La profesión de inventor ¿se va desarrollando?
Cualquier chico normal tiene ese potencial como un pequeño cavernícola interior que puede resolver cosas de supervivencia aquí y ahora. Lo pienso, lo digo, lo hago, ahora. Cuando estaba en la secundaria quise ser más concreto, ya tenía un invento que lo patenté a los dieciocho años y había una profunda vocación, un llamado interno muy fuerte, quería hacerlo y digo ¿cómo se enseña?, ¿cómo se aprende?, y no tenía respuesta. Por suerte en mi casa de pequeño me estimularon, de chiquito me respondían preguntas, no me inhibieron eso, y después no paré nunca. Y lo que comenzó como una chispita se convirtió en incendio. En Argentina hay más de tres mil inventores activos, que son la gente que va y que patenta, pero son inventores amateurs la mayoría. De esa cantidad solo treinta somos inventores profesionales, es decir que vivimos de eso. Que nos pagan por inventar ya sea por encargo o uno inventa por su cuenta y se asocia en una empresa. El inventor profesional dedica la vida a su trabajo. Es un estado mental. A veces estás paseando con tu familia y estás viendo cosas. Es un juego.
¿Y la situación de la familia con el inventor de su propio entorno?
Es un tema. Hay que trabajarlo. Las esposas son el bajar a tierra. Porque ninguna persona “normal” y ninguna esposa “normal” está preparada para eso. Da mucha angustia, mucha incertidumbre. Y los inventores hacemos de la incertidumbre una gestión permanente. No sé qué va a pasar, no sé si voy a poder hacerlo, no sé si tengo recursos, pero sigo igual. Hay una profunda convicción. Mirá, Biro decía algo que define en forma magistral: “Nada me ha parecido más incierto en mi vida que la palabra futuro, pero siempre tuve planes para alcanzarla”. El acepta la incertidumbre, pero planificada. Yo no sé lo que va a pasar, pero tengo un plan. No sé si ese permiso interno viene con uno, si se llama resiliencia, si te educa, no sé, pero si no se estimula tempranamente sonaste. Nunca hay certeza de nada. Y la carrera de inventor es de altísimo riesgo.
¿Hay cuestiones comunes entre inventores para formarse?
No. Es individual y arbitrario en cada uno, pero hay un patrón común en el perfil psicológico.
Qué inventos tenemos en el grupo
Pueden verse en internet. Inventé en dos mil uno un descorchador de champán, por pedido de un mozo. Es un tubo de acero con una manija y se vende en veinte países. Te cuento la historia: un mozo se quejó porque no podía trabajar con el destapador que tenía y se lo dijo a mi amigo. Empezamos a ver el tema. En un mes hicimos como veinte pruebas, y ninguna funcionó. En los tres meses hicimos cien pruebas, como cuarenta prototipos, hasta que uno funcionó. Y que se puede destapar cualquier marca, con dos dedos, hacía el ruido de corcho, lo puede hacer un chico, una mujer, o un anciano, que no tienen fuerza prensil. Lo patentamos, hicimos la matricería, golpeamos puertas y una abrió. La tarea del inventor es mucho más riesgosa que la de un artista o un deportista porque la inversión mínima son trescientos mil dólares. Es un área de altísimo riesgo. Con el destapador entramos a ganar concursos, y se interesaron otros países, y cayeron inversores. ¿Y cómo surgió? Por la puteada del mozo. El vio un problema, nosotros vimos una oportunidad. Después inventé un cesto antivandalismo. El dos mil dos, una nota enorme en Clarín, donde decía que habían puesto doscientos mil cestos papeleros y quedaban solo veinticinco mil porque los destruían. Se hablaba de la queja municipal, de la higiene urbana, de los arquitectos. El origen era de otros países, costosos, y duraban poco, se los llevaban, los rompían. Decía que el tema los desvelaba y nadie había imaginado una solución para eso. Salté de la cama temprano ese domingo y fue un llamado, una declaración