Por REDACCIÓN
Por Hugo Borgna
Lo dijo claramente Rubén Deicas, y con doble fundamento. En sus sonoros 72 años de edad y su especializada convivencia con la música de Los Palmeras, dijo respecto de la cumbia que no hay distintos tipos, y que es siempre la misma por más que algunas sean identificadas como distintas. Lo dijo cuando se señalaba una notoria diferenciación y se la distinguió “cumbia santafesina”.
Con esto se abre ahora una serie de informaciones que hará exclamar con entusiasmo “chirirí, chirirí” y sin que sepamos, como entonces -en el tiempo en que escuchábamos a Coco Barcala- a qué hacían referencia.
Nuevamente vienen a la memoria las emblemáticas tertulias de Independiente. “Santander de Batunga” era irresistible y de puro origen colombiano, cantada por Coco Barcala. Un ritmo saltarín y feliz con el que el simpático cumbiambero declaraba a los puntos cardinales “llegó mi compañera a Santander de Batunga, la quiero solamente pa’ bailar la cumbia”. Aunque no le creyéramos (o precisamente porque no le creíamos) lo declaraba sonriendo, según vimos posteriormente en los videos respectivos de Google, que “no quiero yo besarla no quiero pellizcarla, la quiero solamente pa’ bailar la cumbia”, rematado con “no quiero yo apretarla, no quiero enamorarla, la quiero solamente pa’ bailar la cumbia”. En esa parte del canto aparecía, mediante un coro, la expresión “chirirí chirirí”, que configuraba definitivamente la naturaleza exclusiva del baile. Los músimemoriosos recuerdan que era parte del baile un movimiento de piernas, un saltito hacia adelante: era el momento en que se pronunciaba la referida invocación a la felicidad “saltada”.
(Hubo un curioso momento musical. Un chamamé festivo (“El desparramo”) daba cuenta de que un correntino de puro sapukai, en una bailanta en Buenos Aires armó una trifulca mayúscula con unos jóvenes que, bailando cumbia, emitían esa interjección tan poco pertinente. El desparramo, en términos reales, fue una pelea de respetable tamaño (“hice un desparramo flor y flor”) con los conversos bailarines que terminó, como es lógico suponer, en una comisaría.)
Unas décadas atrás, posiblemente más de cuatro, la televisión nuestra hacía un homenaje a la calidad; en capítulos unitarios con actores de primer nivel como Ulises Dumont, mostraba historias que bien podrían haber ocurrido. En una de ellas, un bailarín de edad indeterminada concurría a un local para deslizarse con la cumbia -al modo porteño pero verdaderamente cumbia, la de Coco Barcala- en ritmo y, si bien en un comienzo la acompañante se sentía complacida por ser elegida como pareja de bailarín exigente, luego aceptó con paciencia y finalmente apeló a la impaciencia: le dio a entender que era bueno perfeccionarse en la técnica de baile, pero mejor era atender a los sentimientos; el vínculo del baile era algo ocasional, y ella era una mujer sensible que sufría.
No vamos a entrar en detalles, pero la relación floreció en pareja. Quedó para la anécdota, solo informativa, que Santander de Batunga es un lugar del norte de Colombia.
Todo vuelve en algún momento a su inicio. Coco Barcala homenajeó de palabra a Los Wawancó y al Cuarteto Imperial, reconociéndolos como auténticos precursores y difusores en nuestra América hablante. Dentro de las diferenciaciones que unen, Heli Toro Alvarez, del Cuarteto Imperial, defendió el uso del acordeón como instrumento base, porque “así se toca en mi tierra”.
La cumbia es parte de ese acompañamiento invisible, que no vive de la precisión de etiquetas, y se especializa en abrir generosas ventanas.
Como las de La Delio Valdez, que moviliza, hace cantar y bailar como sólo ella.
Y, de verdad, tratándose de grupos orquestales, no es decir poca cosa.