Por Raúl Vigini
LP - Cuándo despertó en vos la atracción por la ilustración y la pintura de vida salvaje.
E.R. - Bueno, empecemos por decir que toda vocación es un misterio. Mi padre era médico, pero pintaba al óleo como una forma de distracción; lo recuerdo pintando toda una pared con la imagen de la Difunta Correa en el jardín de casa. Cuando yo concurría a los primeros grados de la escuela primaria, ilustraba en cartones los personajes de los dibujos animados de entonces y los cambiaba por algunas monedas entre mis compañeros. No sé muy bien cuándo fue que hice mis primeros esbozos de naturaleza, pero nacieron seguramente de la imposibilidad de lograr imágenes dignas de animales con la pequeña cámara de fotos que me habían obsequiado. Así comencé a ilustrar las páginas de un cuaderno con notas de campo, algunas de las cuales todavía conservo. Y a partir de allí, a pesar de algunas pausas, nunca dejé de dibujar y pintar la vida salvaje. Por supuesto que, al ser esta del arte una formación también autodidacta, el proceso fue lento y no exento de muchísimos errores. Decenas de cuadros terminaron con el tiempo o apenas concluidos en la basura; pero un día me animé a guardar uno. No estaba mal del todo, podía defenderse. Y después sumé otro más. Pero a pesar de todo, yo no estaba totalmente satisfecho con el resultado. Había algo que no lograba plasmar o hacer bien y abandoné un tiempo la actividad. Luego publicamos con un amigo una revista de naturaleza de la que salió un solo número; en esa revista incluíamos un artículo sobre dinosaurios y yo había preparado en témpera unos humildes dibujos para ilustrar el escrito que había realizado el geólogo Ricardo Alonso. Cuando se los mostré para que me dijera si efectivamente reflejaban, al menos de manera aproximada, los animales a los cuales él se refería en su artículo, me pidió permiso para incluirlos en un libro que estaba preparando sobre el tema. Yo le dije que en realidad eran dibujos muy simples y que no me parecía que pudieran estar a la altura de su libro, pero le prometí que, si él me otorgaba unas semanas, yo podría intentar hacer algo mejor. Me puse a trabajar entonces en una reconstrucción artística de unos dinosaurios cuyos restos habían sido hallados en el sur argentino, y cuando la pintura estuvo concluida advertí que había logrado aprender cosas en el tiempo en que no había pintado. Fue sorprendente para mí. El próximo paso fue trabajar, con casi tres años de anticipación, en una exposición de pinturas de naturaleza, que se concretó en 2005, cuando tuve listas todas las pinturas que la integrarían, y que fue mi primera exposición individual.
LP - Qué destino tienen tus obras de arte.
E.R. - Si la pregunta se refiere al sitio en el que se hallan las pinturas y dibujos en cuanto a su soporte físico, algunas se encuentran en colecciones privadas, otras, las que hice para mi libro sobre las aves de la Puna y los Altos Andes, ya viajaron a San Antonio de los Cobres, una localidad andina que está ubicada por encima de los tres mil metros sobre nivel del mar para ser expuestas al público en el Museo Regional Andino. Otras están por supuesto en casas de familiares. Y algunas las conservo yo. Si la pregunta se refiere a su utilización, el destino de las obras fue diverso. Algunas simplemente se hicieron y vendieron. Otras se publicaron en libros. Con algunas hice rompecabezas, un dominó sobre mariposas del noroeste o el juego de las aves de Argentina, todos editados por una empresa familiar y que lleva por nombre Noroeste Salvaje.
LP - De qué se trata la Asociación Ecologista Alerta Verde.
E.R. - La Asociación Ecologista Alerta Verde fue una organización no gubernamental dedicada a la protección de la naturaleza y el medio ambiente que, junto a un amigo, creé hacia los inicios de la década de 1990. Tuvo una vida activa de unos cuatro años y luego se disolvió. Pero la experiencia que me quedó de haber actuado en ella fue muy positiva y logramos cosas que considero valiosas. Una de ellas fue haber cumplido un rol importante en la creación del Parque Nacional Los Cardones gracias a las acciones que desarrollamos y que fueron encaminadas a lograr que se comprende que por aquel entonces -ya estamos hablando de casi mediados de los ‘90- el Parque Nacional como tal, aunque figuraba en algunos folletos turísticos y se lo daba como un hecho desde los años ‘80, en realidad no existía. Fuimos a los medios de comunicación, organizamos la firma de lo que dimos en llamar Declaración de los Cardones, difundimos la problemática, y finalmente los legisladores nacionales votaron la ley respetiva. Recién entonces el Parque Nacional fue ya un hecho.
LP - Las casitas para aves es una propuesta reciente. ¿Podemos conocer detalles?
