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La Palabra Sábado 2 de Marzo de 2019

En busca de… Rodolfo Richter, exmilitar y docente

Del paracaídas a la cátedra Nació en la ciudad de Córdoba en 1949. Egresó del Colegio Militar de la Nación. Fue herido en combate en la selva tucumana en democracia. Cursó la carrera de Ciencias Políticas, mientras trabajaba, desde su discapacidad motriz. Actualmente está retirado como militar y continúa su labor docente, a la vez que escribió un libro con quien hace cuatro décadas hubiera tratado como enemigo. De su historia profesional nos cuenta en esta charla con LA PALABRA.

archivo Rodolfo Richter
archivo Rodolfo Richter
archivo Rodolfo Richter Crédito: Tesis doctoral: La defensa en 2015 Foto 1 de 2
archivo Rodolfo Richter
archivo Rodolfo Richter Crédito: Con paracaídas: En la pista de lanzamiento en 1971 Foto 2 de 2
Raúl Vigini

Por Raúl Vigini

LP - ¿Cómo decidió su vocación profesional?

R.R. - Le voy a decir algo que es un chiste pero es cierto también. Entré al Ejército por mala conducta. La cuestión fue así. Estaba en el colegio primario y tenía mala conducta allí. Mis viejos -mi viejo socialista, mi madre católica salteña conservadora, nada que ver- pero los dos tenían un punto en común: la disciplina. Y que tenga una buena educación, entonces dijeron que tenía que ir a un colegio de curas o al Liceo Militar que eran los que garantizaban una buena disciplina. A mí me entusiasmó el Liceo Militar, por el campo de deportes, porque había escuchado relatos de la Segunda Guerra Mundial. De chico siempre me gustó la historia, y la historia militar aunque no la tenía en ese momento en la cabeza, pero sí los griegos, los persas. Mi viejo que había estado en la República Checa, cuando él tenía doce años, fue la Primera Guerra. Y el padre de él, como la República Checa estaba dominada por Austria, fue a la guerra. Y después cuando vino la Segunda Guerra él estaba acá y no pudo volver. Se anotó en un contingente que estaban formando los ingleses, que como siempre, los ingleses mandan al frente a los demás. Pero como se casó con mi madre, no fue. O sea que la historia de la Segunda Guerra estaba muy fresca. Entonces la vida militar no me desagradaba, aunque me costó adaptarme porque venía con mala conducta. Pero me iba adaptando. Y me gustaba la instrucción militar. A medida que pasaban los años me gustaba más, cuando en quinto año fueron las maniobras que eran en tercero, cuarto y quinto años, porque el Liceo era muy militar en aquella época, a los catorce años tiraba con un Máuser. Pasábamos a la reserva como subtenientes de reserva y teníamos conocimiento. En el último año me decidí y mis viejos se lo bancaron. Mi viejo socialista pero muy gringo lo aceptó y a lo sumo me dijo: “Tratá de ser bueno”. Y mi vieja que se lo veía venir porque había visto lo de Cuba y lo que pasaba en Argentina, no dijo nada y se puso a rezar. Rezó por mí hasta que se murió a los noventa y siete años. Y entré al Colegio Militar de la Nación totalmente convencido. Nunca dudé de ser miliar, ni del arma a seguir que era infantería, ni de que tenía que ser paracaidista y comando. Hice los cuatro años, y tuve la suerte de ir a Córdoba como destino, previo curso de paracaidismo. Y en el Regimiento 14 de Paracaidistas de Córdoba hice el curso de saltos comandados. Entendí lo que nosotros llamamos la guerra revolucionaria y lo digo en el libro que escribí que es la síntesis de mi tesis doctoral, los documentos del ETP dicen “la guerra civil ha comenzado en la Argentina. Estamos metidos en la guerra civil hasta el pescuezo”. Por supuesto que fue mucho menos que la española. En un país donde las instituciones no son muy sólidas, y las fuerzas de seguridad no eran muy buenas, conmovieron el país. Ninguna duda de eso. Cuando toman el Batallón de Comunicaciones 141 en febrero de 1973, que fue una operación impecable, lo toman porque ese batallón vivía otra realidad, como gran parte del Ejército. Un Ejército que estaba como sostén del poder político, y había una preparación militar pero no era la que tuvimos y nos mentalizaron en el Colegio Militar. Hubo una interna dentro del Ejército entre los tipos que querían seguir como vivieron siempre y los que consideraban que tenían que prepararse para la guerra. No soy militar para ir a bailar con el uniforme de gala al Círculo Militar. Ese fue el mensaje que dieron los líderes carapintadas, que proponían otro ejército, y nunca pretendieron hacer un golpe. Querían que se juzgue a quienes tenían que ser juzgados pero que no pasen el juzgamiento al resto porque el resto se manejaba con el Código de Justicia Militar que en uno de los artículos decía que cuando se cometiere un delito en el cumplimiento de una orden el responsable es quien dio la orden, y el subordinado lo es en la medida que se exceda en el cumplimiento de la orden. Eso lo teníamos totalmente en claro nosotros. Contra eso no podíamos ir porque nos hubieran tratado de cobardes. Porque no se lo hubiera considerado defensor de los derechos humanos sino cobarde. Y perder la carrera militar por cobarde es ser un muerto en vida. Una cosa es detener a una persona y otra es que después sea un desaparecido. Claro que en estas cosas es muy difícil establecer el límite, pero lo justo hubiera sido de entrada, los máximos responsables de cada lado, a prisión perpetua. Y hay que dar un corte, el resto no. De ambos lados fue similar. Soy un defensor de la obediencia debida y el punto final. No del oportunismo político que con un acuerdo dejan de cumplir los principios del derecho.

