Por José Calero
Por
encima de los 18 pesos el dólar adquirió un protagonismo indeseado
en la campaña electoral, para preocupación de los arquitectos
políticos de Cambiemos, que ya tenían bastante con el regreso de
una Cristina Fernández ´aggiornada´ para tratar de captar a la
clase media.
El presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger,
acostumbrado a la prolijidad de los power points y las hojas de
cálculo, se le podrían quemar los papeles si los mercados
consolidan su decisión de compensar el retraso cambiario antes de
las elecciones primarias.
Los nubarrones se dibujan en el horizonte del oficialismo, que
pareció subestimar la capacidad de daño que Cristina mantiene para
los mercados.
La mayor pesadilla del establishment parece ser el retorno de
la ex presidenta al gobierno, convencidos de que su tercer mandato
podría envolver a la Argentina en forma definitiva en escenas de
"chavismo explícito" y llevar al país a una economía cerrada.
El mercado no olvida que asesores de Cristina la habían
convencido de que el país podía realmente "Vivir con lo nuestro",
reduciendo al máximo las importaciones y peleándose con el resto
del mundo.
Para ello hicieron falta el cepo cambiario, las limitaciones
para operar en el mercado de divisas y el filtro de las compras al
exterior a través de las Declaraciones Juradas de Importación, las
temibles DJAIS, que no hicieron más que llevar a niveles
estratosféricos los nichos de corrupción en la Aduana.
En el oficialismo hay molestia con Sturzenegger: consideran
que se le escapó la tortuga en el peor momento con el manejo del
dólar, y que ingenuamente creyó que se podía dejar librado a la
oferta y la demanda la cotización de la divisa ante la proximidad
de las elecciones.
"Esto es Argentina, con el dólar no se jode en las elecciones",
dijo un macrista de paladar negro que se siente lejos de "Sturze".
Algo parecido había afirmado el fallecido ex presidente Néstor
Kirchner, quien tenía un olfato especial sobre los fundamentos que
movían el amperímetro de los argentinos.
Los arquitectos de la campaña electoral oficialista se
preguntan qué sentido tiene no salir a cortar de raíz los intentos
de devaluación si se tienen las reservas más que suficientes en el
Banco Central.
Sturzenegger no dio respuesta a eso todavía, y su explicación
de que deja actuar a las fuerzas del mercado en libertad es
temeraria para una Argentina acostumbrada a fluctuaciones bruscas
del mercado y disparadas inflacionarias de distintos calibre.
No es el único reproche que llega desde la Casa Rosada al BCRA:
aunque traten de disimularlo, es evidente que la suba del dólar ya
pegó en los precios, y no sólo en la canasta básica.
Electrodomésticos y autos no pueden escapar a la presión que
ejerce la cotización de la divisa norteamericana, y eso ya se nota
en la calle. ¿Lo reflejará el relevamiento de un INDEC que busca
mejorar su credibilidad?
Las principales espadas políticas de Cambiemos ya advirtieron
que la escalada del dólar es inflacionaria y puede terminar de
sepultar las chances de ganarle a Cristina en la estratégica
provincia de Buenos Aires.
Como el "costo país" en su momento, la disparada del dólar
afecta a los oficialismos y tiene capacidad demoledora ante
cualquier intento de mostrar noticias positivas.
El problema para el gobierno es que mientras no puede
capitalizar el incipiente crecimiento, la devaluación le puede
volar por el aire los planes de exhibir una economía en
recuperación.
Cuesta creerlo, pero décadas de devaluaciones periódicas
parecen no haberle hecho aprender a la clase política que era
cierto nomás, con el dólar no se jode.
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