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La Palabra Sábado 11 de Marzo de 2017

Los lugares y sonidos de mi infancia*

por Gabriela Carel - música (Rawson, Chubut)

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archivo Gabriela Carel Crédito: Con los niños: Gabriela Carel trabaja con niños en todos los ámbitos musicales

Mi infancia transcurrió en mi ciudad natal, Bahía Blanca. Tercera de cuatro hermanos. Los dos más grandes, varones. La menor, mujer. La casa de la infancia, donde aún viven mis viejos, está a orillas del Arroyo Napostá, que cruza por el medio de la ciudad. Recuerdo que pescábamos desde el paredón del patio. O a veces nos íbamos con el medio mundo al Parque de Mayo, a juntar mojarritas. Y esa franja verde, como a mis diez años, se entubó, lo que hizo que el paisaje cambiara completamente. Luego se fue parquizando, pusieron allí esculturas monumentales a lo largo de varias cuadras sobre el entubado, y con el tiempo se convirtió en un paseo obligado de la ciudad. Pero ya no se escuchaban las ranitas del arroyo. En el medio del patio, había un duraznero, dulzura y escaladas. Y luego lo sacaron para poner una pileta, frescura y alegría en los veranos. Ahora es hogar de los peces que mi mamá cuida con gran dedicación. También tengo el recuerdo del taller de chapa y pintura de mi papá, que siempre me pedía que no entrara descalza. ¡Ja, ja! Yo vivía descalza. El taller era siempre ruidoso por supuesto, pero era un lugar de reunión de amigos, ruedas de mate y anécdotas. Las carcajadas explosivas de mi papá, todavía resuenan en mí. 

La escuela motivadora de inquietudes docentes y artísticas 

Recuerdo mucho mis experiencias musicales del jardín de infantes. Tengo presente cómo la maestra de música desplegaba sus instrumentos y nos dejaba explorar, cantábamos con gran alegría. Esas canciones, las atesoraba y se las mostraba a mi mamá al llegar a casa ¡Las memorizaba con gran facilidad! Entonces ella las anotaba en un cuaderno, que aún conserva. Lamentablemente no recuerdo el nombre de aquella maestra, pero siempre pienso en lo valiosa y transformadora que puede llegar a ser una experiencia de gran calidad educativa en la primera infancia. También tuve estímulos en mi hogar. Mi papá solía guitarrear y cantar, espontáneamente en los fogones familiares, mi mamá fue siempre una gran cantora de arrullos y nanas. También de tangos. Varios de los clásicos del tango los aprendí primero de la voz de mi vieja, y ya más grande conocí las versiones originales. Después, entrada la edad de la escuela primaria, empecé a tomar clases en el Conservatorio Provincial de Música; allí aprendí a tocar el piano, formé parte del coro de niños y por sus aulas transité gran parte de la infancia y la adolescencia. Antes, como a los seis años, había comenzado también a bailar danzas folklóricas, actividad que nunca abandoné. Y además tuve algunas incursiones en la danza clásica. Creo que en esa etapa, la escuela primaria ya no fue un gran estímulo, pero lo pude suplir con todas esas actividades que mi espíritu inquieto quiso recorrer. De adolescente, continué en el conservatorio de música y con el folklore, pero también formé parte de una murga, de un taller literario, del coro de la universidad… Siempre agradezco a mis padres que hayan tenido la voluntad de acompañarme en todo lo que yo quería hacer. 

El lugar elegido para mi formación profesional 

El “Conser” como le decíamos cariñosamente al Conservatorio de Música fue como mi segundo hogar. Por lo que casi sin darme cuenta, como algo que fluyó naturalmente, cuando terminé el secundario ya me encontré estudiando el Magisterio de Música. Por otro lado, afiancé mi vínculo con la tierra durante la formación secundaria, ya que estudié en una escuela agro-técnica. Siempre me gustó el campo, los animales, la naturaleza. Pero volviendo a la música, me pasó que como estaba de novia desde muy jovencita, quise empezar a trabajar antes de haberme recibido, para ahorrar y poderme casar. Me casé a los 21 años, aún sin haber terminado los estudios. Y esos últimos años de la carrera, de mucha exigencia académica y una familia ya conformada, se me hicieron largos y difíciles de llevar. Por suerte Osvaldo, mi marido, siempre fue un gran compañero y juntos pudimos salir adelante. 

