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La Palabra Sábado 4 de Mayo de 2019

Iniciar mi formación en lo artístico*

por Mauricio Dayub - actor, director y dramaturgo (Buenos Aires)

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archivo Mauricio Dayub Crédito: Versátil: Mauricio Dayub aprendió un instrumento para crecer

Diría que, seriamente, en el teatro independiente santafesino. Ahí a los diecinueve años me fui a estudiar Ciencias Económicas para que mis padres estuvieran tranquilos, y en cuanto pude, iba en colectivo, vi caminar por Bulevar Gálvez a un actor que trabajó en una obra que había visto el sábado, y me tiré del colectivo, me bajé y fui a hablar con él para decirle que quería trabajar en un grupo como en la obra que había visto que era La cantante calva de Ionesco. Logré entrar en el grupo, y ahí entendí lo que era el teatro independiente, el trabajo, la distribución de roles, tratar de encargarnos todos de toda la actividad, desde la escenografía, las luces, la música. Cada uno con las condiciones que tenía, para lo que más se acercaba, y para lo que no tenía condiciones, colaborar y ayudar con el compañero, ver cómo lo hacía.

Llegar sin experiencia desde Paraná

En Paraná no había hecho nada más que -entre los trece y los dieciocho- animaba fiestas infantiles, había creado un grupo que hacíamos cosas en las escuelas para chicos, pero era muy vocacional. En Santa Fe empecé a entender de esto como profesión y de hecho la idea de ir a Buenos Aires surge porque me doy cuenta que es lo que iba a hacer todos los días y a toda hora y en todos los rubros, y veo que tengo limitaciones, y que las obras que hacíamos por más que estábamos en un buen momento y funcionaban, más de tres meses en cartel era muy difícil estar porque se nos terminaba el público, y otra vez había que empezar todo de nuevo.

Las Ciencias Económicas

Seguí hasta que una beca del Fondo Nacional de las Artes que me entregó Jorge Reynoso Aldao, me permitió ir a estudiar a Buenos Aires a los veintitrés años. Estuve cuatro años en la universidad. Me animé a dejar la carrera e ir solo a ser actor que era lo que había leído ahí en el Código de Comercio creo, lo que significaba un contador: hacer de esto su profesión habitual, y hasta ese momento no lo había podido hacer con el teatro. Y ahí tomé la decisión de ir a crecer en lo que me gustaba.

Llegar a la gran ciudad con el respaldo de la beca

La beca me permitía pagarle a Carlos Gandolfo que era el maestro, y muy poquito más, porque no alcanzaba para vivir digamos. Mi padre me ayudaba con la otra parte, y entre el quince y el treinta de cada mes me las tenía que arreglar. Y ahí pintaba departamentos, arreglaba techos, vendía cosas, y así funcionaba. Pedía prestado y cuando llegaba el giro de mi papá devolvía. Después empecé a trabajar como boletero en el Teatro Planeta, después pasé al Margarita Xirgu que era de los mismos dueños, y después a fundar un teatro que estaba al lado del Odeón en Corrientes y Suipacha. Ahí empecé a ser administrador de ese teatro y empecé a tener el problema también de que la gente del medio me conocía como boletero, como acomodador, como administrador y no me veían como actor y me costaba muchísimo. Empecé a sentir que tenía que dejar el trabajo y dedicarme solo a ser actor y vivir haciendo cosas en otro medio para que me pudieran ver como actor.

El próximo paso fue trabajar en la actuación

En el camino hice cosas actorales, tratando de repetir el formato santafesino, de tomar una obra, elegir dos o tres amigos, distribuir los roles, alguien que se las ingeniara para dirigir, producirnos nosotros, autogestión. En una de esas, con una de esas obras me fui a la costa más marginal, donde había menos espectáculos, menos competencia, y ahí hicimos una de las obras que funcionó muy bien. Y de casualidad me encontré con gente de otros elencos que vio la obra y me podía recomendar. Hasta que hice una obra que se llamó El primero, con compañeros del estudio de Gandolfo, que la crítica le puso “El primero renueva los caminos del arte teatral” y yo andaba con esa crítica en el bolso por la calle Corrientes y sentía que podía juntarme con los grandes del teatro por lo que nos habían escrito. Y el sábado siguiente a esa crítica salieron los espectáculos recomendados y entre los que llevaban foto estaban Hamlet con Alfredo Alcón y mi cara en El primero. Tengo cartas y llamados de amigos paranaenses y santafesinos que decían el Tata está al lado de Alcón. Y esa obra nos abrió muchas puertas porque fue un trabajo que abrió un camino, mucha gente la quiso reponer con actores de cartel. Sergio Renán lo vio y me ofreció un pequeño papel en Canal Siete. Fue bastante bisagra para dejar de decir yo puedo estar bien y hacer bien un rol a que digan yo soy el que hizo tal rol y que me podían identificar por ese trabajo.

