Por Raúl Vigini
LP - Los primeros años conforman una etapa muy importante en nuestras vidas, un recuerdo que llevamos para siempre. Para bien o para mal.
S.M. - El lugar de la infancia lo pienso como ese lugar al que uno siempre quiere volver a visitar. Mi infancia fue en un paraje que no tenía nombre -y sigue sin tenerlo- cerca de Vaca Huañuna, departamento Figueroa en Santiago del Estero, que es un pueblo donde sí funcionaba el Registro Civil y donde en los últimos censos tenía trescientos habitantes. "Vaca Huañuna" es el pueblo donde me anotaron. Significa algo así como vaca muriéndose o a punto de morir, como un present continuous, como un devenir. Es una zona de intensas sequías. Es común que muchos animales mueran en esa temporada. Yo nací como a diez kilómetros de allí. Hoy se conoce la zona como La Invernada. En ese paraje sin nombre vivíamos en una casita como se acostumbraba en ese entonces, lejos de cualquier ruta. Fue una infancia libre en ese sentido. Los vecinos, en ese concepto de vecino, estaba a cinco kilómetros, por ejemplo. Es el lugar que quiero revisitar permanentemente. Uno puede pensar, bueno, fueron solamente seis años, no tantos, pero es lo más importante, lo que uno ha mamado, en mi caso está totalmente ligada a la tierra. En el viaje que hicimos con mis hijas cuando eran pequeñas no podían entender cómo en el regreso yo lloraba tanto por una tierra que para ellas era una cosa horrible. Pensaban que lloraba por lo que habíamos vivido ahí y la mayor me consolaba diciendo que ya nos íbamos de ese lugar de carencias y ausencias. Que parecía un lugar triste. Ella miraba por la ventanilla y decía “esto parece el Guernica con árboles quemados”. ¿Cómo se puede querer un lugar así se pregunta mi hija? Tenemos ese sentido de pertenencia porque nosotros y la tierra somos todo uno. Sin embargo, está ligado a eso tan fundante que es la infancia, que es donde uno apoya los pies y sobre eso vamos a sostener, aún adultos, responsables o no.
LP - ¿A qué se debió la radicación de tus padres en ese lugar?
S.M. - En el caso de mis padres porque trabajaban la tierra, aunque mi madre y mi padre eran peones golondrinas. Mi madre cuenta muy poquito, no quiere recordar eso pero sé que ha tenido que ir a trabajar a Córdoba, al Chaco, a Tucumán, para las cosechas, sobre todo para la zafra.
LP - ¿Viven tus padres?
S.M. - Vive mi madre. Que cada tanto vuelve a aquel lugar, siempre está de regreso al pueblo.
LP - ¿Dónde se trasladaron después?
S.M. - Digo que me sacaron porque no quería irme. Mis padres tuvieron que migrar por cuestiones de trabajo. Ser peones golondrina no daba resultado y en la tierra donde estábamos podíamos perder toda la cosecha por la sequía o por las heladas, ellos eran de escasos recursos y en la ciudad encontraban alguna posibilidad. Y ahí llegamos a la estación Retiro a mis seis años. Y la segunda infancia fue en el barrio del Elefante Blanco en Ciudad Oculta. ¡Qué nombre significativo! Al costadito de la Avenida General Paz, un centro industrial que en ese momento estaba potente.
LP - ¿A dónde llega uno cuando sale del monte santiagueño y el destino elige una ciudad con millones de habitantes?
S.M. - Mi papá había llegado a Buenos Aires unos años antes, consiguió trabajo estable, y después mi mamá decide dejar la casa, no teníamos mucho, unas gallinas nada más, y se va a Buenos Aires con sus hijas chicas.
LP - Así que tu escuela comienza en la gran ciudad.
S.M. - O sea que la escolarización que fue tremenda en aquel momento porque mi lengua era el quichua. Yo pensaba, sentía y vivía en quichua. En mi casa se hablaba el quichua. Y yo respiraba en quichua. Traducir todo ese sentimiento al castellano fue un proceso largo, costoso, penoso por momentos. Hasta que me encontré con la literatura. Y ahí en la literatura está mi monte, está mi refugio, mi casa. Fue un encuentro amoroso con la lengua castellana.
LP - ¿Quién tuvo la paciencia de enseñarte las primeras palabras en castellano?