de guerra. Al mediodía ya tenía dibujos, a las dos de la tarde tenía maquetas en cartón, a la semana con mi socio teníamos un modelo en chapa hecho con martillazos, al mes lo estábamos probando en Plaza Constitución. Ibamos todos los días, lo cargábamos, lo descargábamos, le sacábamos fotos, pasaba un millón de personas por el lugar todos los días. Y veíamos cuánto ponían, qué hacían. Lo probamos un mes, aguantó, no lo robaron, no entra el agua de lluvia, no se puede meter la mano, y un diseño especial, sencillo pero totalmente nuevo. Y a los dos meses, algo inesperado, aparece un anuncio en el diario que dice: Concurso Nacional de Higiene Urbana auspiciado por la Ciudad de Buenos Ares. Justo eso. Y pedían creaciones, inventos o propuestas para algo de higiene urbana. Nos inscribimos y ganamos. Al poco tiempo lo presentamos en la Universidad Austral, se armó una empresa con inversores, se produjo, se empezó a exportar. ¿Cómo explicás eso? ¡La queja en el diario! Cuando rastreás el origen ves un problema que ve otro, la actitud que uno lo toma como un desafío y lo otro es laburo. No es magia. Es actitud.
La cuestión sigue cuando todo se hace tan grande e inesperado
Nos queda un porcentaje pequeño de regalías. Hay colegas que les gusta la adrenalina del lío de la empresa. No es mi caso.
Cómo era el señor inventor Biro
Ladislao Biro era muy humilde, muy tranquilo. Mantuvo la curiosidad de un chico hasta los ochenta y seis años. Creo que el tipo tenía una carga extra. Se levantaba cada mañana y decía “qué alegría, un día más”. Era una especie de amateur profesional. Mantener actitudes de esa forma. No se enojaba. Y creo que eso es más actitud que otra cosa. Pasó la primaria raspando, la secundaria raspando, lo rajaron de la facultad, quiso estudiar medicina e ingeniería pero lo sistemático no era para él. Era ambidiestro, escribía con la derecha y pintaba con la izquierda. Y una gran persona.
Cómo lo conocí a Ladislao
Yo tenía diez años a mediados de la década del sesenta y lo vi por televisión como todo chico que empezó como inventor. El aparecía en la propaganda de Silvapen con Chunchuna Villafañe y decía que era el inventor de la birome. Y me impresionó porque pensaba que los inventores eran cosa del pasado y que estaban todos muertos. A los veinte años yo tenía mis propios inventos, busco en la guía telefónica, Biro había uno solo y le hablo diciéndole que quería conocerlo. Me dijo “vengase”. Sería a mediados del ochenta, me recibió, nos hicimos amigos, fue como conocer al ídolo de fútbol de la infancia. Un hombre muy generoso.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Eduardo Fernández
Fundación Biro
La Fundación Biro es una institución sin fines de lucro que tiene como objetivos permanentes formar y estimular actividades y proyectos relacionados con la inventiva y la educación. Fundada por Mariana Biro en 1999, año del centenario del nacimiento de su padre, Ladislao José Biro, inventor del bolígrafo, como un medio para el desarrollo de la capacidad inventiva argentina.
Escuela Argentina de Inventores
La Escuela Argentina de Inventores, es un programa pedagógico no formal diseñado e implementado por Eduardo R. Fernández con el objetivo de estimular y desarrollar el Pensamiento Inventivo de niños y adolescentes. Ha sido aplicado con éxito desde 1990 en la Escuela Del Sol de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con el apoyo permanente de Mariana Biro. Desde su origen hasta el día de hoy, han pasado por su “aula taller” más de 2.000 alumnos.
Foro Argentino de Inventores
Fundado en 2001, tiene como objetivo Promover a la creatividad tecnológica, el Pensamiento Inventivo, la práctica profesional de la actividad inventiva y la Gestión de la Innovación.
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