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La Palabra Sábado 6 de Abril de 2019

En busca de… Yamil Ponce, médico y músico

La misión de cada día Su entorno humilde no le impidió pensar desde la niñez en un futuro deseado. Siempre cerca de la música y con la firme decisión de dedicarse a proteger la salud de los semejantes, encaró su proyecto de vida que hoy le permite recoger sus frutos. Con actividades intensas y en muchos casos, recreativas, reparte sus horas entre el arte y el cuidado de sus pacientes, así como el desarrollo de su trabajo de investigación a nivel internacional. De su particular enfoque para ver los acontecimientos cotidianos, recibió a LA PALABRA en su día de guardia en el Hospital Cosme Argerich.

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archivo La Palabra Crédito: De guardia: La Palabra conversó con Yamil Ponce entre pacientes y cirugías
Raúl Vigini

Por Raúl Vigini

LP - ¿Cuándo aparece la música en tu vida?

Y.P. - La música en mi vida arranca a los seis, siete años, cuando acompañé a mi mamá que quería ir a aprender a tocar órgano. Me puse al lado de ella en un tecladito, me pusieron auriculares para que juegue un ratito. A las tres clases de ese día, creo que me olvidé de enchufar los auriculares, y empecé a tocar exactamente lo mismo que mi mamá estaba aprendiendo, entonces el profesor se acercó, y dijo: “bueno, me parece que el chico tiene aptitud, por qué no vienen los dos”. Mi mamá le dijo: “porque no nos alcanza para los dos, así que Yamil va a ser el que sigue”. Así estudié primero teclados, órgano, y para tener un pesito más, los fines de semana cuidada coches, lavaba unos autos, pagaba un mes más y así estudié órgano de iglesia, piano, saxo, armonía y un poquito de canto siempre en San Nicolás. En Puiggari era obligatorio trabajar una hora por día, y hacía arreglos de partituras para orquesta a mis diecisiete años. Y el meterme en salud con la música fue idea de una profesora, Susana Díaz, que los sábados nos llevaba al sanatorio a cantarle a los pacientes. Esas cosas muy lindas que te van metiendo en la cabeza y de lo cual siempre estoy agradecido. En unas horas viene un guitarrista al hospital donde estoy de guardia los lunes, y entre cirugía y cirugía canto tango con los pacientes en el pasillo. Ahora viene un guitarrista que es Leonardo Facundo, especialista en tango, y me acompaña, lo hace por amor. Fue increíble lo que pasó con él. Hace ocho meses se contacta conmigo vía youtube y me ve cantar, le gustó mi estilo tango folklore, se ofreció para cantar en algunos bares. Le agradecí y le propuse arrancar de abajo, bien de abajo, y fuimos a cantar al subterráneo. Vino a ensayar al hospital, y le sugerí hacerlo en el pasillo, para que algún día podamos ir a un canal de televisión. Ya nos llamaron de canal América y de algunas radios.

LP - ¿Tuviste problemas con esta propuesta novedosa en tu lugar de trabajo?

Y.P. - No. Generalmente el médico tiene miedo del juicio que el paciente le pueda hacer. No subo fotos a las redes sociales sin autorización de ellos. Pero ellos mismos lo hacen y no hay ningún inconveniente. Pero tenemos tanto miedo a dar amor, que nos hacen más juicios por desamor. No me imagino enjuiciado y condenado por excesivo cariño que tuve con un paciente en una foto. Es todo lo contrario, y veo que otros médicos se están contagiando de cantar con los pacientes. Si bien que hay palabras que hieren más que un cuchillo, hay caricias y hay actos que curan más que cualquier médico.

LP - ¿Cómo ves el futuro mediato en tu vida?

Y.P. - A nivel científico, tengo un proyecto que solamente se cumplió en un tres por ciento, o sea, eso que innovamos de la nanotecnología. Creo haber descubierto algo que nos va a cambiar en la historia de la medicina, de toda la medicina. ¿Cuál mi meta científica? Cambiar la historia de la medicina a nivel mundial y a nivel historia. Es difícil explicarlo, pero ya hice el primer tomo de un libro donde empiezo con una introducción acerca del tema. Eso, por un lado. A nivel sociedad y mi país, creo que tengo una misión, poder transmitir a la gente esperanza, tratar de no dañarnos entre nosotros, algo nos pasó como argentinos, siempre trato de dar ese mensaje. Y con respecto a la música, poder sacarle una sonrisa a la gente, me encanta cuando alguien se sonríe y la pasa bien, sanamente, así que ahora vamos a un festival internacional del tango.

LP - ¿Cómo viviste las situaciones en los casos de los turistas extranjeros heridos en los asaltos, antes, durante y después de las intervenciones?

Y.P. - En el primer caso del paciente norteamericano del ocho de diciembre de dos mil diecisiete, fue a las ocho y cuarto de la mañana, me presentan ese paciente a minutos de morir. Lo que sentí es que tenés que actuar muy rápido. Cuando tengo que operar trato de concentrarme técnicamente en las cosas que tengo que hacer porque somos profesionales en eso. Debido que la técnica es nueva en la forma de operar esto, venía con experiencia anterior y mi equipo tenía fe en el caso, hacía más de diez años que operábamos juntos. Mientras más pasos vas superando vas diciendo: bueno, vamos llegando, vamos bien, y cuando pudimos darle esa sutura al corazón y ver que el corazón había resistido, porque tenía dos orificios el corazón y cuatro los pulmones. En lo primero que me concentré es en el corazón.

