Se podría comenzar esto como en los cuentos infantiles en que el nietecito, antes de dormirse, le pedía al abuelo: “Nono, contame un cuento…”. Y el viejecito, recordando su patria lejana, mezclaba verdades de su infancia adornándolas con leyendas dichas a él por sus progenitores, empezando con: Había una vez…”
Claro que podría iniciarse aquí también con: “Había una vez…” pero éste no será un cuento ni una leyenda, sino la verdadera historia de un lugar, nacido de la fe y esperanza de dos matrimonios: el que formaban Don Angel Fassi y su esposa Doña Ana Bonino, Don Francisco Fassi junto a su esposa Doña Marta Curiotti y su pequeña Dominga, historia que es evocada por Don Angel Victorino Fassi, uno de los descendientes del primero de los matrimonios.
Y así comienza esta historia…
Este grupo de personas, nacidos todos en un pueblo de Italia llamado Cavaleone, perteneciente a la Provincia de Cúneo, había escuchado comentar que la lejana “Mérica” acogía a todos los hombres de buena voluntad que quisieran vivir en ella y trabajar en paz. Con la premisa de buscar una fortuna en estas tierras americanas para luego volver a la Patria, decidieron comenzar a organizar su partida, era el 1 de agosto de 1.879.
En primer lugar llegaron hasta Génova para averiguar la fecha exacta en que partiría el barco hacia la lejana “Mérica”. Se les informó que sería el 1 de setiembre del mismo año y, con el propósito de aprovechar esta oportunidad para embarcarse, se abocaron a la tarea de conseguir los pasaportes. Su espíritu religioso y su profunda devoción a la Virgen del Huerto, los llevó hasta Morello, lugar donde se levantaba una Capilla, en la cual solían reunirse los domingos para participar de la Misa, y las oraciones de costumbre. Esta vez el motivo de sus oraciones era muy especial: pedir a la Virgencita, los bendijera y acompañara en su viaje a “Mérica”. Ellos vendrían en busca de fortuna, pero en sus mentes se mantenía firme el propósito de regresar a su tierra natal. Era necesario además proveerse de utensilios de cocina y prendas de vestir. Para ello se dirigieron a una carpintería de La Manta para encargar cuatro baúles, en los dos más grandes pondrían las prendas de vestir y, en los dos más pequeños, llamados “orquetas”, los utensilios de cocina.
Y llega el día de la “partenza”… Era necesario dejar la Patria, embarcarse en una gran aventura hacia rumbos desconocidos, dejando atrás, hogar, familias, amigos, portando en sus manos la esperanza de un futuro mejor en base al trabajo fecundo y honesto. No imaginaban tal vez, que esta Patria nueva llamada Argentina, los recibiría con un abrazo fraterno. Era el 1 de setiembre de 1.879, cuando el barco a vela que los llevaría a cumplir sus sueños, dejaba la costa del Puerto de Génova para orientar su proa rumbo a “Mérica”. Y… como en los cuentos infantiles, que nos regocijan con sus felices episodios, los primeros días de esta travesía fueron para los dos matrimonios Fassi, momentos de satisfacción, pues el viento a favor desplegaba mansamente las velas con rumbo fijo. No faltaron luego los tropiezos de toda empresa grande y riesgosa como ésta; los vientos, de pronto, eran sus enemigos y entonces el barco regresaba durante medio o un día, como queriendo reencontrarse con esa tierra que, aunque no podía brindarles a todos sus hijos lo que ellos esperaban, seguía siendo su Madre Italia.
Pasaron sesenta días, el 1 de noviembre de 1.879, el barco ancló en el Puerto de Buenos Aires. Imaginemos los lectores, lo que habrán sentido Don Angel, Doña Ana, Don Francisco, Doña Marta, junto a su pequeñita Dominga, al tener ante sus propios ojos esta Patria que se convertiría en su madre por adopción. Tal vez dos lágrimas incontenidas regaron sus mejillas; tal vez, un abrazo fraterno acercó aún más sus almas; tal vez, un silencio profundo apagó sus labios… Todo lo imaginamos ahora nosotros, pero nunca lograremos explicarnos ni comprender sus sentimientos. Después de desembarcar y efectuar los trámites correspondientes ante el Centro de Emigrantes, era necesario apuntar un sitio donde se instalarían. Se dirigieron entonces a San Agustín, un pequeño pueblito de la provincia de Santa Fe, primer lugar de residencia. Era precisamente el tiempo de la cosecha, Don Francisco resuelve, junto a su esposa, iniciar los trabajos en el campo y aconseja a Don Angel y a su esposa permanecer en el hogar, pues Doña Ana sería pronto “mamá”. Mientras tanto este último matrimonio se abocaría al trabajo de hacer zuecos y zoquetas, para luego vender y con las ganancias, comenzar a comprar lo necesario. Transcurrido el tiempo de la cosecha y, con la ganancia que ésta le había dejado ($ 40.-), más lo ahorrado por Don Angel y Doña Ana, compraron un carro, pero sin resortes.
