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Notas de Opinión Domingo 4 de Agosto de 2024

Venezuela duele

“Cuando el miedo muere nace la libertad.”

Por Marcos Delfabro

Casi un cuarto de siglo pestañando y la basura sigue allí. Lo que en un principio era una simple incomodidad que desdibujaba el horizonte haciendo lagrimear, se hizo eterno dolor que fatiga el alma y desgarra desde la profundidad gritando “esto no da para más”. Molestia del destino que no deja ver más allá de un entorno borroso, incómodo y punzante. Desagradable sensación de impotencia que ni las aguas del Salto del Ángel pudo quitar con su maná de pureza. Tampoco la cristalina caribeña pudo hacer brisa fresca sobre rostros ávidos de esperanza, en ninguno de los fallidos intentos cada seis eternos años cuando la luz se hacía añicos.

Mentiras que laceraron. Párpados que oscurecieron sueños y la belleza de iris multicolores tan variados como los de un pueblo de olvidadas sonrisas que desde hace años, lustros… décadas llora no de alegría, no de emoción, sino de crudo dolor. Porque esas miradas duelen tanto de día buscando el sol entre tormentas, como de noche entregadas a un supuesto descanso haciendo guardia ante el amanecer negado.

La piedra se hizo callo y el callo ulceró las esperanzas de más de una generación, como vino picado de casi veinticinco años, que lejos de saber bien por añejo lo es agrio por vinagre, desangrando paladares a los que se obliga beber tan desagradable brebaje de injusticias, atropellos y crueldad sin igual. Maldita mugre. Maldita basura. Maldito el día en que el destino adormecido lo dejó entrar. ¿Por qué será que el hombre es un animal que no aprende de sus errores y cuando parece hacerlo el mismísimo yerro se come al huésped que alguna vez lo invitara a pasar?

Venezuela duele. Hace mucho que aquella molestia se hizo lunar en el lugar más incómodo donde hasta la lágrima brota como ácido sin cesar. Mientras un aguerrido pueblo lo intenta una vez más, la lacra como garrapata se niega a abandonar su puñal de cruel desgarro. Pero, bajo el manto santo de creyentes, acariciado tal vez por una última oportunidad, un puñado de soberanos valientes se atrevió a cabalgar una cruzada sin caballo, sin montura, sin sable ni salvas, sino con la sola convicción de que esta vez no será igual. Un pueblo se juntó tras una heroína llamada Esperanza y bajo las carnes de una gallarda fémina que desborda a la vez que dulzura de madre, energía de astuta estratega.

Su bandera no fue solo la lucha sino la concordia, la promesa de “Volver a Ser”. Traer de vuelta a las ocho millones de semillas arrojadas al mundo y permitirles dar fruto en su propia tierra, fijando vergeles y cubriendo de vida a la putrefacta fuente de pesares que casi enceguece a un pueblo al que la luz pareciera dejar de bendecir. Mujer valiente blandiendo su enorme sonrisa. Junto a ella el hombre sabio de templanza y aquí sí de añeja experiencia. Encastre de precisión con el que enfrentar al tirano punzante que casi deja a la tricolor bolivariana tuerto de más de una estrella. Este es el momento de actuar. La embestida final. Y si hay mucho que perder al hacer, más lo hay al pestañar.

Es ahora o nunca. Con una única armadura que es la de la soberana Verdad y una estrategia que debe ser la agudeza ante el arrebatador inmaduro flanqueado por su pandilla asesina que solo sabe de persecución, odio, mentira y un pretendido eterno perdurar. La libertad se conquista abrazados a la certeza de la inquebrantable unión, y con la fuerza de las urnas como guía y destino que clama por su honra y defensa a como de lugar. Es ahora o nunca. Ella lo sabe. Él lo sabe. El país lo sabe. El mundo consciente lo sabe. Y aquel otro que asquerosamente aún calla y se niega a mirar, también lo sabe y por eso el destino a su tiempo también lo juzgará.

A Corina, a Edmundo, a los millones de venezolanos en su terruño y a los soplados al viento, les digo a la distancia y sin tonada, hincado en la tierra de mis convicciones, que soy de los muchos que ruega por el éxito de su epopéyica patriada. Recuerden que si la basura entró en el ojo de su democracia, solo las voluntades de un pueblo fuerte hará que se quite guiados desde la par por su otra sabia mirada. El destino lo dice. El prócer de verdaderos y merecidos monumentos lo vislumbró proféticamente “Maldito el soldado que apunta su arma contra su pueblo” (Simón Bolívar).

Es ahora o nunca. Hagan de la piedra, la mugre, el callo, la úlcera, la lacra, la garrapata una triste basura sobre la que sembrar los retoños de quienes sí se merecen volver a empezar.

(*) Licenciado en Publicidad ( [email protected] )

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