Por REDACCIÓN
Por Hugo Borgna
No alcanzaría una vida, con o sin laurel, para saludar con respeto y admiración a Gustavo Leguizamón. Pero él, con paciencia de permanentes tiempos vivos, espera sentado frente a una confitería de Salta, frente a la plaza tan cercana al cabildo, haciendo lugar para un acompañante.
Con todo, es bueno aconsejar a quienes se sienten junto a él en la estatua, que no se tomen confianza. No lo abracen. Si bien no lo tomará a mal, puede ocurrir que alguna vez, si le pasan el brazo por sobre el hombro que, cansado de esas confianzas fuera de programa, obligue como compensación al visitante que cante -por ejemplo y bien entonada- alguna de sus zambas.
“En lo verde laurel de tus ojos el misterio del bosque se asoma y la vida otra vez vuelve flor de tu piel bajo el sol de muchacha y aroma”
El Cuchi y Manuel Castilla representan una dualidad consagrada (como Falú y Dávalos, entre otras) por eso se tiende a pensar que la letra de “Zamba del laurel” fue escrita por Castilla. Pero no, es una poesía de Armando Tejada Gómez: el Cuchi no se privó de nadie al momento de musicalizar, también lo hizo con textos de Pablo Neruda y otros entrañables del parnaso americano.
“Déjame en lo verde celebrar el día porque por lo verde regreso a la vida, yo muero para volver juntando rocío en la flor del laurel”
Tejada Gómez creó una belleza permanente haciendo interactuar elementos de la vida diaria, como el color verde, la flor del laurel, una muchacha representativa y el transcurrir de la existencia como un esquivo río.
“Si lo verde supiera tu nombre la ternura no me olvidaría porque viene de vos, puro y simple el verdor como el simple verdor de la vida”
Gustavo “Cuchi” Leguizamón escribió más de 800 obras, sin contar los primeros elementos musicales con que experimentó de niño. Jugaba con las notas como cómplices compañeros de creatividad. Una quena fue el primer elemento de que se valió para ejecutar casi completa la ópera El barbero de Sevilla. Luego aprendió guitarra y bombo y, solo después, el piano.
“Se me ha vuelto cogollo el silencio de esperarte a la orilla del río, y me gusta saber que un aroma a laurel te llenó de rocío el olvido”
Se recibió “también” de abogado, en La Plata en 1945. En sus casi 83 años que culminaron el 27 de setiembre de 2000 sus melodías -en forma de zamba con baño de canción que se adhiere fácilmente a los sentidos- pasaron a ser patrimonio de lo emocional de dos o más generaciones. Continuirá si es que no se apaga (por el momento imposible) el emblemático Balderrama.
Fue un músico completo, abierto a todo lo que fuera pentagrama, sonido y armonía. Fue amigo y compartió sesiones con Luis Spinetta, Fito Páez y Lito Nebbia; distinguido con la orden del Tornillo, creada por Benito Quinquela Martín destinada a los que hicieran un arte de la vida en creación, habiendo dejado para la sociedad un legado humanitario; y sugiriendo, con admiración y realidad que a los artistas mayores les falta o tienen flojo un tornillo, con la recomendación de no ajustarlo.
“Déjame en lo verde celebrar el día porque por lo verde regreso a la vida, yo muero para volver juntando rocío en la flor del laurel”
Hay una pequeña cuestión que no vamos a mencionar en todos sus detalles: el origen de su apodo simpático y pintoresco. No le quita mérito pero no es bueno que a alguien con toda su trayectoria, se lo asimile a un “cuchi”.
Le quedó de cuando era niño, del ámbito familiar. Cuchi es el nombre que se le da a un habitante de la granja, involuntariamente elemento de la industria.
Con ese dato, atentos lectores, ya están en condiciones saber el porqué de “Cuchi”.