Por REDACCIÓN
Por Hugo Borgna
Don Camilo, con entendible deseo de descargar una tensión, aplicó un puntapié a su sombrero, el que fue a entrar a un confesionario que en ese momento estaba vacío. “Gol”, dijo la voz que partió de una imagen de Jesucristo…
Para que se entienda bien qué había pasado, habrá que decir que no es totalmente cierto y menos probado que Jesús haya hablado con Don Camilo y…
Mejor empezar por el comienzo. “Don Camilo” es una exitosa novela de Giovanni Guareschi que llegó al cine en 1952, con el emblemático actor francés Fernandel como Don Camilo. El personaje es un cura de una pequeña localidad, de sobradas energías morales y, sobre todo, físicas. Es parte del título de la novela la expresión “Un mundo pequeño”, ya que Giovanni Guareschi pretendió sintetizar, en ese demostrativo pueblo, las tendencias que dominaban el mundo, donde por una parte era la Iglesia, representada por el cura Camilo y, por la otra, el comunismo, mediante Pepone, el alcalde que era, como es fácil deducirlo, también tosco y de físico respetable.
Transcurría la novela en 1952. El mundo no estaba tan duramente conflictuado y el panorama era, básicamente, la convivencia entre lo prudente y lo inconveniente -por no decir el bien y el mal, calificaciones que Guareschi elude con elegancia- y muestra en la novela que, cuando se trata de ayudar a alguien de la comunidad allí están los dos, unidos en la colaboración.
Toscos y con abundante fuerza física, uno de sus “encuentros” ocurre cuando los funcionarios comunales, mostrando sus buenos autos, se burlan de Don Camilo que anda en bicicleta y, como Camilo le reprocha una vida superficial a Pepone, éste le sugiere a Camilo que haga que el Vaticano le compre un auto. Camilo le hace saber que no le gusta el comentario: se acerca a las mesas donde están tomando su (entonces Vermouht) y arroja mesas y sillas al suelo.
Queda pendiente, lectores, la anécdota del “gol” en el confesionario. Ya iremos por ella.
Otro hecho culminante es cuando Pepone va a bautizar a su hijo, pretendiendo llamarlo “Libre Lenín”. Se opone Camilo y, tras argumentar los dos mediante convincentes golpes de puño debajo del campanario, llegan a un acuerdo: el niño se llamará “Libre Camilo Lenín”.
Hubo un momento clave en la historia. Camilo, superior moralmente, era más que otros grupos de la comunidad. Ellos, buscando quitárselo del medio, mediante Pepone recurren al arzobispo para que aparten a Camilo, quien resulta enviado a otro pueblo.
Al poco tiempo vuelven al arzobispo, quejándose de que el nuevo cura es “muy blando”. Después de una buena reprimenda a Pepone, es reintegrado Camilo y vuelve la normalidad al pueblito (al modo entre Pepone y Camilo, por supuesto), y llega la instancia del partido de fútbol entre miembros de la alcaldía y los ayudantes de Camilo.
Ganan los funcionarios comunales. Camilo, en el interior de la Iglesia, se queja a la imagen de Jesús, quien le pregunta si la gente de la Iglesia jugó limpio. No, dice Camilo, nosotros le pagamos algo al árbitro, y no nos favoreció. ¿No será, dice Jesús, que ellos le pagaron más que ustedes?
Ahora es oportuna una pausa para entender por qué Camilo arrojó su sombrero hacia el confesionario y para suponer, con buena voluntad, que el Cristo le habló así a Camilo para compensarlo, de alguna manera, por la derrota en la cancha por un gol a cero, sin la interferencia de factores extra deportivos. De alguna forma propia de la novela, el 1 a 0 se compensó con el ingreso de la prenda al confesionario para terminar con un empate en 1.
Ganó la convivencia. La vida tiene sentido práctico y el necesario orden interior.
Sigue armando diariamente oportunidades en forma de partidos.