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La Palabra Sábado 25 de Abril de 2020

Mi infancia en Neuquén, el nacimiento del arte y la militancia*

archivo Ailen Kutnowski
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archivo Ailen Kutnowski Crédito: De exportación: Una clase de tango en París Foto 1 de 3
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archivo Ailen Kutnowski Crédito: Entre corchos y corcheas: El dúo Nahuel Costantini y Ailen Kutnowski Foto 2 de 3
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archivo Ailen Kutnowski Crédito: De cámara: Ailen Kutnowski (de blanco) con su oboe Foto 3 de 3

Nací en Neuquén, pero de familia porteña. Mis padres se fueron a vivir a Neuquén cuando volvió la democracia al país, buscando un nuevo aire. Se conocieron en el taller de teatro de Eliseo Rey, un espacio de resistencia en la dictadura militar. Me pusieron Ailen, que en mapuche significa “braza encendida”.

Mi casa siempre fue libertad, pintar, recortar, contacto con la naturaleza, mi mamá es titiritera, daba talleres para chicos. Tenía un grupo que se llamaba “La Yapa”, con otras dos cuentacuentos, un grupo de humor, con fuerte contenido de crítica social. Varias veces me incorporó siendo una niña a actuar con ella en las obras de teatro callejero en Neuquén. Mi papá es médico generalista y psiquiatra, siempre en el hospital público. Toda su vida hizo música, tocaba jazz con el piano en un bar -El quitapenas- y me llevaba mucho a los recitales. Desde chiquita fui a murga, música, danza clásica. Un día me encerré en mi cuarto a escuchar discos y elegí “timbres” que me habían gustado. Así empecé a estudiar oboe en la Escuela de Música de Neuquén. Un dato importante, es que elegí el instrumento libremente, sin asociarlo a un tipo de música, quería tocar lo que se escuchaba en casa, música de Brasil, jazz, tango. En paralelo asistía al taller de Mariana Sirote, la directora de la Escuela de Danza de Neuquén, que influyó mucho en mis búsquedas artísticas.

Durante el secundario, la militancia política pasó a un primer plano. Participaba intensamente en el centro de estudiantes de mi escuela, y a su vez en la CUES, estudiantes de Neuquén. Comunitariamente impedimos la aplicación de una parte de la Ley Federal de Educación en Neuquén, que pretendía entre otras cosas hacer desaparecer  las disciplinas artísticas en los secundarios, y conseguimos mejoras en la infraestructura, materiales. Fue una época muy formativa en historia, dialéctica, de trabajo conjunto con los profesores y otros estudiantes. 

Antes de comenzar el último año del secundario, hice el ingreso a la escuela terciaria de danza contemporánea. Me permitieron entrar con un año de menos, y entregar el título secundario después. Debía cursar todos los días durante la mañana, y a la tarde continuaba en la escuela de música, y a la noche si podía me iba a Vivencias Tangueras ¡siempre me atrajo este baile de abrazos! Entonces, decidí rendir el quinto año del secundario libre. Fue un año maravilloso, y creo que ahí ya me di cuenta que nunca podría separarme ni de la danza ni la música, como elementos fundamentales en mi vida. 

Buenos Aires: La orquesta sinfónica, la escuela de danza contemporánea, el conservatorio de música

A los diecinueve me mudé a Buenos Aires. Entré en la Escuela de danza de Oscar Araiz, y en el Conservatorio Manuel de Falla para continuar con el oboe. Me incorporé a la Orquesta Libertador San Martín dirigida por Mario Benzecry, un espacio muy especial ¡tener la posibilidad de tocar todas esas obras de repertorio clásicas! Tchaikovsky, Dvorak, Ravel. A los meses de haber llegado a la gran ciudad, Benzecry me propuso que toque como solista “Oblivion” de Piazzolla para oboe y cuerdas en la Facultad de Derecho.

Y sí Buenos Aires es increíble, muchos espacios de arte, de gente apasionada, o que como yo venían de otras provincias del país. Me moví mucho en espacios alternativos. Cristina Turdo enseñaba Contact improvisación en el Centro Cultural Rojas, hice danza aérea en el estudio de Brenda Angiel, me encontré a Aníbal Zorrilla, que acompañaba las clases de danza con el piano y pasó a ser uno de mis maestros de exploración sobre lo bi-disciplinar.

Un día estaba en un pasillo del Conservatorio Manuel de Falla -a falta de salas libres para estudiar- y  me puse a tocar Balderrama con el oboe. En ese momento apareció Juan Falú. Me saludó, y me dijo si sabía de la existencia de la carrera de Tango y Folklore. Me dijo, ¡vení! y me llevó a una sala donde estaban Willy González y Marcelo Chiodi enseñando a los vientistas. Dijo: -ella es Ailen- y me dejó ahí. El año siguiente rendí el ingreso a esa carrera, y ahí volvieron deseos de mi infancia. Quería improvisar, tocar música popular, componer, me encantaba la música argentina. En esta etapa, aún más sumergida en el arte, no podía dejar de hacer paralelismos entre la danza y la música, una explicaba muchas cosas de la otra, y observar esos detalles me apasionaba. 

