Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
La Palabra Sábado 23 de Diciembre de 2017

Evita y el “Tito” (parte I)*

por Edgardo Peretti - periodista y escritor

Agrandar imagen archivo La Opinión
archivo La Opinión

La noche se hizo día. Una tarde de primavera me mandó desde el más acá un mensaje claro de un lejano tiempo. Inolvidable por razones varias y personajes que ya no están. Tampoco la hermosa juventud que me tocó vivir.

El recorte del diario era antiguo, viejo, casi desteñido. Habían pasado más de cuarenta años, la vida de muchos y un alto porcentaje de otros tantos. Estaba allí y exhibía un grisado amoratado de negro con caras jóvenes y líneas difusas. “ENET-Edival” y “Koper Gran Sport” son los campeones en fútbol de los torneos “Evita” y “Hombre nuevo”. Hay dos fotos originadas en un clisé, obra del interminable en el recuerdo Lidel Caccia, y en la de abajo (con luz diurna) aparece el equipo de “Koper”, un comercio de ropa de moda que estaba en calle San Martín, al lado de la Casa Koper, que le había ganado en la final al equipo de UOCRA (el gremio de la construcción en los pesados días de entonces) en categoría Cadetes, en tanto que “ENET -Escuela de Educación Técnica- Edival” (la fábrica de válvulas de don Edison Valsagna) le había ganado 1 a 0 a SMATA (el gremio de los mecánicos). Los partidos finales se habían jugado en la noche del viernes 29 de agosto de 1975 en la cancha de Atlético, el Monumental, y se reflejaba en la edición por entonces vespertina de La Opinión al día siguiente.

Mirando la foto de los más pibes hago el esfuerzo de descifrar caras, pero solo logro identificar a Omar Racca y Hugo Berra (amigos de muchos años) y a Alejandro Costa, quien era un temible delantero, Hugo Ayuste, “Tato” Bocco, de 9 de Julio. El resto era, en su mayoría, alumnos del Colegio San José. Buenos chicos. Buen equipo.

Y en la foto  superior aparece el gramado de camisetas a rayas verticales, las caras asustadas, el gesto adusto para la foto y la ansiedad de salir en el diario. Qué cosa, el mismo ámbito que luego me tendrá como parte integrante, apenas cinco años después y que aún me cobija. Allí arriba, con un buzo de tres tiras me encuentro: con pelo (caramba!) y todas las ganas. Tenía 16 años y esa noche gloriosa jugué de arquero titular reemplazando, nada menos, que a Roberto “Beto” Medrán; ganamos y nos cagaron tanto a pelotazos que mi viejo decía que tenía que comprar un litro de bencina para sacarme el olor a cuero de la pelota.

Pero esa es otra historia.

La verdadera historia había comenzado un par de meses antes. Una mañana aparecieron por las galería de la Escuela Normal (mi ámbito, uno de mis lugares en el mundo por alegrías y llantos) un grupete de casi extraños: “Tito” Poupeau, y “Micky” Taboro acompañados por “Cachi” Pruvost, quienes me invitaron a ser parte de su equipo de fútbol para los “Evita” en la categoría Juveniles, o sea la que admitía jugadores de hasta 18 años pasados. Yo contaba 16 y tenía ganas de jugar en Cadetes, donde el año anterior habíamos tenido una experiencia trunca por razones de papeles (en realidad, solo juntamos ocho voluntades que se sumaran a la empresa y nos quedamos afuera sin jugar), pero me convenció la sinceridad de los responsables del equipo “Micky” (a quien contacté muchos años después) había sido el arquero el año 1974  y ahora oficiaba de técnico, aunque el mentor era “Tito”, cuya horizontalidad de conceptos terminó por clarificar la cuestión y mi posterior aceptación: “Mirá, necesitamos un suplente -me aclaró para despejar cualquier tentativa de divismo que, de hecho, no tenía, como tampoco condiciones técnicas de tal- y que sea clase 58; así que pensamos en vos. ¿Te gusta?”.

Obviamente, la respuesta fue afirmativa y el entusiasmo fue creciendo. El equipo era una cosa seria. No solamente tenía un nombre pesadito, sino que trabajaba en ello y mantenía entrenamientos y reuniones de convivencia que tenían lugar en la casa de “Tito”, la residencia del director de la escuela Técnica, que era la escuela misma, y que era su padre: don Antonio Poupeau, un gran hombre. Después de algunas corridas detrás de la pelota en el patio de la ENET (que tenía sus arcos y una canchita chica, pero cariñosa, aunque de piso con cemento hostil a cualquier rodilla), y terminaba con algunos mates, acompañados por el turrón de “Quaker” obra de Cristina, la dueña del orientador y líder del equipo.

La base del equipo del año setenta y cuatro se había modificado por razones de edad, pero ahora había otros jugadores de gran nivel. La apuesta era fuerte y buscaba el título. Quizás por eso me preguntaba qué estaba haciendo allí.

