Por José Calero
A
pesar de los intentos fallidos por prorrogar el "congelamiento" de
precios hasta las elecciones de octubre, el gobierno debió ceder
ante la presión de hipermercados y alimenticias, y achicar de
10.500 a apenas 500 los productos que supuestamente se mantendrán
sin variantes.
Un repaso de la lista permite comprobar rápido que esa canasta
poco y nada podrá hacer por defender el golpeado poder adquisitivo
de los argentinos.
Razones más profundas explican el martirio al que viene siendo
sometido el bolsillo desde hace más de cuatro años, cuando el
gobierno empezó a perder la coordinación de las principales
variables macroeconómicas, con déficit fiscal, disparada del gasto
público y emisión más alta de lo aconsejable incluidos.
La política de "parche permanente" se convirtió en una mala
costumbre del gobierno cristinista, y eso se notó en el sector
energético, donde fue necesario echar mano de YPF, y en la caída
de reservas, ante lo cual se lanzó un controversial blanqueo de
capitales en busca de dólares que no llegan por vía de inversión
genuina.
El recalentamiento de precios fue subestimado por la gestión
económica y se quiso disimular el constante incremento en los
bienes y servicios con paritarias cada vez menos eficaces,
teniendo en cuenta que solo alcanzan a un universo reducido de
trabajadores y dejan en la cuerda floja a gremios chicos,
empleados en negro y desempleados.
Pero el ajuste constante de los precios de la economía -condimentado por un dólar barato cuya fuga debió frenarse vía el
cepo- provoca imprevisibilidad entre los actores económicos y daña
los proyectos de familias, además de herir de muerte una de las
principales virtudes de cualquier economía, la capacidad de
ahorro.
Como no saben en qué ahorrar, los argentinos reciben los pesos
y optan por correr al supermercado o a la cadena de
electrodomésticos para comprar -a un costo cada vez más alto-
antes de que los productos aumenten.
Esa realidad, alejada solo por ahora de la hiperinflación
alfonsinista o la sufrida en los inicios del menemismo, debería
igual poner en alerta a la presidenta Cristina Fernández, a quien
sus colaboradores parecen empecinados en transmitirle un mundo
color de rosa.
Pero la jefa de Estado no es "idiota", como ella misma lo
aclaró en su duro discurso en Lomas de Zamora en el que le apuntó
a Daniel Scioli por no defenderla, y por eso viene cargando duro
contra los formadores de precios y los empresarios por las
remarcaciones.
Tal vez nunca lo reconozca, pero Cristina sabe que inflación e
inseguridad (acaba de cambiar a la ministra Nilda Garré) son las
principales deficiencias del modelo por estas horas.
Eso explica también que haya lanzado el plan "Mirar para
cuidar", el cual pensó inicialmente poner en manos de La Cámpora,
pero luego recapacitó al darse cuenta que era una jugada riesgosa.
Por eso le pasó la pelota a los inspectores y los municipios,
por ahora apenas medio centenar, donde se efectuarán las
supervisiones más férreas.
No es que Cristina haya desconfiado a último momento de La
Cámpora, la agrupación que regentea su hijo Máximo y donde la
estrella es el diputado Andrés "Cuervo" Larroque.
La jefa de Estado buscó preservar a su militancia ante el
probable imponderable de que el control de precios falle y la
inflación continúe erosionando las bases del modelo.
A esta altura de los acontecimientos, la Presidenta solo parece
confiar en la lealtad ciega de la militancia que jura armar
"kilombo" si los "gorilas" la "tocan".
"Ustedes son mi vanguardia y mi retaguardia", los elogió la
jefa de Estado en su último acto, casi resignada a son cada vez
menos los sectores de su movimientos dispuestos a poner el cuerpo
por ella.
Fue una forma de reconocer su convencimiento de que ante el
primer traspié severo que sufra su administración -y allí la
economía desempeña un rol clave-, muchos podrían abandonar el
barco con la velocidad del rayo.
La presidenta también admitió estar "cansada" de ser blanco de
ataques, pero aclaró enseguida que no "cansada de gobernar".
En medio de estas palabras, el 10 de diciembre de 2015 el
"kirchner-cristinismo" cumplirá doce años y casi ocho meses en el
poder.
Un tiempo más que prudencial para pensar en la hora de la
renovación de cualquier proyecto político-económico.
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