Me resulta muy agradable hacer este tipo de reflexión pues me lleva de vuelta a los dieciocho años que viví en mi país de origen. Nací en Bucarest, la capital de Rumanía en el año 1991. Me gusta decir que le debo mi concepción a la democracia porque pertenezco al pequeño “baby boom” de después de la caída del comunismo en 1989. Llegué a vivir en una tierra de grandes contrastes entre la sed de libertad y democracia y el esfuerzo de las antiguas estructuras, de replegarse o reformarse. Creo que ha sido durante aquella época en la que, inconcientemente, se me han inculcado las ganas tremendas de viajar y de observar diferentes maneras de vivir de otras naciones. Le debo, probablemente, a esas ideas y a la educación un tanto estricta y, a la vez, multidisciplinaria el hecho de que haya decidido hacer mis estudios universitarios en el extranjero. Volviendo a mi Rumanía natal, es un lugar que exuda historia, tumulto, diversidad e incluso eclecticismo. El relieve es extremadamente diverso, con un tercio de la superficie del país ocupado por montañas -Los Cárpatos- de las que decimos en el folklore que “son hermanas del rumano”. También, el Mar Negro baña una pequeña parte del este del país y recibe las aguas del Río Danubio. Antes de desembocar en el mar, éste forma en Rumanía uno de los mejores conservados deltas de Europa. Es una tierra increíblemente bella de marismas y pantanos con innumerables especies de aves sobre las que se han escrito algunas novelas de aventura que me fascinaban de pequeña. La ciudad de Bucarest en sí es una mezcla entre la arquitectura de inspiración francesa -la burguesía de antes de la Primera Guerra Mundial estudiaba en Francia-, aquella que reflecta la herencia otomana de los casi cuatrocientos años de dominación, así como la arquitectura de la época comunista, que se centraba más en la funcionalidad y menos en la estética. Mi barrio de Bucarest es uno de los más verdes barrios pensados por los comunistas en los años setenta, con los colegios, fábricas y parques cerca de los bloques de viviendas.
Vivencias de aquellos años de la infancia
Tuve una infancia feliz de la que guardo con cariño muchos recuerdos, desde muy temprana edad. Me acuerdo, en especial, de que me fascinaban las palabras que, a mi entender, eran curiosas. Era una diversión para mis padres cuando les pedía que me hicieran frases con esas palabras. También, guardo un recuerdo muy especial acerca de mis vacaciones en los Cárpatos. Pasábamos gran parte de las vacaciones en el piso que mi familia tiene ahí y que, para un niño era el paraíso. En verano jugábamos en el bosque y en invierno madrugábamos casi cada día para calzar los esquís. Otro recuerdo muy querido mío es aquel en que descubrí la biblioteca en castellano del Instituto Cervantes. Sentí que aquello me abrió un mundo que, de alguna manera, ya conocía y solamente estaba esperando a que lo volviera a encontrar. A partir de esa época, me convertí en una lectora, no diría ávida pues soy bastante selectiva con lo que leo, pero sí muy curiosa, porque siempre busco libros sobre experiencias nuevas.
Una inquieta observadora de la vida
Creo que sí. Aunque nunca he sabido ni sé con precisión qué es aquello que quiero observar. Como dice el autor checo Milan Kundera, “la vie est ailleurs” (la vida está en otra parte). Creo que es nuestro deber por atravesar esta vida descubrir en qué parte está la vida misma. Yo sigo buscando.
La experiencia de acercarme y aprender el idioma español
Aprendí el español accidentalmente -viendo la televisión- hasta antes de aprender a leer. Por ello, siento que este idioma forma parte de mi persona. A medida que iba creciendo y viendo mi madre que mi pasión por esta lengua perduraba, decidió enviarme a hacer una prueba de nivel en el Instituto Cervantes de Bucarest. Para la sorpresa de todos, la niña ya iba a nivel intermedio-avanzado, lo que hizo a mis padres apuntarme a un curso de este mismo instituto. Durante ese tiempo, más que el descubrimiento de la lengua, su gramática y sus innumerables matices, descubrí un mundo que iba a cambiar mi manera de aprender y de ser: la biblioteca del Instituto. Descubrí que tenía a mi alcance innumerables libros, ideas, mundos que a la vez me fascinaban y me creaban casi la obligación de seguirlas. Porque es esto lo que siempre siento haber hecho: seguir un camino que sentía que ya era el mío, salvo que hasta ese momento no había descubierto su senda. A partir de ese momento, dejé los cursos y me dediqué a descubrir la cultura española e hispanoamericana. Descubrí a Borges, Onetti, Delibes, García Márquez, Unamuno, Cela y muchísimos más.
La importancia del conocimiento de otros idiomas
Suelo decir que cada lengua que hablamos es una nueva personalidad que adquirimos. Aprendí el inglés, el francés y, más recientemente, el noruego, e intento aplicar el mismo método que apliqué con el español: devenir independiente desde el punto de vista gramatical, luego enriquecer el vocabulario mediante lecturas y conversaciones con hablantes nativos. Tengo que admitir que ninguno de estos procesos ha sido tan natural y agradable como el proceso de aprender el español.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Mihaela Puica
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