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La Palabra Sábado 25 de Junio de 2016

Donde el libro se hizo su espacio*

por Miguel Angel Avila - librero (Buenos Aires)

En qué lugar estamos alojados

Esto es el casco histórico, en Adolfo Alsina y Bolívar, es la zona más antigua que tiene Buenos Aires. El corredor de Alsina, que en algún momento le dimos en llamar “Trescientos años de historia en trescientos metros” porque sobre este corredor ha transcurrido gran parte de nuestra historia que hace a nuestra identidad y a nuestra pertenencia. No soy amante de todas las cosas antiguas porque hay cosas que hay que enterrarlas y olvidarse, y vienen las nuevas, pero hay otras cosas que sí porque tienen que ver con nuestros recuerdos, con nuestros antepasados. Y este corredor de la calle Alsina guarda -algunos presentes y otros en la memoria y los recuerdos- la vida social importante de la Gran aldea. Los porteños tenemos una tendencia a no cuidar nuestro pasado, para hacer una comparación que a veces es medio odiosa, si cruzamos el charquito -no el charco- vamos a encontrar una ciudad como Colonia en Uruguay que tiene guardado su casco histórico que lo conservan y lo cuidan al punto tal que se ha convertido en un foco turístico que les reditúa algo importante. No entran los colectivos, no entran los coches. Y nosotros no hemos logrado hacer eso y hemos tenido grandes luchadores como ha sido el arquitecto José María Peña que desgraciadamente ha fallecido y fue un hombre que peleó mucho por todo lo que es el casco histórico, que es todo este barrio que abarca San Telmo, Montserrat. La librería está ubicada en una zona medio privilegiada porque está a una cuadra de la Plaza de Mayo, por la misma calle donde está el Cabildo, uno se para en el Cabildo, mira hacia la derecha y va a ver carteles de la librería. La librería se puede decir que tiene el privilegio de haber iniciado sus actividades muchos años antes del nacimiento de la Patria. No como librería exactamente, por eso nunca digo que es la primera librería porque no habría como explicarlo históricamente, por eso siempre que digo lo hago haciendo referencia a los grandes investigadores y  a los grandes historiadores porque los argentinos tenemos cierta tendencia a agrandar un poco las cosas. Sí podemos decir que fue esta esquina la primera casita de alto que tuvo la Gran aldea, en la planta baja se inició por el mil setecientos ochenta y cinco la venta de hierbas medicinales y cosas para el gauchaje porque no nos olvidemos que esta calle Alsina era la que salía hacia el oeste, de modo que todas las carretas pasaban por la puerta y paraban en esta esquina para abastecerse de yerba, licores, charque y todo lo necesario para su larga travesía. Y ahí se cuenta -dice Ricardo Levene- empezaron a aparecer los primeros libros, y entre los primeros libros que llegan a la Gran aldea entraron a aparecer entre los escaparates de La Botica. Y como sabemos todos los amantes del libro, que el libro tiene una tendencia, al libro le gusta ganar espacio. Uno lo ubica y empieza a los codazos por un costado, por el otro costado, y cada vez se agranda más. Y los amantes de los libros sabemos que los tenemos en la biblioteca, en la mesita de luz, debajo de la cama, y por todos lados. En nuestros hogares el domingo a la mañana es el día que nos proponemos limpiar esa biblioteca pero terminamos tirando unos cuantos papeles y seguimos guardando todo lo demás. Lo mismo pasó acá en La Botica hasta que finalizando el siglo dieciocho ya es definitivamente una librería. Se le pone un nombre cuando es más librería que otra cosa, no se sabe bien cuál fue el nombre de fantasía, lo que se sabe es que esta calle Bolívar que es la de la Universidad, que es donde está el Colegio Nacional de Buenos Aires, o Colegio San Carlos, en fin, tuvo muchos nombres. De modo que cualquier negocio que se estableciese en esta zona, se le agregaba el nombre “del Colegio”, de modo que si uno ponía una tintorería iba a ser la Tintorería del Colegio, y así sucesivamente, y la librería se llamó Librería del Colegio. Con eso cruzó prácticamente todo el siglo diecinueve y todo el siglo veinte. Por aquí pasó -y esto es verdad- todo el pensamiento de la Patria, porque además a la vuelta estaba el Congreso de la Nación en calle Balcarce así que se sabe que tanto Don Lisandro de la Torre, pasando por Domingo Sarmiento, por Miguel Juárez Celman, Carlos Pellegrini. Hay muchos artículos en distintas épocas que hablan de esta librería, inclusive en Caras y Caretas.