Corría el año 1.880… siempre en busca de superar la situación económica en que vivían, decidieron emplearse como peones a la “renta”, por el término de un año. Cuando ya las hojas del almanaque, correspondientes al mes de enero de 1.880, estaban prontas a terminar de deshojarse, el matrimonio formado por Don Angel y Doña Ana, recibe con júbilo la llegada de una pequeña, fruto de su amor, a quien llamaron también, Dominga. Era el 30 de enero de 1.880 y con este acontecimiento, la familia Fassi regala a la Argentina, su primera hija. Cuando ya se aproximaba la llegada del año nuevo, 1.881, resuelven trasladarse a otro sitio, en busca, tal vez, de mejores horizontes. Se radicaron entonces en Pilar, provincia de Santa Fe. Una vez establecidos reunieron todo el dinero que tenían ahorrado y con él compraron dos arados mancera y los bueyes correspondientes, iniciando una nueva forma de trabajo: cada uno por su cuenta, a porcentaje, en diferentes campos. Con gran ilusión, veían como la suerte se había puesto de su lado y la cosecha crecía de la mejor manera que podían imaginar, prometiendo un gran rinde. Cual no fuera su desilusión al comprobar de pronto que una bandada de langostas invadió sus campos, dejando muy poca semilla. Pero 1.881 sería pródigo en el aspecto familiar. Don Francisco y Doña Marta dieron a luz a su pequeña Ana, el 11 de octubre, y con gran júbilo recibieron la llegada de dos hermanos y un cuñado, con sus respectivas esposas quienes provenientes también de Italia, venían a Argentina en busca de fortuna, con el propósito de regresar luego a su tierra natal. La familia se conformaba ahora, además de quienes ya estaban radicados en Argentina, con, José y su esposa Catalina Curiotti, sus hijos Francisco y Vicente, la esposa de este último Doña Catalina Alassia, un cuñado llamado Bernardo Gentile con su esposa Adelaida Fassi y su hijo Domingo. Ya casi al finalizar 1.881, nació otra pequeña, a quien llamaron María, hija de Don Angel y Doña Ana. Ante los reveses vividos en sus trabajos, resolvieron dejar la localidad de Pilar y se trasladaron a un lugar cercano, Aurelia, provincia de Santa Fe.
