Por Victor Corcoba Herrero
Somos pura contradicción. Cada día estamos más alejados entre sí, invertimos más dinero en armamento militar que en programas de cooperación y recursos internacionales, y esto nos cerca el ánimo soñador y nos acerca a la muerte sensible, hasta volvernos piedras y muros intransitables. Realmente aún nos hace falta despojarnos del maquillaje hipócrita, cambiar de vida y retornar al abrazo sincero, a la disposición permanente, siendo más próximos hacia todo y hacia todos. De lo contrario, no habremos tomado el camino exacto. Nos vendrá bien comenzar a acariciar con la mirada y perder también la sordera para oír la queja de nuestra propia conciencia. Hoy más que nunca, necesitamos luz para conocer lo que sucede dentro de nosotros y valor para reprendernos. Esta es la gran obra de amor: conocerse y reconocerse en primera persona.
En efecto, el momento no ayuda, aunque la liberación de la palabra a través de la tecnología digital sea un inmenso avance, pero las redes sociales también han ampliado la difusión de información que nos incita al odio, con un aluvión de falsedades que nos dejan sin alma. De entrada, el retroceso es evidente, si la tecnología no considera los derechos fundamentales.
Además, también nos falta acercar los buenos modales o la sabiduría de la ciencia para que los individuos tengan los conocimientos necesarios y, de este modo, puedan elegir sus opciones. Olvidamos que todo hay que compartirlo y ofrecerlo, también el mundo de la investigación, para crear confianza y hacer familia. Obviamente, la humanidad tiene que hermanarse para poder armonizarse con todo lo que le circunda. Será otra de las grandes ocupaciones de entusiasmo: fraternizarnos para corregirnos, haciéndolo en justicia y con humildad.
Desde luego, cada obra de amor, llevada a buen término desde el corazón, siempre logrará acercarnos. Lo importante es no desfallecer jamás en el espíritu donante, hasta el extremo de dar un lugar primordial, al principio de solidaridad. No podemos continuar bañándonos con este aire de contrariedades, de mentira permanente, si en verdad queremos restituir la concordia, para salvar a la humanidad de su destrucción.
Reforzar la sensibilización pública sobre el papel cotidiano de los días, en todos los campos vivientes, es fundamental para tener sociedades pacíficas y sostenibles. Lo vital es entroncarse al camino correcto y no tirar la toalla nunca, seguir adelante siempre con brío conciliador, fortaleciendo las buenas y sanas relaciones, defendiendo las atmósferas del paso con espíritu ecuménico, reeducándose en el diálogo y en el respeto a los demás.
Tampoco podemos omitir las situaciones. Millones de personas sufren soledad, aislamiento, ansiedad y depresión. Esto no es bueno para nadie. Sin embargo, el gesto de cercanía entre sí, es algo innato que nos fraterniza. Tampoco es humano lavarse las manos ante los problemas de nuestros análogos. El aliento en comunidad es el mejor bálsamo de vida, alivia el sufrimiento humano y nos junta a cultivar el consuelo, con la ternura de la compañía; pues, las diversas amenazas, nos ponen a todos en peligro.
Ahora bien, en esta apuesta por la cercanía, hay que tener los objetivos bien claros, como el de promover la salud universal o el de crear un cosmos más seguro, que hemos de reconstruir entre todos. Nadie puede quedar fuera de capítulo. La buena vecindad, sin duda, es lo que nos hace crecer y evolucionar. Sólo a través del amor recíproco se pueden reconducir historias y laborarse el bien de la humanidad.
Por desgracia, caminamos cada amanecer sin apenas apoyo de nadie, lo que dificulta la implicación con las diversas realidades, que son muchas y variadas. Callarse y cultivar la soledad no cambiará nada. La tarea de volvernos cercanos, naturalmente, que hará un planeta mejor. No hay que tener miedo a trabajar en concurrencia, en alzar nuestras voces con la lealtad debida e injertar abecedarios que nos reanimen en la búsqueda de lo justo, antes de que las entretelas se vuelvan oscuras.
Parece que esta noche ha caído sobre muchos, que caminan abandonados, solitariamente solos; y que, en todo caso, tampoco ven más allá de su propio interés mundano. Quizás uno tenga que salirse de sí, para realizar composiciones de afecto, que son las que efectivamente nos llenan de alegría. Esto es sabiduría: contribuir a desvivirnos por vivir, en el gozo de cohabitar y de entenderse/atenderse. Dicho queda.
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