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La Palabra Martes 19 de Diciembre de 2017

En busca de… Verena Gründhammer, pintora, video artista, docente y poeta

Tanto por expresar Nacida en Tirol a comienzos de los años ochenta, cuenta con una importante formación superior y en el arte: master en literatura e historia, grado en filología y ciencias sociales, maestra de educación preescolar, estudios en el “Taller Milans” de Barcelona con el maestro Francisco Gómez. A la vez que dice tener profesiones varias, demuestra con sus condiciones personales innumerables emprendimientos que la ponen en un valioso protagónico. De su periplo por tierras propias y ajenas, comparte con LA PALABRA sus vivencias.

archivo Verena G.
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archivo Verena G. Crédito: Por siempre el arte: Inspirada en lo cotidiano Verena construye y propone Foto 1 de 2
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archivo Verena G. Crédito: Juntas a la par: Mamá Verena y su hija Naia Marlen Gründhammer Foto 2 de 2
Raúl Vigini

Por Raúl Vigini

LP - ¿Tus juegos de la infancia tienen que ver con lo que elegiste como profesión?

V.G. - Los juegos de mi infancia eran en gran parte meditativos. Pasé mucho tiempo en silencio y de este silencio surgió el juego, este juego podemos llamar creatividad.

LP - ¿Cuál fue el paisaje y el entorno de tus primeros años?

V.G. - Vengo de montañas que guardan tesoros de una belleza increíble. Hasta cumplir los siete años viví en una granja con mis bisabuelos y treinta ovejas. Allí los topos levantaban el viejo suelo del salón y en los meses del invierno los cristales de hielo adornaron con dibujos las ventanas. Los paisajes tienen sabor alpino con sus formas ásperas y un clima despiadado.

LP - ¿Cómo se dio tu acercamiento al arte?

V.G. - Me bañaba solo los domingos para asistir a la misa del pueblo. Yo estaba sentada al lado de mi bisabuela, y mi bisabuelo junto a los demás hombres, que rezaban en el otro costado de la iglesia. En esa pequeña capilla de montaña fue donde confronté por primera vez el Arte. Pase muchos domingos estudiando impresionada el fresco del techo. Matthias Kirchner, un pintor tirolés del siglo XVIII, decoró la bóveda con “La serpiente de bronce” en su centro y bajo una lluvia de serpientes, el pueblo judío.

LP - ¿Dónde fuiste a aprender en el comienzo?

V.G. - Mientras trabajaba como maestra preescolar, cursé varias materias en la universidad, pero nunca me matriculé en los estudios de Bellas Artes o Artes Visuales. Un día vi desde la ventana de mi casa a una mujer tomando fotos en el patio. En aquel momento vivía en un precioso edificio victoriano en Londres. La invité a tomar una taza de té y ella aceptó. Mi casa estaba llena de cuadros y objetos curiosos. Pintaba en todos los lados, incluso en la cocina. Fue entonces que esta mujer me ofreció trabajo como directora de arte en una película. He podido aprender de unos grandes maestros, entre ellos la cineasta Ana Viana y el artista Francisco Gómez. Estoy muy agradecida por ello.

LP - ¿Qué te movilizó para dedicar tu vida a ello?

V.G. - Como el camino se hace al andar, estoy contenta por llevar un tipo de motor interno. Es este motor que aliviana el peso propio del andar. Intento poner amor en todas las cosas que hago.

LP - Pensando en el presente. ¿Con qué objetivo llevás adelante lo profesional actualmente?

V.G. - La profesión tiene que nutrir en todos sus sentidos. Por lo tanto busco el equilibrio entre las múltiples identidades que rebosan en mí. Como la identidad no solo es dinámica, sino dialéctica se sitúa en un juego de influencias con los otros.

LP - ¿Cuál sería el próximo paso en tu actividad artística para cumplir uno de tus deseos impostergables?

V.G. - Abrir los cuadernos, para que los relatos y poemas saliesen de ahí.

LP - Cuando se mencionan a Las Gründhammer ¿De qué estamos hablando?

V.G. - Las Gründhammers es un conjunto de proyectos realizados por mi hija Naia Marlen Gründhammer y Verena Gründhammer, su madre. La publicación de un libro acordeón llamado “Surcando mares y monstruos” fue el inicio de un camino lleno de ilusión por compartir y aprender juntas. La editorial in corpore hizo posible, que estos monstruos saliesen de la profundidad.

LP - Si tuvieras que destacar momentos sublimes de tu vida. ¿Cuáles elegirías?

V.G. - Llegué a España con mi hija en el vientre. Ella nació encima de un awayo, en el dormitorio de la casa. La puse sobre mi rodilla y como si el tiempo se hubiera detenido nos mirábamos una a la otra. Sus ojos claros me examinaron con profunda curiosidad. Me sorprendió la sabiduría que relucía en sus ojos. De pronto lloró y se convirtió en bebe.

LP - ¿Por qué elegiste España para vivir?

V.G. - Trasladé mi vida a España por cuestiones amorosas. Existe un refrán que dice: “El hogar está donde está el corazón” por lo tanto, me mudé.

LP - ¿Tus viajes llevan a tu niña junto con vos?

V.G. - Me encanta viajar y he tenido suerte por poder compartir varias aventuras junto a mi hija. Disfruto mucho de su compañía, de su mirada fresca y su mente abierta. Entiendo la maternidad como un viaje, un camino que mi hija y yo hemos emprendido juntas.

LP - ¿Qué es lo que más te importa del mundo actual?

V.G. - Hoy en día podemos considerar que la situación actual del mundo no es la mejor. El planeta y sus habitantes sufren problemas de todo tipo. Así que me parece importante que cualquier movimiento social, sea de los grupos feministas, ecologistas o ambientalistas, homosexuales, anti-racistas o étnico-culturales, tenga voz. El artista es una figura que puede contribuir a dar voz a estas minorías.

LP - ¿Quiénes fueron tus maestros a lo largo del tiempo?

V.G. - Siento veneración por la pintura del renacimiento italiano. En el mundo de cine admiro sobre todo las obras de Akira Kurosawa, Ingmar Bergman y Michael Haneke. Luego hay aquellos maestros que no se presenten como tal, entre ellos los niños. 

LP - ¿Una anécdota?

V.G. - Hay una imagen grabada en mi memoria que considero como otro momento importante de mi vida. Los crepúsculos matutinos en que se podía oler la nieve y sentir un agradable picor por el frío que frotaba mis pies descalzos, desde el pasillo, espiaba por el ojo de la cerradura. En el otro lado de la puerta veía a mi bisabuela sentada en un taburete. Sobre su camisón el cabello ondulado caía hasta la tarima, con un haz de leña y un viejo cuchillo partía la madera en lonchas. Nunca me atreví a entrar. Solo a través de aquella apertura conocí lo largo que era el cabello de esta madre, que al mundo siempre se mostraba con su peinado en trenza.

por Raúl Vigini

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