Corría el año 1.882… una de sus mayores preocupaciones era su porvenir, pues seguían vivas en ellos, las esperanzas de un futuro mejor. Una vez instalados consiguieron sus ocupaciones, Don Angel se arregló como mediero con el Señor Ricotti y Don Francisco, en las mismas condiciones lo hizo con el Señor Valiente. Pronto se dispusieron a la siembra, cuando la cosecha prometía mucho, una helada tardía se dejó caer sobre los campos, ahogándose con ella todas sus nuevas ilusiones. Sin desistir al trabajo y ya en 1.883, volvieron a arreglar con los mismos patrones, pero de distinta manera: dos partes de las ganancias serían para ellos, y la restante para los propietarios. Don Angel, hombre de espíritu aventurero, decide efectuar la compra de cuarenta cuadras de terreno. No teniendo dinero para abonar la deuda deposita nuevamente sus esperanzas en una cosecha, viéndose ésta nuevamente frustradas, debido al escaso rinde. Entonces… resuelven buscar un nuevo domicilio, venden su campo ganando cincuenta pesos y parten el 13 de abril de 1.884, con rumbo noroeste, sin saber cuál sería su nuevo destino. Antes de la partida, debieron esperar a que Doña Ana se restableciera, pues había dado a luz a su pequeña Adelaida, el 3 de marzo de 1.884. Por aquel entonces acostumbraban, las flamantes mamás, hacer un reposo de cuarenta días después de su parto, tiempo que destinó Don Angel para los preparativos correspondientes. Una vez ya en camino, apuntaron un nuevo lugar de residencia, y se detuvieron, por un momento en Rafaela. Lo primero que avistaron fueron dos ranchos, en uno de ellos vivía el comisario y en el otro habían instalado un pequeño negocio, propiedad del Señor Zanetti. Continuaron la marcha, cruzaron este pequeño paraje haciéndolo por lo que actualmente es la Plaza 25 de Mayo de la ciudad de Rafaela, y corrieron camino hasta que los sorprendió el atardecer. Apenas, entre las penumbras de la noche, que desdibujaban las siluetas de lo poco que se levantaba sobre el suelo, descubrieron la presencia de un pequeño “Arbulín” y en este lugar decidieron acampar para pasar la noche. El cansancio los agobiaba, el traqueteo del carro hacía sentir sus secuelas sobre sus fuerzas que, aunque vigorosas, se sentían ya decaer, entonces, con el deseo ferviente de recuperar sus energías para esperar las primeras luces del alba y poder descubrir todo el paisaje que los rodeaba, se entregaron al descanso, no sin antes preveer la defensa personal contra el gaucho, personaje temido en el lugar, quedando uno de ellos en vigía, montando guardia. Era entonces el día 13 de abril de 1.884.
Al despuntar el día 14, sus ojos escudriñan los nuevos horizontes y cuál no sería su asombro al descubrir que unas pocas plantas y una gran cantidad de “gazún”, cubrían los campos solitarios, cerrando los pequeños senderos que se dibujaban en la tierra virgen. Esta tierra, virgen pero pródiga, esperaba ansiosa la mano de los hombres que abrieran su seno y descubrieran que allí, escondido en sus entrañas, se ocultaba un gran tesoro. Y… por designios de la Providencia, fueron ellos, precisamente, los hermanos Angel y Francisco Fassi, quienes, con sus respectivas familias, se radicaron definitivamente en el paraje que actualmente conocemos con el nombre de CAPILLA FASSI, perteneciente a la Colonia Egusquiza. Cuántas cosas necesitaban para sentar raíces en el lugar, pues éste no tenía qué regalarles, solo una pampa infinita y un cielo acogedor. A ellos nada les importaba, seguían adelante en su empresa, con el corazón lleno de esperanzas en la ayuda Divina y el firme propósito de recomenzar sus tareas.
El carro que los condujera a ese sitio se convirtió en el techo de su improvisado hogar que habitaron por espacio de cuarenta días y un pozo que cavaron cerca del lugar, les sirvió como aguada para sus bueyes. Cuán feliz habría de sentirse este “Arbulín”, al poder cobijar a estas dos familias que, en paz, venían a acompañarlo en sus días de solitaria existencia. “Arbulín”, así lo apodaron los recién llegados, después de transcurridos muchos años supieron que ese árbol se llamaba Ñandubay, planta que aún perdura en el patio de la casa que, a la postre fuera residencia definitiva de Don Angel, Doña Ana y de sus vástagos. Era muy difícil vivir a la intemperie, bajo las inclemencias del tiempo, entonces, una de sus primeras preocupaciones fue comenzar la fabricación de los ladrillos, a los que llamaron “cup”, para levantar su futuro hogar. No obstante, no descuidaron sus obligaciones de trabajo, y muy pronto, acompañados por mansos bueyes, empuñaron su arado mancera, para abrir los primeros surcos en esta Colonia nuestra. Una vez reunida una cantidad considerable de ladrillos, levantaron cuatro paredes, las primeras de su nueva casa y, para poder techar su rancho, viajaron en carro a Bella Italia, en busca de “paja brava”, en la cañada.
*Difundido en 1984 como recordatorio del 13 de abril de 1884, fecha de radicación de la familia Fassi en el paraje que hoy se conoce como Capilla Fassi, Colonia Egusquiza, provincia de Santa Fe. Redacción y tipeado: Noemí Fassi
Suplemento Cultural La Palabra: [email protected]
Los comentarios de este artículo se encuentran deshabilitados.