Por Raúl Vigini
LP - ¿Cuándo volviste a los escenarios?
V.C. - Decidí volver a actuar y escuché por radio una convocatoria a una peña abierta, fui y toqué, y me contacté con agrupaciones que estaban militando con el indigenismo. Eran los años noventa. Tomé clases de vocalización con Silvia Iriondo. Apareció en esa época Leda Valladares con “Grito en el cielo” que me interesó muchísimo que ya había visto en Cafayate con las coplas. Me interesó mucho cuando conocí al “Cuarteto Zupay”, a “Quinteto Tiempo”, “Cantoral”, todas esas propuestas que fueron muy importantes en los setenta. Cuando empezó a sonar la baguala era otra cosa, quería cantarla y no podía, no conocía la forma, no sabía cómo era armar la melodía. Y me acuerdo que una profesora del conservatorio nos había recomendado el libro “Musicología comparada” de un autor alemán donde se comparaba la música europea con lo no europeo donde toma ejemplos de Asia y de Africa. Pero lo comprendí y lo apliqué a la baguala que es lo mismo. Eso le dio como una jerarquía para mí. Empecé a buscar en los ejercicios de composición que nos hacían hacer, empecé a trabajar con los intervalos y la idea de las melodías bagualeras, con los ritmos, y a recuperar algún repertorio que tenían antecedentes que mezclaban la baguala con la escala mayor y a hacer arreglos guitarrísticos y cantar esas cosas. De ahí me quedaron algunas cosas que las grabé en un disco como la “Vidala del lapacho”, “La muerte del carnaval”. Me incorporo al indigenismo y empieza a tomar fuerza lo del cantar con la caja, de la mano de otros amigos y demás gente que circulaba por ese circuito. Me doy cuenta de lo que son las expresiones culturales indígenas y criollas, de lo que es el sincretismo, porque se cantan melodías precolombinas, pero se cantan coplas. Eso fue muy fuerte en la década del noventa, me definió mucho, y a la vez empecé a tocar los instrumentos andinos. Tocaba quena pero como algo lúdico, y aquí ingresé a un taller barrial de instrumentos autóctonos. Aprendo a tocar el sistema trenzado de las bandas de sicuris, aprendo a tocar tarka, quena quena, tengo mis primeros acercamientos al charango. Y tomo contacto de nuevo con mis orígenes, tanto en lo musical como conocer los nombres en quechua.
LP - ¿Modificaste el repertorio cuando volviste a la actuación después de tus estudios?
V.C. - En Buenos Aires tengo como una etapa por lo menos en lo musical relacionado con la militancia indígena. Me puse a estudiar de una manera antropológica, a recopilar material, grabaciones caseras, trabajos de campo, y fui haciendo el trabajo de reconocimiento del género. A la par que iba tratando de aprender a cantarlo. Aprender los toques de caja. Con todo eso fui armando un repertorio de bagualas y experimentando estilos. Eso llevó la década del noventa a pleno. Iba mucho a las escuelas, a espacios universitarios que nos llevaban a tocar. Llegamos a participar en eventos interesantes, íbamos todos los años a las fiestas bolivianas, trabajábamos mucho para el contrafestejo del doce de octubre de noventa y dos. Y en esos años conocí a Sara Mamani porque ella estaba en el Serpaj, el Servicio de Paz y Justicia. Y decido salir de eso, exponerme más como proyecto personal y en el dos mil grabo mi primer disco que se llama “El brote en la leña” y alude precisamente a que había algo que yo estaba dejando secar, que era toda esa referencia histórico cultural de la que provengo. Y en ese disco grabo cosas cantadas con la guitarra, cosas mezcladas con bagualas, y bagualas con caja.
LP - A partir de lo profesional con tu proyecto personal. ¿con qué objetivo lo encarás?
V.C. - Generalmente no tengo propuestas a seguir. Es como que voy caminando y me van apareciendo cosas. Y evidentemente hay algo que me motiva y que me lleva a hacer las cosas, que son una necesidad de fortalecer una cuestión de pertenencia, una cuestión cultural a la que pertenecemos, defender eso, llevarlo adelante, sostenerlo como parte de una forma de vida, como tener maneras propias de expresarnos y que no nos avasallen.