E.R. - “Mi casita de aves” es el nombre de un producto que fabricamos en el marco de un emprendimiento familiar que tiene a la naturaleza como protagonista. Primeramente nacieron los juegos de mesa. El primero fue “El Juego de las Aves de Argentina”, que elaboramos con mi amigo Bernhard Kläui, él realizando las reglas y yo las ilustraciones. Luego llegaron otros. Y después vinieron los productos para el jardín; el primero fue justamente el de las casas nido, pero justo en este momento estamos terminando los primeros comederos de aves que pondremos muy pronto a disposición de la gente. Diseñamos los productos, el trabajo en madera lo realizan carpinteros que ponen empeño en materializar nuestras ideas y los detalles de pintura y barniz corresponden a las hábiles y creativas manos de mi esposa, que pone todo el empeño en que las casitas, además de servirles a las aves para anidar, les sirvan a la persona que las adquiere para que se vean muy bonitas en su jardín. Las casitas para aves constituyen un cambio de paradigma, porque se deja de lado esa mala costumbre de encerrar a las aves en jaulas de reducidas dimensiones para comenzar a invitarlas a nuestra casa a hacer nido allí. Evidentemente hay una diferencia notoria entre invitar a alguien a nuestra casa y obligarlo a estar encerrado en una jaula. Y esto es importante, porque la vida y la libertad de un ser vivo merecen nuestro respeto y consideración. Además, como la naturaleza tiene sus tiempos, tener una casita de aves nos enseña a esperar, a ser pacientes, ya que puede llevar meses o tal vez años el que una pareja de aves decida finalmente hacer nido allí. Y esto nos brinda un aporte para el control de nuestros niveles de ansiedad y a nuestra idea, expresada en muchas personas, de que podemos manejar todo a cada momento.
LP - El avance de la “civilización” con las tecnologías, el confort, nuevos recursos y las necesidades creadas por la moda, convierten la vida en las ciudades más modernas muchas veces en algo tóxico. ¿Cómo se aprende a vivir más saludable en esas condiciones casi siempre aceptadas por la mayoría de la población sin cuestionárselo?
E.R. - Es difícil enseñarle a nuestro cuerpo y a nuestra psiquis a vivir en condiciones que muchas veces están enormemente alejadas del contacto con la naturaleza. Me explico mejor: somos una especie de solo unos doscientos mil años, y todo lo que hay en nosotros evolucionó en el contacto permanente con el mundo vivo. Si nos rodeamos de artificios estamos renunciando a lo que en esencia somos y eso repercute de maneras diversas. No es fácil cuantificarlo, pero cada vez se hace más evidente que, por ejemplo, el sistema inmunitario funciona mejor en contacto con la naturaleza; los paisajes urbanos sin árboles son propicios para la aparición de un mayor número de cuadros de angustia, tristeza, irritación o estrés; está demostrado incluso, que los niveles de recuperación de pacientes que fueron sometidos a determinadas cirugías mejoran con el solo hecho de ver desde su cama del hospital árboles por la ventana… y hay mucho más. Por lo que se observa, el precio que debemos pagar por el tipo de vida que hemos elegido tener es alto e implica consecuencias en nuestros cuerpos y en nuestra psiquis. Por eso la gente tiene plantas en sus casas, por eso cuando queremos estar totalmente relajados vamos al campo y en lo posible nos sentamos junto a un río a escuchar el ruido del agua. Eso nos tranquiliza, mejora el funcionamiento de nuestros procesos vitales. Pero no siempre nos damos cuenta de todo lo que sacrificamos en el altar de la urbanidad y la tecnología y de todo lo que recobramos cuando nos ponemos nuevamente en brazos de nuestra madre naturaleza. Muchas personas viven apiñadas en grandes ciudades, en casas de reducidas dimensiones, sin árboles ni pájaros alrededor, pasando del televisor a la pantalla del celular y de ahí a la computadora; tratando de resolver muchas cosas a la vez, irritándose, padeciendo estrés, angustia, y aturdidos y bombardeados por noticias que sin cesar nos están hablando de muerte. Todo eso tiene un enorme impacto sobre nosotros. Y por eso es fundamental establecer lazos de unión con lo verdadero y esencial. Tratando de eliminar de nuestras vidas todo lo que se pueda de lo perjudicial y contaminante. No necesitamos saber de todos los crímenes ni de todas las muertes, no necesitamos estar todo el día “conectados” a un celular y alejados del contacto verdadero con nuestros semejantes. No necesitamos ir a mil por horas para llegar quién sabe dónde ni poseer todo lo que nos manda la publicidad. Necesitamos, sí, caminar entre los árboles, escuchar el canto de los pájaros, respirar profundo mientras vemos el sol ponerse. Necesitamos vernos cara a cara, abrazarnos, recobrar nuestra vitalidad en toda su expresión. Permanecer en silencio algunas horas. Mirar a las estrellas, tirarnos en el pasto a ver las formas de las nubes. Puede sonar excesivamente romántico o iluso, no lo sé, pero eso necesita nuestra psiquis y nuestro organismo, que le demos naturaleza, paz, tranquilidad, armonía, comidas sanas y naturales, risas, abrazos con la gente que nos ama y a la que amamos, la compañía de nuestros hijos y padres, las plantas, el sol, el contacto con la tierra…
LP - Algo más que desees agregar.
E.R. - Solo un pensamiento que me produce mucha preocupación: es descorazonador pensar que no solo estamos perdiendo la naturaleza; lo peor es que la estamos olvidando. ¿Qué tan humanos podemos ser sin ella?
por Raúl Vigini
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