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La Palabra Sábado 27 de Mayo de 2017

En busca de… Violeta González, actriz y titiritera

Un títere para cuidarme del mundo Nació en México y vino a nuestro país buscando su destino en dos temas convocantes: la biología y el arte. Dice ser “titiribióloga” y se sumó al Proyecto Migrantes que dirige la prestigiosa coreógrafa Andrea Castelli con otras actrices que eligieron esta tierra para radicarse alguna vez y son Berenice de la Cruz de Santa Cruz y Olivia Torrez de La Paz, ambas bolivianas, y la mexicana Cynhia Pineda, con producción de Mauro Ibarra y Carina Mele. Sensible y emprendedora, forma parte de movimientos sociales para acompañar a sus pares. Le cuenta a LA PALABRA cómo transcurrieron y son sus días.

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archivo Proyecto Migrantes Crédito: Equipo teatral: Andrea Castelli, Cynhia Pineda, Berenice de la Cruz, Violeta González y Olivia Torrez
Raúl Vigini

Por Raúl Vigini

LP - ¿A la coreógrafa Andrea Castelli cómo la conociste?

V.G. - A Andrea la conocí en un taller de títeres de una gran titiritera en Buenos Aires. Nos tocó hacer un trabajo final juntas. Cuando la vi fue como amor a primera vista. Fue como “oh, quiero trabajar con ella”. Pero se me hacía lejano. Y un día me mandó un mensaje porque iba a ir a México y se acordó que yo era de allá. Le envié un contacto. Quería hacer algo de performance y me habló, pero el proyecto no siguió. Después le conté que quería hacer unos cuentos y por ahí nos enganchamos para hacer el Proyecto Migrantes actualmente. Es lo primero que hacemos juntas.

LP - ¿Cómo concibieron el Proyecto Migrantes?

V.G. - La idea original no era que se iba a transformar en todo esto. La idea para mí -como yo trabajaba y participo en la organización de mujeres migrantes- es muy importante visibilizar. Visibilizar los temas migratorios sobre todo en esta coyuntura, y que yo quiero hacer un viaje por Latinoamérica para subir a México. Tengo tres años sin él y quiero volver, no sé si para quedarme, de hecho ya estoy en la etapa de volver. Necesito volver, ver a mi familia que los extraño un montón. Le dije que tenía esos cuentos, que me interesaba visibilizar esas historias. Tenía la estructura, con Andrea desestructuré. Ella es genial, me empezó a dar mundos, empezamos a trabajar con eso, con otros mundos, me compartió su experiencia cuando migró, cuando fue a Bolivia, y a partir de ahí empezamos a crear juntas y armamos un guión.

LP - ¿Qué origen tiene la idea de los dos grandes ejes que se transforman en el espectáculo?

V.G. - Me interpelan mucho los temas, he estado en villas, participando, trabajando en la organización en un montón de casos fortísimos todo el tiempo. Cuando estoy en esos lugares atendiendo salgo con el corazón latiendo fuerte. Y me interesaba la historia de La balsa de la Ekeka, como a veces pienso que el mundo es una mierda, muchas veces, pero no estamos solas y solos, creo que podemos hacer cambios en nosotros y trabajar un poco más la alegría aunque estemos tristes, y lo que sea para poder llegar a no resolver, pero sí darle una vuelta. Y con Andrea tratamos de hacer eso desde el principio cuando lo empezamos a hablar, y estuvo de acuerdo. Y empezamos a trabajar las dos historias.

LP - ¿Podemos conocer qué cuentan esas historias del Proyecto Migrantes?

V.G. - Las dos historias hablan de los afectos. La primera historia -Papalote azul- habla de México y de Estados Unidos, de ese cruce que existe siempre en México donde hay pueblos solos, o hay pueblos con puras mujeres porque se van los varones a trabajar, a cruzar la frontera. Entonces habla de ese afecto de cuando alguien cruza y está lejos. Pero está lejos y no hay manera de acercarse, no existe porque no hay medio, por toda la circunstancia. Y habla de eso, de a través de una carta de algo que me llega allá, poder llegar a esa persona y que te lo devuelva. Es la historia de dos niñas, Cata y Amelia, para mí es la historia de mis abuelas. De mi abuela que siempre me habló de eso, de hecho la niña tiene el nombre de mi abuela y la otra niña tiene el nombre de la prima de mi abuela de la que siempre me hablaba. Y de la que me habló que se separó cuando se fue a Monterrey y después se separó más cuando se fue a Estados Unidos. Entonces para mí tiene mucho que ver con la conexión familiar y con la conexión con México que es un país que está tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos como dicen. Esa problemática que siempre hay. Se me hace muy loco que migremos, y siempre el discurso es que van a buscar algo mejor. Y lo veo -a veces me río- y digo ¿por qué? Eso de algo mejor lo vi porque cuando fue mi papá me quedé en México y no pasé por lo que pasaron ellos y tuve una migración distinta, tranquila.