LP - ¿Conforme con los resultados obtenidos con el proyecto?
V.C. - Creo que sí. Entiendo que siempre todo es dinámico. Y estamos en un momento, por lo menos de la copla, como de retorno. Hay otro aspecto que me interesa mucho, y que está un poco vinculado con una mirada social, que es la participación, la integración de la gente. ¿Cuál es la idea inicial? ¿Cómo participa un coplero de una rueda? Llega a una rueda y tiene la posibilidad de sumarse y ser uno más. Tiene la posibilidad de expresarse porque están dadas las formas, los espacios, y las condiciones para que suceda eso. Entonces también en las fiestas populares andinas hay mucho de esto, de la participación. Que si no participás cantando, mínimamente participás bailando. Y que no es un espectáculo para segundos o terceros, es solo para participar y compartir la alegría o compartir la festividad, compartir el sentimiento religioso, compartir lo que sea. Y eso para mí es muy importante. Creo que eso trasciende al fenómeno artístico y se puede llevar a formas de vida. Integrarnos. Una de mis premisas en la docencia es que no separo niveles, enseño a los mismos grupos en los diferentes niveles. Y se produce algo importante, que es que los que vienen avanzados le ayudan a los que vienen detrás. Como todos tienen que tocar, la idea es tocar más lento para esperar a los nuevos y a los nuevos que traten de apurar así se produce el encuentro y se van armando los grupos. Eso es lo que busco en mis clases como fundamento del trabajo, después está el tema de la perfección artística que es otra instancia. Lo mismo pasa con las coplas. Di un taller en Cafayate por primera vez este año, porque hay una iniciativa por parte del Secretario de Cultura Municipal. Y apliqué esta forma, convoqué a los que quieran aprender, pero también convoqué a los bagualeros que saben. Y hay un tema que es que los bagualeros están ansiosos y lo que a ellos los guía es la ansiedad de querer lucirse como copleros solistas. Y están perdiendo de vista la rueda colectiva, donde uno va. Y eso es lo que quiero recuperar en Cafayate: recuperar la rueda. Donde sé cantar coplas, armo un repertorio de coplas y donde hay una rueda me sumo. Y no es para nadie en particular.
LP - Es decir que el coplero debe saber que la copla tiene dos lugares para decirse: la rueda y el escenario.
V.C. - Hay dos situaciones distintas y las dos pueden ser auténticas. Es como cuando uno va a jugar al fútbol. Una cosa es que vayas en la reserva de algún equipo o como el primer equipo de tu pueblo y competir para el campeonato y tenés que rendir. Pero cuando vamos a jugar solteros contra casados no nos importa que haya gente. Es el solo hecho de entretenimiento y que a la vez te libera de un montón de tensiones, y eso es lo que es la rueda. El fin es compartir ese momento y ahí es donde se aprende. Cuando vas al escenario tenés que saber manejarte. La energía que se produce cuando uno canta solo en el escenario con un público adelante no es la misma que la que se produce cantando en una rueda. En la rueda estás cantando y tenés que estar chispa o con carácter o saber sostenerte cuando otros te quieren desafiar. Porque el que echa coplas a veces sabe mucho. Y por ahí te contesta alguno y tenés que estar atento. Entonces la dinámica y el juego es otro. Y es para nosotros una diversión. En cambio, en el escenario si hacés un contrapunto y perdés, quedás descalificado ante toda la gente. Y no está mal que alguien se destaque, escriba sus coplas, de pronto tenga una proyección en lo artístico. A las personas les hace bien saber que puede ir y expresarse, y al día siguiente aparece el comentario de lo que dijo cada uno. Hoy en día tienen nuevos canales en los medios de comunicación. Personas que son grandes y que saben coplas motiva todo eso. Y la rueda hace eso, que los viejitos tengan ganas de ir y de cantar coplas. En cambio, el escenario te aleja de eso, el concurso te aleja de eso. Otra forma de querer recuperar fue el concurso, y el concurso hace que el coplero se guarde la mejor copla, en cambio en la rueda la larga porque se quiere lucir, porque quiere sostener la parada. Esto es lo que percibo.
por Raúl Vigini
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