Por REDACCION
La distancia entre la gente y la política es cada vez más grande porque la segunda ha perdido la capacidad de avanzar hacia una transformación social que implique mejorar la calidad de vida de las personas. Las consultoras, que mediante sus mediciones periódicas buscan tener fotos actualizadas del humor social, advierten sobre un divorcio entre la política, las instituciones y la sociedad. El Gobierno nacional y los legisladores oficialistas mientras tanto intentan en forma desesperada emparejar a la prensa y la Justicia con el estado actual de la política.
Así, el ecosistema institucional y el contrato social del país se deteriora gradualmente. Con el diálogo ausente entre oficialistas y opositores, el problema se agrava.
En Santa Fe, la Legislatura no pudo construir consenso en torno a la ley de voto joven para que los chicos de 16 años o más puedan participar de las elecciones de presidente comunal, intendente, legisladores y gobernador del lugar en el que viven. Sí tienen el derecho a elegir a las autoridades nacionales, tanto al Presidente como a diputados y senadores, pero no pueden votar en los comicios provinciales hasta los 18.
Construir consensos en Santa Fe o en el Congreso nacional se ha tornado en una misión imposible. La mala ley de alquileres sigue vigente a pesar de los intentos por mejorarla, al final todo quedó en reuniones de comisión que no pudieron cerrarse con un acuerdo y el tratamiento posterior de una ley correctiva. Deberían hacerse cargo quienes votaron la actual ley de su pésimo trabajo, pensaron que iban a hacer un bien y terminaron haciendo todo mal.
La propuesta para sancionar la ley de alcohol cero al volante en un país de elevada inseguridad vial que cobra miles de víctimas cada año por siniestros en rutas y calles urbanas logró con esfuerzo media sanción en Diputados pero se trabó en el Senado. Y ni hablar de la Ley de Humedales, que beneficiaría directamente a la provincia de Santa Fe. O al proyecto para modernizar la justicia federal en el territorio santafesino, que también es rehén de la inoperancia de diputados y senadores nacionales que se empeñan en diferenciarse unos de otros todo el tiempo, sin poner el foco en la gente.
¿Qué importa que en Rosario hayan matado este año más gente que nunca antes? Ni siquiera esta estadística del horror tiene suficiente peso para que los diputados nacionales, inclusive los santafesinos, se esfuercen por coincidir y aprobar lo que necesita el pueblo. Y sesionan poco, y aprueban pocas ley.
No sería mala idea pagarles a diputados y senadores nacionales por productividad. Muchos no cobrarían nada a fin de mes.
El discurso del presidente, Alberto Fernández, para conmemorar el tercer aniversario de su gestión es el último ejemplo de la disociación de la política con el entorno. Desacreditado incluso por la coalición electoral que le permitió llegar a la jefatura de Estado en 2019, ayer habló del tipo de liderazgo que ejerce pero no pudo contar en el auditorio a cielo abierto montado en Plaza de Mayo ni con la Vicepresidenta ni con el ministro de Economía, sus principales "aliados". Tampoco con ministros más cercanos al kirchnerismo, ni con gobernadores peronistas excepto uno, el de Tucumán. ¿De qué liderazgos habla si casi nadie lo sigue? Dijo: "Les garantizo que me voy a poner al frente de todos, sin exclusión, para que en diciembre de 2023 el Presidente que asuma sea uno de nosotros". Debería preguntarle a quien lo eligió para que ocupe el cargo actual si está de acuerdo. Todo parece que no lo está. Dijo también: "No voy a permitir que, otra vez, los que han entregado al país y lo han puesto de rodillas, vuelvan a querer hacerse cargo de la Argentina que sólo le sirve a pocos". ¿Por qué no muestra igual firmeza para batallar contra la inflación, a la que le declaró la guerra en marzo pasado?
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