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Suplemento Economía Domingo 5 de Abril de 2015

El Gobierno confía en llegar a fin de año sin cimbronazos

Más allá de las dificultades, en el Gobierno están convencidos de que no habrá tormentas fuertes en lo que resta de la gestión. Sin candidatura definida, Kicillof se reparte en su función como ministro y en la campaña.

José Calero

Por José Calero

Con

la estrategia de aplicar ajustes graduales y permanentes

intervenciones en la economía, el gobierno aspira llegar al 10 de

diciembre próximo sin sufrir demasiados sobresaltos capaces de

desestabilizar el final de mandato, y tal vez por ello Axel

Kicillof comenzó a moverse casi como candidato.


Si bien el mecanismo de emparchar problemas ajustando variables

aquí y allá desnuda ausencia de un plan global de largo aliento en

pos del desarrollo, la Casa Rosada opera más pensando en el día

después, cuando Cristina Fernández deba dejar el poder.


"No vamos a dejar ninguna bomba porque estamos pensando en

quedarnos", subió la apuesta el ministro de Economía.

Pero ¿quedarse con qué? ¿Cuál es la herencia que dejará el

kirchnerismo tras dilatados 12 años en el poder?

Es la pregunta que buscan responder quienes a diario toman

decisiones en la Argentina, preocupados por el enorme gasto

público, el desequilibrio de las cuentas, el entramado casi

indescifrable de subsidios, la emisión descontrolada y otros

problemas.


Kicillof es un ministro de Economía a poco de cumplir 44 años y

cada vez más dedicado a la campaña electoral, a quien la

presidenta Cristina Fernández le endulza el oído haciéndole saber

que es uno de sus preferidos.

Como hizo con Amado Boudou en 2011 y antes, a través de Néstor

Kirchner, con el radical Julio Cobos en 2007, Cristina aspira a

elegir en forma unilateral quiénes serán los principales

candidatos, y allí Kicillof tendría un rol preponderante.


El martes, día de la medida de fuerza que paralizó la

actividad, el jefe de Economía eligió irse al sur, y por eso no se

lo vio junto a la presidenta en el colorido acto en La Matanza.

Viajó en avión privado y estuvo rodeado de fuerte custodia. Un

periodista neuquino dijo que el ministro había sido apedreado tras

un acto y uno de sus guardaespaldas resultó herido.

Kicillof no lo dejó pasar: "Ni una piedra, ni agresiones, sólo

entusiasmo y afecto; y con más de 2.000 testigos", tuiteó.

El ministro fue a Neuquén para "fortalecer" la imagen del

kirchnerismo en esa provincia, según hicieron trascender sus

allegados.

Allí llegó para apoyar a los candidatos K, Ramón Rioseco y

Alberto Ciampini, con quienes dialogó casi en campaña.

Contribuyó así a fortalecer la idea de que podría integrar la

fórmula del Frente para la Victoria, tal vez como vicepresidente.

Quiénes presenciaron sus charlas con candidatos y empresarios

en la Patagonia sostienen que el ministro captó rápido el estilo

presidencial: habla y baja línea, pero no escucha.

Nada de llevarle reclamos o hacerle notar que hay cosas que no

funcionan.

A los pocos que se animaron a mencionarle que la

economía atraviesa un momento de desaceleración, les reiteró lo

mal que está el mundo y cómo la Argentina logró diferenciarse

gracias al "modelo".

Se sabe, en el kichnerismo hay poco espacio para la duda, la

certeza es un dogma y hay nulo lugar para la autocrítica.

Kicillof es un fiel exponente de esa ideología blindada.


A pesar de que esa provincia está gobernada por Jorge Sapag,

líder del Movimiento Popular Neuquino y aliado del gobierno,

Kicillof dijo que hacen falta más gobernadores "consustanciados"

con el modelo.

Fue al darle su respaldo al candidato a gobernador K, Rioseco,

quien viene criticando la "falta de inversiones" en la provincia.

Dicen que la presencia de Kicillof no le hizo gracia a Sapag.


Pero el ministro no sólo fue a respaldar candidatos a varios

kilómetros de la Ciudad, sino que días antes había invitado al

presidente de Aerolíneas Argentinas, Mariano Recalde, a participar

de la firma de acuerdos de la Red Comprar. Allí pronunció el deseo

del gobierno de quedarse.


El ministro debió defender con uñas y dientes el impuesto que

grava los salarios y genera mal humor en más de un millón de

trabajadores y sus familias.

También buscó despegarse del fracasado intento que protagonizó

junto a Aníbal Fernández cuando el lunes último intentaron

convencer a empresarios del transporte de sacar algunos colectivos

y micros a la calle para atenuar la magnitud de lo que se venía.


Por las dudas, les recordaron los subsidios millonarios que

cobran y les pidieron transmitírselo a sus trabajadores.

Pero ya era tarde, la huelga estaba instalada y las calles

desiertas en los principales centros urbanos fueron un mal trago

que ni siquiera el entusiasmo de los militantes de la empobrecida

La Matanza -castigada por la inseguridad, la falta de servicios

adecuados de salud y los problemas de infraestructura- pudo

mitigar en el mal humor presidencial.

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