S.M. - Ahí tiene un capítulo aparte la maestra de primer grado Antonia, que pude ver veinte años después para agradecerle. Ya falleció. Conmigo ella aplicó la pedagogía del revés digo. En mi grado había gente del habla guaraní, correntinos, misioneros, mayoría santiagueños y tucumanos, había mucha diversidad. La maestra con toda la paciencia me mostraba objetos y me preguntaba cómo se dice en quichua, intentaba repetirlo, pronunciaba y me daba mucha gracia el esfuerzo que hacía ella. Yo me reía, ella se reía, nos reíamos juntas. Y me decía yo voy a prender, y me saludaba en quichua. Aprendí el castellano de una manera risueña. El humor puede todo. Así que se lo debo a ella. Después en la escuela secundaria tengo memoria de una profesora de literatura muy particular, que se había recibido con honores en una universidad madrileña. Tenía fama de ebria y era cierto porque venía con una petaquita en el bolsillo interno de un tapado gris. Ella venía feliz a dar clase y nos saludaba con un poema. Sacaba un papel, leía un poema, no pedía nada a cambio, ni analizar, pero tenía esa cosa generosa de saludarnos con un poema que a ella le gustaba mucho. Después seguía con la materia. Era nuestra adolescencia, una etapa de enamoramiento absoluto con la lengua castellana. Empecé a leer muy anárquicamente los clásicos españoles. Y empecé a querer a la lengua castellana y empecé a traducir a través de ellas todo lo que sentía con respecto a mi tierra. En ese entonces no era tan fácil acceder a los libros. Y esa profesora tuvo un gesto muy generoso y me regaló uno que era El lazarillo de Tormes. Y desde ahí anduve entre libros siempre. Tengo memoria de haberla pasado muy mal en el primario, salvo la maestra de primer grado, pero en el secundario no. Porque había un grupo de gente que sigo viendo en la actualidad, donde había chicos de la Ciudad Oculta que eran hijos de comerciantes de la zona, de clase pudiente, y nos juntábamos. Ese contacto fue de lo mejor. Ahí descubrí otros modelos de familia, que otra forma de vivir era posible. De Ciudad Oculta también fuimos echados en la última dictadura en el año sesenta y ocho. Las topadoras nos arrancaron de ahí porque los terrenos tenían algún valor inmobiliario. Fue de una manera muy brutal. Y fuimos a parar a un terrenito que mi papá había comprado con mi tío en el conurbano partido de La Matanza en Isidro Casanova.
LP - ¿Qué lugar ocupó el quichua después de que la maestra te enseñó el castellano?
S.M. - Mi mamá me prohibía terminantemente hablar en quichua.Siempre me resistí porque lo hablé hasta los seis años que fue toda esa etapa del primario cuando mi mamá hacía tanto hincapié de “no más quichua, no más quichua”. Y la escuela también me imponía eso. En mi casa no se hablaba más el quichua. Era una manera de protegernos, de que no se burlaran, de que no sufriéramos, sobre todo. Después en el secundario, empecé a intentar revitalizar, pero tuve un brote de rebeldía, con una etapa como de rockera, y lo fui recuperando cuando pude acceder a los estudios terciarios que para mi familia es un acontecimiento. Mi hija va a ser la primera generación universitaria y yo el año que viene voy a cumplir el sueño de ir a la universidad. Sueño que he tenido siempre, estudiar letras.
LP - ¿Cómo decidiste tus estudios terciarios?
S.M. - Yo quería saber, nada más. Lo primero que hice fue estudiar bibliotecología que en ese entonces no era una carrera ni prestigiosa, ni difundida, pero quería estar entre libros, estaba obsesionada con eso. Yo no había crecido con libros porque en mi casa mis padres no sabían leer. No había textos. A lo sumo el diario entraba porque venía envuelto el perejil ahí. Entonces tenía como hambre de lectura impresa. Después me parecía que la escuela sí era un buen lugar a pesar de que la había pasado mal en el primario, estudié magisterio para ser maestra, pero nunca ejercí como tal. Lo que hago en la biblioteca son talleres de lectura. Digo que en vez de dar clases hago circular las historias, el conocimiento, y procuro que los alumnos sean protagonistas, que ellos sean creativos. Y como estaba muy interesada en esto de la comunicación social estudié una tecnicatura porque quería mejorar mi castellano y quería comunicar eso: ¿cómo se siente y se piensa en la lengua originaria?, ¿cómo traducir eso en castellano y cómo decirlo?
LP - ¿Seguís con la escritura?
S.M. - Y ahora estoy comprometida.
por Raúl Vigini
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