En nuestra compleja trama económica, dos variables desempeñan un papel crucial: la tasa de interés y la inflación. Ambas están profundamente interrelacionadas y tienen un efecto directo sobre el poder adquisitivo de las personas y los costos de producción en las empresas.
Cuando la tasa de interés baja, el crédito se vuelve más accesible. Esto tiene un impacto directo en el poder adquisitivo de los consumidores, ya que les permite financiar bienes y servicios con menor costo de endeudamiento.
En este contexto, los hogares pueden adquirir productos duraderos, como electrodomésticos o vehículos y, como vemos ahora, tímidamente créditos hipotecarios para viviendas. De la misma forma las empresas pueden invertir en bienes de capital, financiándose a menores tasas, lo que implica una baja en los costos de producción lo que a su vez deriva en ofertas de productos de menor precio.
La inflación bajó fuertemente en Argentina, en especial la inflación esperada a futuro, pero no vemos que baje de la misma forma la tasa de interés, que si bien bajó, se mantiene bastante más alta que la inflación por venir.
Esto es debido a que, este estímulo, la baja de la tasa, no está exento de riesgos, ya que al mejorar el crédito aumenta la demanda de bienes servicios y si esta supera la capacidad de oferta, se generarán presiones inflacionarias, erosionando el mismo poder adquisitivo que se buscaba fortalecer. Por ello, toda política de tasas bajas debe ir acompañada de medidas que impulsen la productividad para evitar un desbalance entre oferta y demanda. Y si bien en este momento vemos mejoras en la economía argentina, la mayoría de ellas son financieras.
Con el superávit fiscal, el corte del gasto público, la emisión cero y la previsibilidad futura (aún sin presupuesto 2025 se da por sentado que el norte es el superávit fiscal), llegaron al país fondos financieros, que hacen subir los bonos, bajar el tipo de cambio y subir acciones. Estas últimas representan a la economía real, pero solo tenemos subas por más demanda sobre misma cantidad de acciones. Para llegar a que la economía real crezca, es necesario que veamos nuevas emisiones de acciones y como contracara nuevas plantas industriales, maquinarias, empleos, etc. Esto lo estamos viendo humildemente en minería, litio y petróleo, pero falta tiempo para que impacte en el resto de las actividades.
Conjuntamente tenemos la baja de la inflación que tiene un efecto positivo sobre el poder adquisitivo, ya que cada peso o dólar alcanza para comprar más bienes y servicios. Cuando la inflación se modera, se generan condiciones más favorables para el ahorro y el consumo a largo plazo -básicamente, previsibilidad y certidumbre-, incentivando la confianza de los agentes económicos. Este equilibrio es esencial para evitar distorsiones en los mercados financieros y en la economía real.
Desde la perspectiva empresarial, la tasa activa, aquella que los bancos cobran a las empresas por los préstamos, es un componente clave en el cálculo de los costos de producción. Si la tasa activa es elevada, las empresas enfrentan un aumento en los costos financieros, lo que se traduce en precios más altos para los consumidores finales o en menores márgenes de ganancia. En cambio, una tasa activa baja reduce los costos de financiamiento, permitiendo a las empresas invertir en expansión, tecnología o contratación de personal, mejorando su competitividad. Este escenario es ideal para fomentar el crecimiento económico sostenible, siempre y cuando el crédito sea asignado eficientemente hacia sectores productivos y no hacia burbujas especulativas.
La interacción entre la tasa de interés y la inflación requiere de un manejo cuidadoso por parte de los bancos centrales y los gobiernos. Un descenso de las tasas de interés puede ser una herramienta potente para estimular la economía, pero debe ser implementado en un contexto donde la inflación esté bajo control y exista un margen para expandir la oferta sin generar desequilibrios.
La clave está en encontrar un balance que permita aumentar el poder adquisitivo de los consumidores sin sacrificar la estabilidad económica. Además, se deben generar incentivos para que las empresas utilicen el crédito en proyectos productivos que generen empleo y desarrollo, evitando que la baja de tasas se traduzca únicamente en un incremento del consumo sin base productiva.
En la historia argentina reciente aprendimos que el camino hacia una economía saludable no pasa solo por manipular variables monetarias o el tipo de cambio, sino por fortalecer la capacidad productiva y mantener un control riguroso sobre las expectativas inflacionarias. En última instancia, una combinación equilibrada de políticas puede garantizar que el poder adquisitivo mejore y que los costos de producción sean competitivos, beneficiando tanto a los consumidores como a las empresas.
#BuenaSaludFinanciera
@ElcontadorB
@GuilleBriggiler