Algunas anécdotas del barrio

Y está plagada de anécdotas por supuesto. Cuentan los historiadores que el cinco de febrero de mil ochocientos cincuenta y dos, Igón, uno de los dueños que le tocó el suerte a la librería, de pronto vio venir a un jinete a toda velocidad y atrás cuatro jinetes más a galope tendido y pasó como una ráfaga por la calle de la Universidad hoy Bolívar. Iba con un capote bordó y un gorro bordó y los jinetes también. Era el General Juan Manuel de Rosas que iba a alojarse a la casa del cónsul inglés Sir Woodbine Parish que vivía unas cuadras más allá y fue quien lo cobijó por tres o cuatro días hasta que se pudo embarcar a Southampton. También hay otra muy linda muy poco conocida -esta es la historia argentina que pocos conocemos- acá a la vuelta sobre la calle Defensa vivía un general de la Nación que cuando no estaba en campaña solía venirse caminando por la calle Defensa, daba la vuelta en Alsina y cuando llegaba a mitad de cuadra ralentizaba su paso hasta casi no caminar. Venía con su bastón muy elegante y hacía esto porque sabía que en la vereda de enfrente -casa que todavía está- se corría una cortina de crochet y unos ojos femeninos lo miraban y él se dejaba mirar. Era un encuentro furtivo, prohibido entre los dos, seguía caminando, llegaba hasta la esquina de la librería y no iba a la confitería que estaba acá enfrente donde era el Café de Marco, Malco o Marcó, donde se hizo el Motín de las trenzas. El se iba al bar que estaba en diagonal que se llamaba El nuevo Cabildo y era un bar mucho más bajo por decirlo de alguna manera, no iba tanto la gente pituca, iban los intelectuales sin dinero. Ahí se reunía Juan José Castelli, ahí se reunía Mariano Moreno, ahí se reunían los grandes pensadores y los que trajeron los libros y que supuestamente los compraban en esta librería con el pensamiento de la Revolución Francesa con Robespierre a la cabeza. Este general cruzaba, se sentaba junto a una mesa con un taco de billar y un café a esperar que algún parroquiano pasara y le dijera: “¿Jugamos por un café, General?”. “¡Cómo no!” decía él, se levantaba y jugaba. Lo que se sabe que este general, que era el General Manuel Belgrano murió invicto en el billar, por lo tanto, se supone que nunca pagó un café. Y los ojos femeninos eran de Josefa Ezcurra, la hermana de Encarnación, con la cual él llegó a tener un hijo, que lo tomaron y criaron Juan Manuel de Rosas y Encarnación.

Y tantas historias que tuvieron este escenario a diario…

La Plaza de Mayo tiene historias que la mayoría no conocemos. La historia de la Recova, los comerciantes, los manteros con los que hoy tantos líos se producen. Los manteros estuvieron antes del 25 de Mayo, eran los aborígenes que venían, se ponían detrás de la Recova, tiraban las mantas y ahí se ponían a vender sus chucherías, y los comerciantes protestaban porque ellos pagaban alquiler e impuestos y los otros nada. Esto viene de hace rato, como el famoso Mondongo de la catalana. Ahí en la Recova había una catalana con una especie de boliche, y en invierno hacía muy seguido, en verano lo escaseaba un poco, un mondongo -que según dice Eduardo Wilde en Buenos Aires setenta años atrás- que cuando la catalana hacía el mondongo entrar a la Plaza de Mayo era recibir un escopetazo en el medio del pecho. Se sabe que tenía una gran olla de mondongo y había una larga cola de negras y negros esclavos que venían con la vajilla de plata de sus dueños para llevarse el mondongo de modo que ella despachaba a todos. Y de ahí quedó el nombre de Mondongo a la catalana. Parece que era una exquisitez, pero era otra forma de hacerlo porque había que sacarlo de la vaca y no venía como lo compramos ahora lavado en la carnicería, imaginemos el olor. Y la librería tuvo su época de esplendor, llego a tener cuatro plantas con ascensor. El edificio vivió varias modificaciones. La última fue en mil novecientos veinticuatro cuando su dueño lo había donado al Arzobispado de Buenos Aires y sigue siendo porque no lo puede enajenar. Y como hace unos años se declaró lugar de interés cultural para la ciudad de Buenos Aires, monumento histórico nacional por otro lado, y el año pasado la declararon en España la librería más antigua del planeta, o sea que los porteños podemos estar orgullosos por tener la librería más antigua del mundo.

*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Miguel Angel Avila

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