LP - ¿Cuándo supiste que iba a sobrevivir?

Y.P. - Cuando hice el punto ése. Más que como científico, como corazonada. Incluso me salió, como pensamiento en voz alta: “este paciente se salva”. Me contó alguien que lo hablé. Lo había presentido. A los cuatro días estuvo extubado, a la semana y media sale caminando por el hospital con cuarenta grados a la sombra y a las dos semanas cantando en mi casa. No obstante, son cirugías tan complejas, y situaciones tan complejas, que uno tiene que ser precavido en el informe que da a la prensa. El otro paciente llegó el treinta de diciembre de dos mil dieciocho al Argerich, yo no estaba de guardia, no lo operé en primera instancia, por lo que contaron le intentan hacer un bypass, pero falla porque la herida de arma de fuego entró longitudinal y arrancó arteria, vena y nervio de la pierna, mucha mala suerte. Intentan hacerle otro bypass, según escuché en la conferencia que dio el director del hospital cuando informó del caso. Me llaman al otro día a la mañana diciéndome que el segundo intento había sido infructuoso. Le hago el tercer bypass y funciona, pero el tiempo que había transcurrido no permitió que eso prospere en forma efectiva. Y había riesgo de vida. Ahí había que darle la noticia a una persona joven de treinta y seis años sin enfermedades que iba a perder su pierna. Y así fue. No hice la amputación, pero tuve que darle la noticia. La esposa me dijo que quería que yo le dé la noticia a él directamente. Dar esas noticias es muy fulero pero más en inglés. No es lo mismo llorar en inglés que en castellano. Mientras iba explicándole él se adelanta y me dice: “me estás hablando de amputación”. Le toma la mano a su mujer que estaba llorando, la mira con una sonrisa y le dice: “al menos sobreviví”. Y eso a mí me quebró mirando esa escena que no podía soportar. Intenté irme, y él me toma del brazo y me dice: “tranquilo, al menos estoy vivo”. Igual tuve que irme de la habitación, pero él me consoló a mí. Es otro motivo por lo cual estoy aceptando esta entrevista, como fue con las otras. Que tratemos de mirar estas lecciones que nos da la vida. Podemos dar montones de mensajes periodísticos, informativos, pero a veces estos mensajes que nos alientan que nos hacen ver que hay cosas que te pueden haber pasado en tu vida muy feas, muy feas, pero levantarte y decir, como me dijo después: “la pierna ya no la tengo más, ya está, y voy a ser mejor que antes”. Y uno de los mensajes que quiero llevarle a la gente es que puede ser que te haya pasado algo en tu niñez, en tu vida, que te haya pegado muy fuerte y que tengas mucha bronca, pero ya está, lo que pasó, pasó, no lo podemos cambiar. El futuro todavía no llegó, pero el presente es el que vale.

LP - ¿Cómo hacés para que te alcance el tiempo?

Y.P. - Ah… Es un lío. Esto no lo aconsejo, pero duermo muy poco. Pero no porque pongo el despertador, sino porque con cinco horas de descanso estoy bien y me levanto sin sueño.

LP. - ¿Hay otras actividades que llevás a cabo?

Y.P. - Los lunes de guardia en el Argerich, mis trabajos de investigación, doy clases como profesor universitario en medicina, y en la Asociación Argentina de Ecografía, trabajo en ámbito privado, pero lo que hago es optimizar tiempo. El fin de semana lo dedico más a la familia y participo con mi hija en el Club de niños aventureros en campamentos y otras actividades variadas. También viajo al exterior a dar charlas de medicina por diversos países.

LP - Algo de tu papá que te haya marcado.

Y.P. - Uh… hoy me pasó. Ahora me está pasando. La gente se pregunta por qué ando en tren, colectivo y subte, y no voy en auto. Usé auto siempre, después se empezó a romper, pero no soy materialista, rechacé un Audi de regalo, empecé a usar los medios públicos de transporte. Un amigo me ofreció prestarme uno de sus tres autos que no usaba, le dije que después le contestaba y ese día tomé el tren. Me siento al lado de una señora que lloraba, le pregunté qué le estaba pasando, me dijo que tenía problemas con un hijo drogadicto y había perdido el trabajo. Le entregué un libro y un folleto sin decirle quién era yo. Ella se dirigió a una iglesia después, y dijo que ese folleto se lo dio un médico. Me reconocieron y le contaron quién era. Y pensé: si le hubiese aceptado el auto a mi amigo no me hubiese pasado esto. Entonces ahora mi papá me dijo: “bueno, ahora creo que tenés una misión más, que es predicar en los medios públicos” y me preparó una cajita con libros y folletos sobre Jesús, sin hablar de una iglesia en particular. Nosotros somos laicos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, pero más que hablar de una iglesia hablamos de fe y de esperanza. Entonces empecé a hacer eso, en mi mochila llevo ese material. Y voy a hacerlo hasta cuando Dios crea que me merezco volver a tener un auto. Todavía siento que por algo el auto hace seis meses que está del mecánico que me dice que está atrasado y yo no tengo apuro alguno. Por algo pasan las cosas y lo acepté por ese lado.

por Raúl Vigini

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