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Editorial Martes 28 de Julio de 2020

Inseguridad y violencia

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REDACCION

Por REDACCION

Ni siquiera hace falta conocer las estadísticas, porque la inseguridad hace rato que dejó de ser una "sensación", como expresó en alguna oportunidad Aníbal Fernández, durante el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

Desde hace un buen tiempo, el temor se instaló en la sociedad, a partir de los reiterados hechos que se suceden, cada vez con mayor frecuencia, no sólo en grandes centros urbanos, sino en ciudades no tan pobladas y en localidades pequeñas.

Simplemente, alcanza con encender el televisor y observar un noticiero para constatar la preocupante realidad que se vive, por ejemplo, en el Conurbano Bonaerense, donde recrudeció la violencia en los últimos tiempos.

La indefensión de los adultos mayores y particularmente de las mujeres, se constituyen en los blancos preferidos de los delincuentes, muchos de ellos, liberados masivamente de los penales bonaerenses, que vuelven a encontrar terrenos fértiles para reincidir.

Los motochorros, hoy tienen competencia, al margen que tienen una activa participación en la mayoría de los casos, porque no siempre es utilizada esa movilidad.

Delincuentes de a pie y hasta montando caballos, al mejor estilo del lejano oeste, como si fueran actores de una película del far west, desafían todos los límites imaginables a la hora de atacar a cualquier desprevenido, logrando, muchas veces, un botín de escasa monta.

Las salideras, como consecuencia de una reducción en las operatorias de los bancos, no suman demasiado para las estadísticas, pero sí lo hacen, por el contrario, las entraderas, aprovechando el ingreso de los automóviles a las cocheras o directamente entrando a los domicilios.

También los jóvenes que trabajan en los  servicios de delivery, son una presa fácil en el Gran Buenos Aires, el escenario más desprotegido y que reclama permanentemente soluciones que nunca llegan.

En nuestra provincia, el tema está generando similar preocupación entre las autoridades, porque la escalada no se detiene y las cifras no paran de subir.

Rosario, está claro, sigue mostrando un foco de conflicto que ya no puede sorprender, porque las bandas siguen operando con total impunidad.

Las cifras son alarmante y ni siquiera pudieron frenarse durante la pandemia, aún cuando se realizaron más operativos en las zonas calientes y se lograron desbaratar algunos grupos delictivos.

Una realidad que tampoco puede desconocerse, es la falta de equipamiento destinado a las fuerzas del orden. Se hace lo que se puede con el presupuesto que se dispone, se escuchó más de una vez.

Una explicación razonable, teniendo en cuenta el grado de delincuencia que viene manifestándose desde hace varios años en nuestro territorio y que debe asociárselo con el narcotráfico, particularmente en la mayor ciudad de esta provincia.

Pero no sólo crecieron los hechos delictivos, sino la violencia con la que hoy actúan quienes forman parte de la marginalidad.

Un simple arrebato, en cuestión de segundos, puede convertirse en tragedia, como tantas veces ocurrió luego del simple robo de una mochila, un celular o una recaudación no demasiado importante.

Pero la inseguridad, claro está, no es un patrimonio exclusivo de los grandes centros urbanos, como lo que hemos referenciado.

En esta ciudad y en diferentes poblaciones aledañas, también se ha logrado constatar una sucesión de hechos vinculados con la inseguridad.

La utilización de armas de fuego y también de las denominadas blancas, se reporta en la mayoría de las situaciones, tomando siempre en cuenta toda la información que se notifica por parte de los organismo de seguridad y de la misma ciudadanía, que las hace pública en los medios y en las redes sociales.

Como ya lo señalamos en un Editorial reciente, la inseguridad es la tercera pandemia, aunque hay quienes la identifican como endemia, aduciendo que definitivamente está enquistada en nuestra sociedad desde antes de llegar el coronavirus.

De las emergencias sanitarias y económicas, ya nos ocupamos en reiteradas ocasiones, como seguramente lo volveremos a hacer porque así lo exige el análisis de lo que sucede en el día a día.

Hoy, no podemos soslayar esta nueva oleada de inseguridad, que se puede observar a diario en imágenes que nos golpean muy fuertes y que generan sensaciones de impotencia de igual magnitud.

Los pedidos de justicia se multiplican en cada marcha. Los familiares y los amigos o vecinos de las víctimas, salen a la calle, siempre con la ilusión de encontrar una respuesta concreta a sus reclamos.

En la mayoría de los casos, esas manifestaciones sólo reciben palabras de consuelo, que están muy lejos de las reacciones que el pueblo necesita en momentos de una extrema dificultad, en los que la salud, la economía y la seguridad de las personas se ven seriamente amenazadas.

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