Carta de Lectores Por: REDACCION 28 de junio de 2021

Carta de lectores

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¿Qué les hemos hecho? La educación que daña

Sr. Director:

No falta mucho para que nos preguntemos qué le hemos hecho a la infancia durante la pandemia. Activa y pasivamente todos los niños han sufrido un daño, un perjuicio educativo y humano. Pasivamente por haber sido los grandes olvidados en todas las decisiones políticas frente al cuidado contra el coronavirus: como el daño es incalculable, se subestima. Activamente porque los niños fueron sometidos a prácticas educativas inadecuadas para su edad, en tiempos, forma, frecuencia e intensidad. Los vicios adquiridos y las virtudes no adquiridas tienen consecuencias inimaginables. El ser humano es un animal de costumbre, se habitúa a todo lo que hace reiteradas veces, y éste hábito pasa a ser -según Aristóteles- una segunda naturaleza. Eso significa que los hábitos se instalan en cada uno con huellas indelebles y pasan a ser parte de nuestro ser, por la fuerza que ejercen en todas las predisposiciones con las que encaramos la vida. Todo hábito se puede calificar éticamente como virtuoso o vicioso acorde a un criterio: si nos otorga o nos quita libertad. La educación consiste en esto: educar un niño es darle las herramientas para ampliar su libertad, habituarlo a prácticas sanas que le conservan la capacidad de adquirir bienes presentes o futuros.
Desde marzo de 2020 los niños comenzaron a adquirir hábitos nuevos como resultado del confinamiento, como era de esperar; pero la sociedad los aceptó simplemente por ser “inevitables”. El ejemplo paradigmático es la incursión acrítica en la tecnología. Es cierto que el uso de la tecnología devino inevitable, necesario, y en su correcto uso, bueno. Pero el correcto uso de la tecnología pasó a segundo plano ante las avasalladoras necesidades que impusieron las circunstancias. No es malo que los niños aprendan a usar la tecnología, pero la tecnología es una herramienta, y como toda herramienta puede ser bien o mal utilizada.
La tecnología da acceso a hábitos que crean dependencia fuerte, y por lo tanto reducen la libertad. Youtube da acceso a videos no aptos para la infancia, se da acceso a lugares donde los adultos –luego de un juicio– podemos decidir no entrar; un juicio que los niños no están listos aún para hacer. Un niño de 3 años no tiene la facultad de emitir un juicio de si puede o no cruzar la calle, porque no calcula la velocidad de los vehículos que circulan, a su debida edad no solo aprenderá, sino que tendrá que hacerlo. El mismo niño, si a los 15 años no adquirió esa facultad, está en problemas. Con la tecnología sucede algo similar pero la novedad pandémica nos dejó a los adultos sin la capacidad de juicio. Muchas veces sucede que los adultos no sabemos si algo nos hace bien o mal, podemos arriesgarnos, pero no deberíamos arriesgar a los niños: ser indiferentes a la repercusión de lo incierto en ellos es una irresponsabilidad.
Es mundialmente conocido que los creadores de los grandes sistemas informáticos no han permitido el uso de dispositivos digitales a sus hijos hasta avanzada la adolescencia. Se puede suponer que ellos tuvieron una mejor posibilidad de calcular los efectos que producen sus propias creaciones. Hoy en Netflix hay un documental llamado “El dilema de las redes sociales” en el cual ingenieros informáticos que han trabajado en la creación de las redes sociales más utilizadas (Facebook, Instagram, Wathsapp, entre otras) cuentan que han renunciado a dichos trabajos al darse cuenta de la dependencia que estaban intencionalmente generando: una manipulación explícita con la intención de crear un vicio lo más arraigado posible. Estas aplicaciones están al alcance de los niños, e incluso el sistema educativo de hoy se arriesga a incorporarlas desde la más temprana edad. Repito que las herramientas pueden ser bien utilizadas, pero hay incluso herramientas que requieren una madurez avanzada para su correcto uso.
Hoy en día niños que no tienen edad de manipular un cuchillo están obligados por nuestro sistema educativo a utilizar las mencionadas redes sociales para comunicarse con sus docentes, a pasar horas frente a la pantalla en videollamadas y reuniones virtuales, promoviendo en ellos la disposición a la hiperconectividad, exponiendo sus ojos sin mesura a pantallas, desoyendo una sana psicopedagogía, asentando costumbres nefastas y altamente perjudiciales.
¿Existe algún profesional de la infancia, pediatra, psicólogo infantil, neurólogo, que recomiende esta educación virtual? ¿Quién controla el tiempo adecuado para la virtualidad? ¿Quién restringe el acceso a contenidos inadecuados? ¿Alguien en esta sociedad cree que es conveniente que un niño acceda, por ejemplo, a la pornografía? ¿El gobierno supone que todo niño está acompañado por uno de sus padres mientras se “educa” virtualmente? Se equivoca, muy pocos pueden hacerlo.
El sistema necesita justificarse, y arrasa con lo “inevitable”, mientras la masa “humana” se lo permite.

Alejandro Bonet 
DNI 35.221.476
Rafaela