Río de Janeiro: Puedo elegir para qué toco y para qué bailo

Un verano, viajé al Festival FEMUSC en Brasil, allí conocí a Luis Justi, el solista del quinteto Villa Lobos. Me escuchó tocar, y me dijo: ¿vos bailas? ¿o actúas? ¡entonces tenés que usarlo para decir cosas! En ese momento, también atraída por la idea de conocer más de la cultura brasileña, decidí ir a vivir a Río. Entré a estudiar con Justi en la UNIRIO (Universidad de música de Río de Janeiro). El incentivaba el desarrollo del oboe en distintos ámbitos, no solo en la orquesta. Fue un padre brasileño, con el cual compartí muchos momentos, desde estudiar arias de Bach hasta ayudarlo a acomodar su enorme biblioteca del oboe latinoamericano. En un viaje a Buenos Aires, me robaron el oboe en Retiro, y a las semanas él me avisó que ya me había conseguido otro. Justi me introdujo a la directora del Conservatorio Brasileiro de Música, Cecilia Fernández Conde, una persona muy importante para la educación musical de Brasil y Latinoamérica, y que resultó ser íntima amiga de Violeta Gainza. Para ella era muy importante la diversidad cultural en su institución y decidieron otorgarme una beca del ciento por ciento. Más adelante también me becaron para hacer composición con Armando Lobo, compositor de Pernambuco. Brasil me dio otros años maravillosos, en los cuales continué bailando en la escuela de Deborah Colker. En la misma, hice una coreografía sobre un cuento de Guimaraes Rosa, para tres bailarinas y mi oboe.  

Río, catorce mudanzas y un convento

Durante un año y medio viví en un convento en Santa Teresa. Para reírse sí, ¡siendo una completa atea! Pero ahí sucedió algo fantástico. Las nenas del hogar protegido, me escuchaban siempre estudiar, comenzaron a venir a bailar a la sala cuando yo tocaba. Cuando las monjas directivas vieron eso, me pidieron si podía darles clases de música y danza, a cambio de mi cuarto y comida. Y así creé el taller interdisciplinar de “Rítmica”. Para ellas era su momento sagrado, eran nenas de cinco a dieciséis años que habían sufrido mucho. Un año y medio después, el orfanato cerró, todo cambió en el Convento. Vinieron autoridades que no consideraban el arte importante, ni a las nenas, querían alquilar los cuartos y sacar fondos. El último periodo carioca lo viví en el estudio de grabación de jazz y bossa nova de un amigo. Venía el mundial, y todo estaba carísimo en Río. Se accidentó Cecilia, la directora del conservatorio, y me sacaron la beca. La estadía en Brasil estaba cumpliendo su ciclo en mi vida. Años después (2018) formaría parte de “Saraivada” un quinteto de música de Choro brasileño en Buenos Aires (flauta, cavaquinho, guitarra, oboe y pandeiro). En un momento puente, estuve unos meses estudiando en Israel. Rendí para entrar a la Universidad de Música de Jerusalem, con un maestro espectacular. Tenía la facilidad de recibir ayudas por mi ascendencia judía, haciendo aliyah, inmigración. Pero no me imaginé viviendo ahí finalmente. También bailaba tango en ese momento, quería estudiarlo mejor y me dieron ganas de volver a Buenos Aires. 

Etapa de tango

En Buenos Aires, estudié tango-danza, con Gabriel Angio y Natalia Games, con Corina de la Rosa, con Lorena Ermocida, con Filipi Nobre. Terminé dando clases con Javier Maldonado, quien me enseñó mucho, entrenábamos diariamente. Enseñamos en Canning, la “Milonga Parakultural” conducida por Omar Viola, en Las Malevas. Simultáneamente daba clases de tango para niños en la Escuela de Tango de Buenos Aires. En la Confitería Ideal, organicé durante un año una milonga, con Unitango. En paralelo, compuse una zamba y la tonada “A orillas del Limay”. Me acerqué a maestros como Hernán Possetti, Pablo Fraguela, Candelaria Quiñones. Hice tres años de la UNSAM, la licenciatura en música argentina, carrera que te lleva de viaje a las músicas y poesías del país como inspiración para la búsqueda de tu propio camino. De la mano de Andrés Pilar, Paulina Fain, Ramiro Gallo, Falú, Marcelo Chiodi, Lisandro Baum, y un grupo de compañeros, súper formados, con proyectos muy diversos, compromiso político. Una experiencia inolvidable. Como despedida de Buenos Aires, con Victoria Amerio y la Orquesta de Cámara de Buenos Aires, tocamos en varias ocasiones un Concierto de Albinoni para dos oboes y cuerdas, y la entrada de la reina de Saba de Haendel. En la UNSAM, hicimos un proyecto con mi pareja, el pianista Nahuel Costantini y nos dieron una beca ERASMUS para ir a Italia. En Firenze, hice un curso de perfeccionamiento en oboe con Thomas Indermulhe, un gran maestro internacional. Y luego de la aventura por Italia, decidimos ir a vivir a París. 

*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Ailen Kutnowski

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