Los objetivos que me propuse cuando fui modelando la propuesta 

La verdad es que como se fueron dando las cosas, al menos al principio, no me propuse objetivos, simplemente la vida fue mostrándome oportunidades y yo las fui tomando. Empecé como cantante -de reparto, entre otros- para una serie de discos de música infantil que sacaba la Revista Maestra Jardinera. Ya luego del segundo álbum, ofrecí a esta editorial un puñado de canciones que yo misma había escrito, y comenzaron a grabar algunas de ellas. Así me convertí en una de las compositoras de esta revista, tan difundida en toda Latinoamérica, por casi diez años. La música folklórica siempre fue una de mis grandes pasiones. Paralelamente a las composiciones infantiles, durante estos años fui conformando un repertorio propio de canciones de raíz. Algunas de corte más tradicional, y otras tal vez dejándome influir por mi formación académica. Pero siempre sintiéndome identificada con ese amplio universo. Durante algunos años esas canciones fueron solo para mis amigos y mi familia. Cuando empecé a subirme al escenario para que la gente conociera mi trabajo, recién entonces allá por el 2011, podría decir que apareció “el objetivo” como artista. Fue y sigue siendo simplemente lograr que las personas conozcan mi música. Tocar el alma de la gente y a través de mis letras, mis melodías, mi voz como herramienta, hacer que la vida sea cada día un poquito mejor, la propia y la de los demás. Por otro lado, como maestra, el objetivo es brindar a los niños y los jóvenes experiencias valiosas a través de la música. Estoy convencida de que si la música te atraviesa fuertemente durante la infancia o la adolescencia, es inmensamente transformadora, te salva la vida. 

Actividades con las que desarrollé el proyecto de trabajo desde lo didáctico 

El vínculo con la Editorial EDIBA de Revista Maestra Jardinera a una edad laboral temprana, y el hecho de que mis primeros siete años de docencia fueron casi exclusivamente como Maestra de Música para el Nivel Inicial, hicieron que mis experiencias áulicas se volcaran directamente en las canciones que componía. Siempre fui muy exigente conmigo misma; si bien esto es difícil de sobrellevar en la puja por el propio equilibrio interior, me valió positivamente en los contenidos que fui generando y en la recepción de los alumnos primero y del público después. Pero nunca abandoné mi postura de divertirme junto a los chicos, emocionarme, o de alguna manera movilizarme internamente. La empatía y el disfrute por compartir y crecer juntos, son como las premisas fundamentales. Luego ya trasladada con mi familia a Chubut, comencé a dirigir un coro de niños y jóvenes, que aún es parte de mi vida cotidiana. Esto también modificó y amplió mi impronta en las composiciones, ya que comencé a explorar en el género coral. En medio de este camino, se han publicado algunos libros de partituras y obtuve importantes premios que me posicionaron en el ámbito pedagógico. Por estas razones me han convocado para brindar charlas y talleres para docentes, lo que me ha dado gran felicidad; porque son oportunidades en las que puedo interactuar de manera directa con mis pares, contarles las experiencias y saberes que he ido atesorando a lo largo de los años, a la vez que aprendo de cada uno de ellos.

La autoría y la composición ¿fueron concebidas desde una formación académica? 

Si bien la formación académica está dentro de mí, también lo están las familiares peñas folklóricas en las que he crecido, tantos años de bailar folklore, mi mamá cantando tangos mientras cocinaba, mi papá guitarreando en los asados, las horas que me pasaba escuchando los vinilos tesoro de mis padres, la murga con la emoción y la adrenalina a flor de piel… Cuando compongo me conecto con todo lo que soy, ese universo interior de las emociones. Primero voy tarareando, generalmente metiendo la letra a la vez que la música, más “orejera” popular que otra cosa. Sin embargo, en un segundo momento, sí me voy a la partitura para dejar plasmado en papel eso que surgió. Casi nunca el proceso es al revés; salvo en la realización de obras corales más o menos complejas, en donde el trabajo de escritorio, pensando cada sonido desde el principio, es fundamental para que las distintas voces funcionen entre sí. En esos casos podría decir que predomina la postura académica-intelectual por sobre la popular. 

*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Gabriela Carel

 

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