En 1961, por vez primera leí textos suyos, los cuentos de Ficciones. En aquel momento, fascinado, experimenté la sensación de estar frente a una clase única de mágica literatura, una literatura que no tenía semejantes y que, por ende, era incomparable, en la acepción absoluta del término. Así lo sentí en 1961 y así lo ratificaron, y con creces, todos los años que corrieron desde entonces. Mis lecturas de Borges han sido siempre espontáneas, siempre reiteradas, siempre placenteras. En un mundo en que todos recibimos, y entregamos, cosas buenas y cosas malas, mi principal sentimiento hacia Borges es la gratitud por todo lo bueno que me dio y que me da. ¿Qué me interesó…? Digamos, mejor, qué no me interesó de Borges: me interesó absolutamente todo.
Cómo y cuándo logré las siete conversaciones con Jorge Luis
Corría 1969. La diminuta editorial que había publicado mi primer libro de cuentos pensó en organizar una colección de entrevistas a escritores. Y, sin brindarme la menor infraestructura, el dueño me preguntó si yo me atrevía a intentar alguna. Como, en cuestiones literarias, suelo tener mucha confianza en mí mismo, me ofrecí a, ¡nada menos!, realizar un reportaje al más grande entre los grandes. Pero, como ya dije, debería arreglarme solo. Tenía veintiséis años y todo el entusiasmo del mundo. Llegué, pues, a la Biblioteca Nacional, de la que Borges era director, en la calle México al 500. Subí una larga escalera y, con tímidos nudillos, di unos golpecitos en la puerta del despacho de Borges. Salió una señora, imagino que su secretaria, y me preguntó qué deseaba. Le expliqué que mi propósito consistía en realizar un libro entero de conversaciones con el maravilloso escritor. Ella me dijo que esperase un poco y entró en el despacho de Borges. Un segundo más tarde, y con el peligro de enviarme a la muerte mediante infarto múltiple, salió al pasillo ¡el mismísimo Borges! Volví a explicar mi propósito, y a él le pareció muy bien, y me dijo que era cuestión de organizar las visitas: una vez por semana o cada quince días… En fin: lo que quiero destacar fue la actitud de Borges: era el más importante autor argentino del siglo XX y uno de los más importantes del mundo entero; sin embargo, en lugar de hacerse desear o de interponer obstáculos -como habrían hecho tantos pelafustanes de tercera de ascenso-, me trataba con toda llaneza y me facilitaba la tarea. Y así fui componiendo el libro. Yo tomaba el colectivo 93 en Bonpland y Paraguay, Palermo, y viajaba hasta Paseo Colón y México, San Telmo, portando el gigantesco grabador de cinta descubierta, creo que marca Philips, que pesaba quinientas cuarenta y siete toneladas, y una carpeta con algunas preguntas posibles. No obstante, una vez que comenzaba la entrevista, la conversación fluía hacia comarcas inimaginables, de modo que el resultado siempre resultaba sorprendente. Una vez en casa, yo desgrababa los diálogos en mi amadísima máquina Remington Rapid-Riter -que conservo con devoción desde el año 1960-, y así fui confeccionando el original, hasta que el libro estuvo concluido. Lo malo fue que, cuando el libro estuvo concluido, también la editorial que me lo había encargado estaba concluida: ya no existía más. De manera que me quedé con un original mecanografiado, interesantísimo, y sin saber qué hacer con él. Además, por mi juventud y por mi falta de experiencia y de relaciones, no sabía a quién acudir… Era, creo, el año 1970, y al fin el libro pudo publicarse por primera vez en 1974, en una edición bastante modesta desde el punto de vista gráfico. Andando el tiempo obtuvo nuevas ediciones mucho más elegantes que la primigenia, la última de las cuales pertenece a la Editorial Losada.
