Por Víctor Hugo Fux
En mayo, la ciudad se va transformando de manera casi vertiginosa, para alcanzar el último domingo su mayor esplendor, gracias a un evento que proyecta su nombre hacia todo el planeta.
Desde que en el año 1911 se llevó a cabo la primera edición, las "500 Millas de Indianápolis" comenzaron a trascender, hasta llegar a ganarse un lugar muy importante en la consideración de los aficionados.
La capital del estado de Indiana, con una población estable de poco más de 800.000 personas, durante esos días crece de manera exponencial para superar claramente el millón de almas.
Aficionados procedentes de diferentes rincones del extenso país empiezan a instalarse desde muchos días antes de la competencia para disfrutar de las instancias previas de una fiesta popular incomparable.
Es una constante el hecho de observar, transitando por las amplias y ordenadas calles de la Capital Mundial de la Velocidad, a ciudadanos de distintos países atraídos por un espectáculo fascinante.
Los norteamericanos no dejan margen para la duda cuando expresan que la Indy 500 es "la carrera más famosa del calendario internacional". La mayoría de los analistas reconocen que esa definición está muy cercana a la realidad, pero no dejan de incluir, en un plano similar, a otros "clásicos" del automovilismo: el Gran Premio de Mónaco de Fórmula 1 y las 24 Horas de Le Mans.
Los tres competencias pueden ubicarse en la cima de las preferencias y así lo certifican sus antecedentes. La Indy 500, no obstante, puede exhibir, con legítimo orgullo, un privilegio que nadie se atrevería a discutir: su impresionante convocatoria.
Históricamente, una multitud que se acerca a la barrera de las cuatrocientas mil personas, refleja con absoluta certeza todo lo que es capaz de generar esta competencia, que se desarrolla en un escenario de poco más de cuatro kilómetros, que deberá recorrerse en 200 oportunidades.
Los promedios que se alcanzan en las tandas clasificatorias y que han superado en los últimos años la barrera de los 370 kilómetros por hora, aparecen como marcas escalofriantes. En ese aspecto, Indianápolis también marca un claro liderazgo.
Esa velocidad debe aceptarse como uno de los factores determinantes a la hora de adquirir los tickets, que salen a la venta al día siguiente de la competencia recientemente y tienen validez para la del año siguiente.
En este punto, es imprescindible rescatar un aspecto relacionado puntualmente con los valores de las entradas, que se mantienen inalterables durante mucho tiempo. Por ejemplo, entre 2010 y 2013, cuando se realizaron las primeras salidas grupales de Jachi Tour, la general siempre costó 80 dólares.
Los 33 protagonistas de la Indy 500 no solamente van por la gloria eterna el último domingo de mayo. También buscarán una recompensa, que por los distintos objetivos logrados, supera los dos millones de dólares.
Una de las visitas obligadas para quienes asisten a la carrera, debe programarse al Hall de la Fama, el museo del Indianápolis Motor Speedway en el que se exhiben la mayoría de los autos ganadores de las diferentes ediciones.
Entre las históricas máquinas, ocupa un lugar destacado el Colt Ford turbo con el que Al Unser Sr. se impuso en las 300 Indy, el 28 de febrero de 1971 en el autódromo "Ciudad de Rafaela" y que ganó ese mismo año en la Indy 500.
Trofeos, piezas de colección y un material fotográfico que resume una historia de más de un siglo, se despliegan en una escenografía cautivante.
Y, por qué no, teniendo a la fortuna como aliada, los visitantes pueden llegar a cruzarse en alguno de los pasillos a figuras legendarias como Emerson Fittipaldi, Mario Andretti, Johnny Rutherford o Anthony Foyt.