El día que llegaron las camisetas fue de gloria. Como diría Soriano cuyo personaje en “Gallardo Pérez, referí” se arrodilla en la lejana Patagonia como Pelé festejando un gol, con la cara al cielo y los brazos en alto, el momento sublime estaba allí, en una bolsa de papel con la inscripción de Casa Colombo, que era la que vendía las camisetas “Sportlandia” en esa época. Antes de la repartija, el orientador y guía aclaró que en esta temporada no habían podido conseguir las de Chacarita que se habían utilizado antes, pero que eran parecidas: bastones gruesos, verticales, verdes y rojos con rayitas blancas en el medio, mangas largas, con cuello y puños blancos. Nunca vista, pero lindas, bah; era lo que había.

Le pregunto al destino y a la memoria ajena, desde estas humildes líneas, ¿quedará alguna para llorar un rato en su presencia?

Se agradecerá.

Sigamos. El caso es que verdes/rojas/blancas había doce, una negra para el arquero titular y otra…a rayas rojas y blancas, finitas como la de Los Andes, para mí, el arquero suplente; también mangas largas. La plantilla debía ser, por esas cosas que nadie sabrá jamás, de solo catorce jugadores, con lo que el titular tendría el “1” y el suscripto, la “14”!!!!

Muchos años más tarde, mi amigo José Luis Pivetta me contaría una anécdota de un compañero suyo de San Jorge que no jugaba y siempre iba al banco, y cuando le preguntaban sobre su posición en el campo solía responder con resignación: “...yo juego de 8, pero el técnico me pone de 14…”.

Ingresando ya al análisis del equipo en su composición y funcionamiento, podemos decir que planteaba un esquema muy clásico, aunque por esos tiempos -mediados de la década del setenta con el “Toto” Lorenzo y Reynaldo Volken haciendo escuela- se asemejaba al “Flaco” Menotti y Labruna. Los jugadores eran de buen nivel y varios de ellos, como veremos, ya jugaban en la primera división pese a su juventud, con lo que se contaba con un potencial extra.

En el arco, como titular, jugaba Roberto “Beto” Medrán, columna básica en uno de los mejores equipos de la historia del fútbol rafaelino y -en mi modesto criterio- fundador del fútbol moderno en nuestra Liga, como lo fue el Atlético de ese año. La defensa mostraba un cuatro temperamental como Dardo Albertengo, cuyas características mucho no recuerdo, pero tenía una moto “Gilera” con la que llegaba a los partidos. La dupla central sí era brava, el “Colorado” Ricardo Cenci, baluarte en 9 de Julio con orillas de primera división y Mosetto, fuerte marcador. Juego aéreo garantizado y un remate muy fuerte del “Colo” que tenía a su cargo las ejecuciones de  balón desde distancias considerables. De cerca, te sacaba el aire y el catarro en una solo aplicación.

¿Y el tres…? No me puedo acordar.

En el medio estaba el lujo, la flor y nata del conjunto: Hugo Zaffetti (titular en la primera de Ben Hur) con el “8”, Antonio “Tito” Poupeau con la “5” y Hugo Magnarelli (que también estaba en el plantel de primera de Atlético), como volante creativo.

¿Y el tres…? Ya va. Ya me estoy acordando.

La delantera exhibía tres tipos ágiles, con Raúl “Cachi” Pruvost (un gran artista plástico, un amigo, un eximio en el vóley) como centrodelantero, y dos puntas bien marcadas. Adrián Nocete por derecha, con la “7”, obvio, y Luis Sassia (sí, Luisito, el de 356) como extremo izquierdo.

Me falta el tres. Que lo parió.

Después, completando el banco, y alternando entre cambios obligados y estrategia, se agregaban el suscripto (que jugó un solo partido sobre el cual abundaremos en detalles precisos más adelante), Hugo Fontanetto (medio o central) y Roggiani (marcador/corredor). Curioso, ambos serían luego policías. Hugo, con una impecable carrera como especialista en Criminología; al camarada, le perdí el rumbo hace mucho.

Me acordé: el “3” era el “Pepe” Gentilini.

En esa época se hablaba mucho de los métodos de trabajo de los holandeses, del descrédito de los brasileños y se tomaba muy poco en serio las ideas de Menotti. Era el origen de los tiempos que se venían. River había salido campeón luego de una interminable sequía en títulos y  los humildes seguidores del fútbol popular pasaban – no todos- de las humildes zapatillas “Panam” a las un poco más contundentes “Flecha”; algunos tenían “Adidas” pero no las arriesgaban en el pleito futbolero. Eran muy caras y, casi siempre, poco accesibles.

El caso es que el equipo entrenaba y jugaba en canchas diversas con triunfos tranquilos y poco comprometidos ante rivales que estaban lejos de inquietar el fútbol atildado de nuestras estrellas y el despliegue de la mayoría. Cuando lo intentaban siempre aparecían nuestros ríspidos players para poner las cosas en su lugar. 

*La segunda y última parte de este cuento se publicará en la próxima edición de LA PALABRA

 

 

Seguí a Diario La Opinión de Rafaela en google newa

Los comentarios de este artículo se encuentran deshabilitados.

Te puede interesar

Teclas de acceso