite, hay dos puntos centrales.
Cuando la realidad cambia es la empresa la que se adecua a
ella. Nunca el entorno, especialmente si se trata de la comunidad.
Es la empresa la que tiene que desprenderse del anclaje emocional
y hacer lo necesario para relocalizar la planta poniendo su
talento y creatividad en hacer de la mudanza una acción de valor
empresaria y comunitaria de alta sinergia.
En segundo lugar, los intentos por transformar los episodios en
simpáticos eventos solo generarán una distancia que predispondrá
cada vez de peor forma a los nuevos vecinos que tienen derecho a
reclamar que no haya una planta lindera con sus hogares y las
escuelas donde van sus hijos.
Si algo hace la RSE es tejer las relaciones entre empresa y
comunidad; tejido que se conforma con hilos de razón y nudos de
emoción donde, si las emociones que genera la empresa son
negativas los nudos se desatan precipitando las cosas sin chance
de contención.
Los vecinos no reclaman regalos, aspiran a una vida mejor y esa
es una de las posibilidades que permite prever el diálogo del que
se nutre la RSE y mantener la relación en armonía aplicando las
herramientas de gestión que maneja.
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