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Suplemento Economía Domingo 21 de Julio de 2013

La dinámica social

El caso de una empresa que se instaló en una zona alejada del pueblo pero con el paso de los años quedó rodeada de casas. Los efectos de la actividad comenzó a molestar a los vecinos. ¿Y ahora?

Fernando Solari

Por Fernando Solari

Toda actividad legal encontrará empresas dispuestas a invertir

para alcanzar el máximo posible de desarrollo integral; tanto del

negocio, como de la empresa y los grupos relacionados con ella.

Ningún empresario sería tan insensato como para llevar adelante

un plan de negocios que no tenga en cuenta a todos aquellos que

están relacionados con la actividad que ha decidido llevar a cabo

y mucho menos con cuestiones que se sepa de antemano que van a ser

rechazadas por la comunidad.

La planificación es vital como punto de partida para cualquier

iniciativa empresarial; luego, la vida continúa.

Hace mucho más de 50 años un visionario decidió poner los silos

y la planta de producción en su pueblo natal analizando con

precisión, y previendo con destreza inusual el futuro, para

ubicarlos en un sitio estratégicamente insuperable.

A una distancia prudente del pueblo como para que nadie tuviera

al desplazamiento como excusa que impida sumarse al emprendimiento. 

Frente a la estación de tren de la localidad vecina para que

las cargas -y los posteriores desplazamientos- fueran simples,

económicos; sumando eficiencia a la empresa.

Visión, dedicación, esfuerzo, talento, cuidado de los detalles

fueron en gran medida los ingredientes que llevaron a la empresa a

crecer hasta llegar a superar la media docena de plantas en todo

el país.

Distribución propia y crecimiento fronteras afuera son

algunas de las razones suficientes como para que el orgullo crezca

tanto como la empresa y la sensación de haber hecho las cosas bien

desde el principio se refleje en la realidad.

Hoy, el crecimiento -en buena medida impulsado por el mismo

emprendimiento- sitúa al silo y la planta en medio del pueblo.


Nadie decidió relocalizarlos; simplemente el crecimiento del

pueblo los dejó en medio del progreso. Así es como termina rodeado

de vecinos entre los que se encuentra una escuelita con muchos

niños de la localidad.

A la magia del progreso, al encanto del crecimiento le salen

algunas pecas que incomodan a los nuevos vecinos. Las plantas

hacen ruido, generan una dinámica que se disfruta como el

movimiento de una orquesta que ejecuta la sinfonía que deleita a

quienes están vinculados con la empresa y perturba a quienes

prefieren otra música o el silencio.


Sucede que -alguna vez- se puede filtrar algo de cascarilla en

el tránsito del silo a la planta y en la escuelita vecina los

chicos reaccionan con una alergia que inquieta a sus padres.

Enterada del malestar la empresa decide visitar la escuelita

sin olvidar llevar regalos y presentes; productos, merchandising y

todo lo que les encanta a los chicos.


Respuesta simpática con alegría de compromiso hasta que al

episodio único se le ocurre repetirse y ya no hay voluntarios para

la convocatoria de selección de quién visitará a la escuelita con

regalos.

Algo increíble acaba de ocurrir; son los "nuevos" vecinos

quienes no quieren tener como vecino a quien fue -en alguna

medida- el artífice del desarrollo que les permitió llegar hasta

donde los llevó el crecimiento del pueblo.

Una situación que podría parecer hasta insolente -en algún

punto y dependiendo de dónde se la mire- pero que es más habitual

de lo que parece.

La vida suele llevarse puestos los planes mejor diseñados y

nadie puede reclamar que se respeten sus privilegios cuando la

realidad ha cambiado. Lo que era cierto en un momento puede dejar

de serlo en el instante siguiente porque las relatividades son

dinámicas.


Los logros hay que validarlos y adaptarlos a las circunstancias

siguiendo su dinámica.

En el ejemplo, real aunque levemente modificado porque el valor

no está en el protagonista sino en su capacidad de poner en

evidencia un modelo que se repite, hay dos puntos centrales.


Cuando la realidad cambia es la empresa la que se adecua a

ella. Nunca el entorno, especialmente si se trata de la comunidad.

Es la empresa la que tiene que desprenderse del anclaje emocional

y hacer lo necesario para relocalizar la planta poniendo su

talento y creatividad en hacer de la mudanza una acción de valor

empresaria y comunitaria de alta sinergia.


En segundo lugar, los intentos por transformar los episodios en

simpáticos eventos solo generarán una distancia que predispondrá

cada vez de peor forma a los nuevos vecinos que tienen derecho a

reclamar que no haya una planta lindera con sus hogares y las

escuelas donde van sus hijos.


Si algo hace la RSE es tejer las relaciones entre empresa y

comunidad; tejido que se conforma con hilos de razón y nudos de

emoción donde, si las emociones que genera la empresa son

negativas los nudos se desatan precipitando las cosas sin chance

de contención.


Los vecinos no reclaman regalos, aspiran a una vida mejor y esa

es una de las posibilidades que permite prever el diálogo del que

se nutre la RSE y mantener la relación en armonía aplicando las

herramientas de gestión que maneja.

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