Y las que compartí con Bioy Casares
Aquí todo fue más sencillo, porque en mil novecientos ochenta y ocho yo ya no era un desconocido y tenía, desde hacía años, una buena relación con Bioy, aunque nunca se me hubiera ocurrido jactarme de haber sido amigo de él y mucho menos atreverme a llamarlo Adolfito, tal como, según parece, lo llamaban así hasta quienes no lo habían visto jamás. Así y todo, hubo algún inconveniente serio -la hiperinflación de 1989-, pero el libro por fin fue publicado por Sudamericana en 1992, y también alcanzó varias reediciones.
Qué aprendí de ellos a favor y en contra
Sin que ello implique el menor menoscabo hacia Bioy, debo decir que la experiencia alucinante la tuve con Borges. ¡Esa erudición, esa sapiencia, esa dicción oral de perfecta cohesión gramatical…! Ah…, y su maravilloso sentido del humor. Recuerdo que, una vez, le pregunté por cierto poeta, de más fama fabricada que merecimientos genuinos, y Borges, poniendo cara de niño inocente, me dijo: “Bueno, es muy difícil hablar de él sin calumniarlo”. No pude contener una carcajada estentórea.
Por qué decidí ser escritor
En realidad, no decidí nada. Las cosas se fueron dando, digamos, de modo natural. Uno lee, uno escribe, llega el momento de publicar, sale un libro, sale otro… Es cuestión de dejarse llevar y de no enloquecerse con impaciencias ni ansiedades.
Qué temas me interesan a la hora de desarrollar una idea
Indefectiblemente me visitan los temas insólitos, improbables y/o fantásticos. Son los que me gustan, son aquellos en los que me encuentro cómodo y son los que, según creo, me salen bastante bien. Es, precisamente, la clase de literatura que me gusta leer: las historias donde ocurran -es más fácil decirlo que crearlas cosas raras. Por lo tanto, es casi superfluo declarar que siento una admiración infinita hacia el prodigioso Franz Kafka y considero que El proceso es la novela más hermosa que he leído en el transcurso de una vida en que, aunque no he leído lo suficiente, algo he leído. Y, haciendo abstracción de Borges, que está, digamos, “fuera de concurso”, creo que el narrador argentino más importante del siglo XX es Marco Denevi. Me parece que, inclusive, es superior a Cortázar. Y superior a Bioy, sin ninguna duda.
Cómo es mi modalidad de trabajo siendo que es mi profesión
No tengo ninguna disciplina ni ningún método oficinesco de horarios o de rutinas. Pero, cuando redacto, sí escribo siempre de la misma manera: la primera redacción es una especie de catarata en la que pongo todo lo que se me va ocurriendo mientras tamborileo, a la gran velocidad que me permite mi destreza de dactilógrafo Pitman, en el teclado de la computadora. El material es, deliberadamente, excesivo, pero, según dicen, lo que abunda no daña. Una vez que tengo terminada esa primera caótica historia, la dejo “descansar” cuatro o cinco días sin tocarla, para olvidarla un poco y así poder más tarde advertir, con más lucidez, los errores, desatinos, defectos de construcción, inverosimilitudes, contradicciones textuales… Y entonces empiezo la agradable tarea de la reescritura: agrego, quito, reelaboro, modifico los lugares de los párrafos y el orden de los sucesos, cambio el nombre de los personajes, elijo unos topónimos y elimino otros, etcétera, etcétera…, procurando, siempre, que el lector entienda al instante lo que está leyendo: soy enemigo de la confusión y de la torpeza expresiva, que algunos quieren confundir con profundidad de pensamiento. Y así continúo unas cuantas veces, hasta que arribo a lo que me parece que puede ser el producto final.
¿Las redes sociales favorecieron a la literatura?
No sé, no tengo la menor idea… En la computadora solo uso el correo, el Word, el YouTube y alguna cosita más que no sea complicada, pues cualquier dificultad técnica puede ponerme los pelos de punta, de modo que trato de evitarla.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Fernando Sorrentino
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