Trabajar en todos los espacios posibles de la actuación

Creo que para actuar si tuviera posibilidades elegiría hasta la radio, te lo digo porque el cine tiene una magia que es difícil que un actor no quiera formar parte de una película para ver cómo se transforma su trabajo real y tangible en un set, después en la pantalla. Todo eso que le pone el arte de la película, la luz, el foco, a mí por lo menos me producía un deseo enorme de hacer cine. La televisión, por ejemplo, que hice mucha, muchos años seguidos en Canal Trece, todos los días desde las ocho de la mañana hasta la tarde, y veía a los técnicos cansados que antes prendían las cámaras con la lucecita roja para grandes actores y ahora la tienen que prender para mí. Tengo que estar a la altura de esos actores, y eso me ilusionaba muchísimo, tanto como el repentismo que te exige la televisión. Porque te dan el libro todas las tardes cuando te vas después de doce horas, si no lo alcanzás a leer en algún momento antes de dormirte, a la mañana recuerdo en todos los semáforos paraba leyendo el libro, leyendo el rol, aprendiendo el texto y a ver qué le puedo poner, y llegabas, te cambiabas, te maquillabas, empezabas la toma, te exige un repentismo… Cuando hacía Guapas en Pol-ka grababa de ocho a dieciocho y a las diecinueve tenía que estar en el teatro para hacer Toc-Toc y volvía a la una de la mañana. Si un día me dan un premio por la televisión tengo que agradecer a los semáforos, a la duración de los semáforos porque en todos estudié y me acuerdo que estudié mi texto y leí el libro. Pero eso también te exige un nivel de creatividad, de repentismo, de espontaneidad extraordinarias que se torna como un juego. He llegado a decir que para hacer televisión no hace falta ser actor, se puede ser otra cosa y estar a la altura de un actor porque es mucho más el aprender el juego que las capacidades actorales que te exige el teatro, por ejemplo. A mí me seducen mucho la televisión y el cine.

Continuar la formación profesional

Lo que elegí con Gandolfo fue a los ponchazos y empecé con él una vocación prácticamente sin saber nada. Elegí a Gandolfo por el apellido, no sabía que podía ser el gran maestro que era. Pero tuve la suerte de aprender con él lo que no aprendía trabajando. El me enseñó una parte interior del actor, el encontrar las emociones, y las sensaciones adentro de uno, para poder expresar desde allí y no expresarlas de afuera hacia adentro. En el trabajo, en un momento uno tiene que llorar y llora, no te queda otra, cuando no sabés cómo hacerlo, o tenés que reír y reís, o tenés que mostrar dolor y lo hacés. Gandolfo enseñaba sutil y específicamente qué resortes debía tocar uno de su propia vida para poder transmitir desde adentro de su propia vivencia hacia afuera, la escena de la emoción, o la de la risa, del dolor, para que el matiz fuera auténtico y personal, y realizado en el momento con la materia prima propia de la persona que lo estaba haciendo. Eso yo no lo podía aprender en Santa Fe donde nos teníamos que arreglar. Y después de eso donde me di cuenta que había sido muy útil siempre le adicioné algo con el cuerpo al trabajo. Algunas veces relacionado con la acrobacia que estudié varios años, otras veces con la música, otras con la danza, o con el canto. Fueron todas cosas que fui sumándole a mi formación actoral, que muchas veces me encontré con actores cuando me iba a dormir temprano y ellos se quedaban para otra cerveza y me decían para qué me iba a levantar temprano al día siguiente y cuándo me iban a pedir que haga lo que estaba estudiando. Estudiaba alternativamente lo que me parecía que tenía condiciones o que me iba a sumar en algún momento. Y hoy mismo casi todo lo que hago lo hago pensando si algún día lo puedo llevar al escenario.

La acrobacia en mi vida

Los circos me gustaban mucho, pero entre esos trabajos que hacía para vivir fui asistente de dos payasos que eran de Paraná: Pepe Payaso y Ratontito. En una especie de ciclo televisivo que grabaron en la Ciudad de los Niños, ellos habían contratado acróbatas históricos de Buenos Aires que son los hermanos Videla, y yo ya estaba tomando clases de acrobacia, les conté y hacía todo como se hace en las escuelas con mucho cuidado. Los Videla se pusieron en frente y me hicieron hacer lo que sabía, me marcaron los detalles y en diez minutos fue como si hubiera tomado una clase un año entero y me dieron la convicción de todo lo que podía hacer yo solo.

*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Mauricio Dayub

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