La economía argentina atraviesa uno de sus momentos más complejos. Chocolate por la noticia me dirán, desde que soy pequeño que escucho esto. Sin embargo, cada momento tiene elementos diferentes a considerar y además debemos hacer negocios hoy, o simplemente vivir en estas condiciones.
Al analizar la actualidad económica, nos encontramos con signos que invitan tanto al optimismo cauteloso como también a la preocupación y acá está la sabiduría de no volvernos fanáticos optimistas ni, por otro lado, fatalistas. Las capas sociales están sometidas a una transformación que asombra, el ajuste fue tanto sobre las familias, como sobre las unidades de producción que llamamos empresas. Ambas, familias y empresas, llevaron adelante estrategias de ajuste que se ven en todos los niveles, se recorta el consumo, se opta por segundas y terceras marcas y las empresas se ven obligadas a replantear sus estructuras de costos.
Antes y durante un par de décadas, la inflación obligaba a adelantar el consumo y el stock de productos, mercaderías y bienes terminados. Así como la alta velocidad de circulación de los pesos hacía preferible comprar a cualquier precio que quedarse con los billetes. La estrategia era, siempre stock de productos, a cualquier costo, que lo que percibimos caro hoy será barato mañana. Esto cambió rotundamente en este 2024 y quien no entienda los nuevos tiempos, sufrirá las consecuencias.
Pero este nuevo contexto plantea una pregunta ineludible y cruel, si la economía real no logra reactivarse, ¿qué sucederá con el empleo en empresas que apenas pueden mantener sus balances en equilibrio? Tengan presente que cada vez que se aplica la motosierra y se festeja que se achican los costos del Estado, tiene su contracara en la sociedad. Aun cuando el gasto que se aniquila es el de un “ñoqui” y es justamente eliminado, por el otro lado hay un ingreso que desaparece y que se repartía entre el kiosco de la esquina, la despensa y el lavadero de autos que utilizaba ese deshonesto empleado. De la misma forma, con el aumento de tarifas y justa eliminación de subsidios, hubo un corrimiento de recursos de las familias, que antes por ejemplo pagaban absurdas boletas de servicios públicos, pero que no miraban los costos de los productos de primera necesidad y realizaban consumos de esparcimiento con habitualidad.
Sin embargo, aún existe un margen para la esperanza. Las ganas de salir adelante muestran una paciencia colectiva, que obviamente no será eterna, pero permite esperanzarnos en el sentido de que se sabe que se va por el camino correcto. En el horizonte aparecen señales de recuperación, como la leve mejora en el salario real, producto principalmente de la baja de la inflación que beneficia a quienes mantienen el empleo, y también por la mejora al acceso al crédito, por la necesidad de los bancos de prestar y la ampliación de depósitos producto del blanqueo de capitales. Los últimos datos de CAME que reflejan una mejora interanual del 2,9% de las ventas minoristas en octubre y la suba de operaciones en el marco del Cyber Monday de esta semana también configuran un escenario positivo.
Este año, la economía se contraerá un 3.5% gracias al impulso del sector agropecuario. Sin eso la caída sería del doble. Algunos negocios específicos, de los que tenemos poco en nuestra zona, como la energía, minería y negocios digitales, despegaron fuertemente, mientras que muchas áreas como la construcción, el comercio y la industria, que además son grandes generadores de empleo, se encuentran en una enorme recesión.
A medida que se acerca el fin de este 2024, evaluamos que se logró un descenso notable de la inflación, casi inesperado al inicio del año. Si las tasas de inflación y de devaluación del dólar mayorista se estabilizan alrededor del 2% mensual, los argentinos podremos volver a experimentar la estabilidad que perdimos en 2001.
Pero el futuro, el 2025 en particular, exigirá nuevas estrategias para cada uno de nosotros, debemos ver nuestra estructura de precios y de costos, la inflación ya no licuará nuestros errores y tendremos que tomar las riendas. Ya no servirá de nada culpar a la macroeconomía ya que no aparecerá el viejo papá Estado a salvarme. El sistema económico se reinició y posee reglas de juego distintas y veloces que cambian la realidad de manera abrupta y la pregunta que resuena es: ¿hacia dónde vamos? ¿O cómo será la economía que viene?
Nos encontramos en una situación donde ver con anticipación lo que está por venir no es sencillo. Algunos creen firmemente en que esta vez será diferente; otros, más escépticos, sostienen que “esto termina mal”. Estas visiones dicotómicas reflejan la tensión entre una economía macro que muestra signos de mejora y una microeconomía donde los hogares y pequeñas empresas siguen en problemas. Los primeros, optimistas, ven oportunidades en el regreso del crédito y en el potencial de sectores como la energía y el agro; los segundos, realistas, miran con preocupación la pérdida de poder adquisitivo y el impacto del ajuste en los niveles de empleo. Ambos tienen razón en el corto plazo.
La complejidad económica actual requiere análisis profundo que considere los matices, riesgos y oportunidades sin caer en posturas extremas. Es imperativo que el país y cada uno de nosotros en nuestros negocios, empleos y ocupaciones, no perdamos de vista el contexto, los matices y la capacidad de discernir entre lo importante y el ruido.
Los desafíos del 2025 serán únicos, y el éxito dependerá de cómo podamos equilibrar el impulso de sus sectores más productivos con las necesidades urgentes de la población. Estar listos para venderles bienes y servicios o ir a trabajar a aquellos sectores que liderarán el impulso de crecimiento será la clave de la economía que se viene.
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