Por Redacción
EL ROBOT DE VALLE DE BRAVO
L.A. de 59 años de edad, taxista en los últimos 20 años, nunca se imaginó que un viaje en helicóptero cambiaría su vida.
- ¡En helicóptero!- repitió ante su familia.
Cuando le comunicaron la noticia, tenía un día y medio internado en el Hospital General de Valle de Bravo, y por supuesto, nunca había viajado en ese medio de transporte. Ahora le comunicaban que tenía un viaje por delante, para salvar su vida.
L.A. era diabético desde hacía 10 años y, como suele suceder, no cumplía con todos sus controles y su dieta, aunque sí tomaba sus medicinas religiosamente. Lo que siempre le resultó muy difícil, prácticamente imposible, fue abandonar el cigarro. A escondidas, prestados, a la carrera, pero siempre lograba fumar hasta 10 por día, aunque por supuesto, no en el interior del auto.
El día de inicio de la mayor aventura de su vida comenzó con un malestar en la boca del estómago. Era un ardor, una opresión, pero diferente a la molestia de otras ocasiones, la de varios meses atrás. Esta vez también notó una sudoración fría en todo el cuerpo, que pronto empezó a resbalar por su frente y lo obligó a detener el vehículo. Esto era más que la acidez que se aliviaba con esas pastillas blancas que le dio el vecino. Decidió consultar.
En la sala de Urgencias identificaron rápidamente el problema; tenía un infarto en evolución, localizado en la cara inferior del corazón, la cara diafragmática. Afortunadamente, en el Hospital de Valle de Bravo disponían del medicamento necesario, un trombolítico, una sustancia que disuelve coágulos, los que estaban ocluyendo su circulación coronaria y generando el infarto.
Cuatro horas después de haber percibido el dolor, L.A. se sentía curado. No tenía la más mínima molestia, estaba tranquilo y bien atendido por enfermeras solícitas. Tenía cables que iban desde su pecho hasta un monitor que incansablemente mostraba números que él no entendía, pero que parecían ser adecuados.
Entonces le dieron la mala noticia. Tenía un riesgo alto de reinfartar, era imprescindible realizar una angiografía coronaria, con la posibilidad de colocarle un stent, un dispositivo que impide la reoclusión. Sólo que ese estudio no podía efectuarse en Valle de Bravo, tenía que ir a México, pero en la ambulancia terrestre era impracticable; el tiempo de traslado era demasiado, había que conseguir el helicóptero.
La conexión audiovisual fue decisiva. A través de las cámaras del robot ubicado en la terapia intensiva del hospital de Valle de Bravo los médicos en México pudieron ver directamente los electrocardiogramas de L.A. y se programó la angiografía en el primer turno de la mañana.
L.A. voló. Y fue sometido al estudio indicado; tenía ocluida la arteria coronaria derecha, la posibilidad de arritmias mortales por esa causa era superior al 70%. En la actualidad hace una vida normal y por el susto, dejó de fumar.
TEXTUAL: "Pobrecito mi cigarro,/ un día te han de culpar,/ cuando al corazón cansado/ se detenga su tic tac". Atahualpa Yupanqui.
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