LP - ¿La otra historia?

V.G. - La balsa de la Ekeka es parte de lo que veo en las mujeres migrantes acá. Y a veces siento que el tema de la migración es de  mucha vulnerabilidad pero también de mucha fortaleza. Entonces quiero romper con ese sentido de vulnerabilidad y decir: no, las mujeres migrantes acá -los varones también- no son vulnerables, son personas que llegan, que aportan un montón de cosas culturalmente y que son explotados también igual que mucha gente argentina acá. Que no es ni el cuatro por ciento de la población que se tiene registro porque mucha gente no tiene documento de identidad. Contar esa historia es visibilizar que también existen historias que son de afecto y amores, y que esos amores también luchan y pasan por situaciones de muchas dificultades, pero también hay algo que puede darle la vuelta y son estas redes. Ahí en estas historias Andrea y yo nos metimos mucho. Fue muy lindo trabajar con ella.

LP - ¿Cómo eligieron a las otras actrices que también son migrantes?

V.G. - Eso ya es obra de Andrea (risas). Ella la tiene más clara en ese sentido, yo por ahí no tengo todavía esa mirada “más allá de”. Ella dijo que era muy importante el lenguaje. En la historia de Bolivia que estaba escrita, cuando llegaron las dos compañeras bolivianas le dieron el aporte cultural que se necesitaba, y la historia empezó a ser más rica y más interesante. Es la historia chiquitita que yo llevo y Andrea la hace más grande y entre todas hacemos algo gigante porque es toda nuestra. Ya no es de una persona, es de todas nosotras. Y es increíble. Empezamos a buscar contactos, les hablamos, y así se sumaron las demás. En mi caso le hablé a una compañera que es mexicana y titiritera.

LP - ¿Cómo describirías a esas tres compañeras?

V.G. - Olivia Torrez es como muy graciosa, la que baja la llama cuando se enciende, la que pone agua fresca a los ensayos. La que siempre nos hace reír y la que cuando se pone a actuar se mete ahí, se transforma. Me encanta a trabajar con ella, es muy divertida, me río mucho (risas). Bere -Berenice de la Cruz - la veo como el canto, como alguien que nos canta. Que está ahí como la música cuando estudias. Te acompaña. Ella es como cantar, como que me está cantando a un lado, además canta muy bien, es cantante Y Cynthia Pineda es mi compañera, es alguien en la que me apoyo, porque estamos juntas en escena. Cuando me da miedo, ella me agarra tantito y me da fortaleza. Y supongo que yo también con ella. Aprendió a confiar en mí y yo a confiar en ella para estar en el escenario. Es como ir caminando juntas, es como mi compañera en ese momento.

LP - ¿Qué esperan del Proyecto Migrantes?

V.G. - La verdad es que casi nunca tengo expectativas. Sé que deben de existir. Por decir, cuando supe que me podía venir a la Argentina no pensé nada, me vine. Con esto para mí era algo chiquito y me lo imaginaba con una mesita nomás. Pero llegó Andrea y todo creció. ¿Qué espero? Me gustaría que continuara aunque yo no esté, que se contaran más historias de migrantes y que se visibilizaran más cosas. Que mediante auspicio la obra se pudiera llevar a otros lugares. Que las mujeres migrantes y hombres migrantes puedan contar su historia porque hay un camino. Que Andrea, que Bere, que Olivia y que Cynthia sigan siendo mis amigas, que sigamos construyendo juntas, que podamos hacer más cosas. Que podamos estar riendo y estando alegres un rato más.

LP - ¿Y los elementos de la escenografía?

V.G - Todo se fue dando (risas). Había muchos aguayos, que son telas tramadas con guardas y figuras geométricas que representan la cultura e historia de la región en Sudamérica, muchos aguayos, en La balsa de la Ekeka. También porque Bere y Oli pusieron parte de su ser. Hay maniquíes. La casa de Andrea es una Ekeka, tiene de todo, es increíble, como un parque de diversiones de titiritero. Todo sucedía e iba apareciendo en lugares insólitos pero cada cosa la conseguimos inesperadamente: flores, máscaras, frutos, cajas, una sillita. Y con Cynthia hicimos esas dos muñecas de Papalote azul.

LP - Una reflexión final: ¿Vale la pena lo que uno hace?

V.G. - Vale la alegría hacerlo. Totalmente. No sé cómo la vida te va llevando a conocer personas que están con tus intereses, no solo eso, que quieren crear contigo, no solo en el teatro, en todo. Y que están ahí, que te acompañan, que quieren hacer algo por el mundo, o para ver esta realidad un poco distinta. Y habérmelas topado a ellas, es como un regalo para mí, como algo genial. Deseo sinceramente que pueda continuar con alegría creando en cualquier ámbito. Y que con o sin el arte podamos encontrar formas distintas de creer en la migración, en el amor, en cómo relacionarnos. Y que se muera el capitalismo.

por Raúl Vigini

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