Por REDACCION
En el mundo del diseño, la sigla MAYA no tiene nada que ver con la milenaria cultura precolombina, ni con la simpática abejita que tanto nos divertía en la década de 1980. Es el acrónimo de Most Advanced, Yet Acceptable (más avanzado, todavía aceptable), un concepto del diseño industrial acuñado a fines de los años '50 por el diseñador Raymond Loewy, que sirve para definir el límite de la aceptación de los productos muy innovadores o novedosos por parte del mercado.
Ya por 1940, Loewy comprendió que las decisiones de compra de los consumidores están tensionadas por dos fuerzas opuestas: la neofilia, la curiosidad por las cosas nuevas; y la neofobia, el miedo a algo demasiado nuevo. Como resultado, nos sentimos atraídos por productos audaces, pero que tienen que brindarnos la seguridad de ser comprensibles. El umbral MAYA traza un límite entre los productos innovadores pero exitosos y los que han fracasado por ser "demasiado avanzados" para su tiempo.
La historia del diseño está plagada de esos casos en los que la solución parece óptima, pero los productos resultantes fueron demasiado diferentes a la norma establecida: "Demasiado rupturistas". Del mismo modo, son muchos los casos en los que un producto completamente novedoso calzó perfecto en el gusto y la aceptación de los consumidores. Es la diferencia entre ser MAYA o no serlo; la diferencia entre el iPhone y el Google Glass.
EL UMBRAL EN LA
INDUSTRIA AUTOMOTRIZ
Salvo los primeros tiempos -cuando el mismo automóvil como producto de consumo desafiaba todo lo establecido-, la industria automotriz siempre se ha manejado en forma muy conservadora con respecto al umbral MAYA. ¿Qué quiere decir esto? Que la tendencia es apostar mucho más por las formas familiares que por las novedosas y por eso la mayoría de los nuevos productos son variaciones evolutivas de sus modelos precedentes.
Hay una razón bastante simple: desarrollar un nuevo auto es algo carísimo, y un fracaso atribuible a su apariencia puede poner al director de diseño de patitas en la calle, o directamente condenar a un fabricante a la quiebra. Por eso, hacer un modelo rupturista requiere no solo mucha creatividad, sino de una dosis de valentía y auto confianza enormes. El mundillo del diseño y la crítica especializada tienen una tendencia natural a premiar estas propuestas osadas y diferenciales, pero a veces a los consumidores les importa poco la opinión de los especialistas. Es una verdad de Perogrullo, pero no es lo mismo opinar que comprar...
El umbral de aceptación se ha ido moviendo con el paso del tiempo. Antaño era más fácil que el mercado acepte propuestas innovadoras -diferentes- porque había mucha menos concentración y estandarización. Los departamentos de diseño tenían muchos menos condicionantes para experimentar e innovar, y el proceso de prueba y error era todavía tolerado por la gerencia de las empresas.
Sin irnos tan atrás, en los años '50 podían convivir -y competir- el Citroën 3CV, el Mini, el Fiat 500 y el Volkswagen Escarabajo, todos absolutamente distintos entre sí, y a la vez exitosos en el terreno de los autos populares. Hoy sería imposible pensar tanta diversidad -conceptual, mecánica y estética- en cualquier segmento del mercado. El estándar es mucho más homogéneo y los corrimientos cada vez más difíciles. El diseño ha pasado de un modelo de oferta (proponer soluciones originales y novedosas, confiando en que los consumidores las acepten), a un modelo de demanda (simplemente adaptarse a lo que el mercado ya da como aceptado). Aversión al riesgo, que le dicen.
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