LP - ¿Cómo sigue su historia después de ser herido en combate?

R.R. - Fue el catorce de febrero de mil novecientos setenta y cinco, cuando se libró el primer combate en los montes tucumanos entre efectivos del Ejército Argentino y del ERP, “Ejército Revolucionario del Pueblo”. El hecho tuvo lugar en el contexto de la “Operación Independencia”, un conjunto de acciones militares y cívicas ordenadas por la entonces presidente de la Nación María Estela Martínez de Perón para “neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”, tal el texto del Decreto firmado el 5 de febrero del mismo año. Sigo en el Ejército porque me envía a Estados Unidos ya que no tenía en el país muchos elementos. Como era el único con una discapacidad grave me lleva una médica que era la jefa del Servicio de Rehabilitación del Hospital Militar que había hecho la residencia allá en el Instituto de Rehabilitación Médica que era uno de los mejores del mundo. Cuando terminó su residencia en Estados Unidos, el director, que había sido oficial médico en la Segunda Guerra, que rehabilitó a los heridos leves, después creó ese instituto. Y le dice a esta médica que le ofrece quedarse y ella quería traer su conocimiento a nuestro país. Tuve mucha suerte a pesar de la desgracia. Cuando vuelve conmigo de Estados Unidos le dice a los jefes: “el teniente Richter para completar su rehabilitación tiene que trabajar”, y los jefes que la escucharon eran con mentalidad abierta. Aceptaron la sugerencia y fui a computación en sus primeros tiempos, y pasé a comunicación social donde me preguntaron qué podía hacer con mi discapacidad. 

LP - ¿Qué es ser un comando en el Ejército?

R.R. - Hay que diferenciar lo que es fuerzas especiales propiamente dichas, del comando. El comando es alguien que realiza alguna operación especial en el contexto de un conflicto clásico, básicamente infiltrarse detrás de la línea del enemigo y provocarle daños. El típico comando que vimos en las películas de la Segunda Guerra. Las fuerzas especiales son operaciones especiales en cualquier contexto. El comando siempre va a operar de uniforme, el que pertenece a las fuerzas especiales no. Es otra cosa.

LP - Superado ese momento sigue en el Ejército.

R.R. - Sí. Comprometido con todos los conflictos pero desde el punto de vista de la comunicación social. Llegué hasta teniente coronel en mi carrera. Me sacan del Estado  Mayor y me mandan a la Escuela de Guerra, ya estaba Alfonsín, viene Menem, había muchos cambios en el Ejército, se empieza a imponer la mentalidad que quieren los políticos. Cuando vi que no era el Ejército que quería, y teniendo algunos problemas físicos, me pasaron a retiro. Aunque cuando me dejaron seguir trabajando violaron las reglas del Ejército porque con la discapacidad era inútil para todo servicio.

LP - ¿Qué lugar ocupó usted en el tema del diferendo del Beagle con Chile y en la guerra de Malvinas?

R.R. - Estuve escribiendo. Escribía en el Departamento de Comunicación Social. Con menos participación en lo del Beagle. Con lo de Malvinas escribí para un programa. Y después rescatando los episodios de valor que hubo que después se ocultaron por miserias políticas. Había que destrozar el gobierno militar y terminaron destrozando a las Fuerzas Armadas.

LP - ¿Se pueden evitar las guerras?

R.R. - Si tenemos un pequeño ejército, un pequeño ejército. Siempre aspiré a un pequeño ejército. Será porque fui paracaidista y fui comando. Creo en las minorías, en lo pequeño. Un pequeño ejército bien instruido, bien moderno, con armamento moderno y convencido de lo que hace no tenemos guerra. Nadie nos va a atacar.

LP - ¿Está agradecido de la vida o le recrimina algunas cuestiones?

R.R. - Cuando estuve en el Instituto de Rehabilitación tenía veintiséis años y vi muchos discapacitados. Mi lesión se debió a una perdigonada de escopeta itaka en el pulmón y la columna vertebral. La lesión medular era irreversible y no iba a volver a caminar, pero podría vivir sin tener que depender de alguien. Después me puse a pensar entre otras cosas sobre el sufrimiento de los seres humanos. Conclusión: no hay tipo sobre la tierra que no sufra. No hay tipo sobre la tierra que no sufra y que no goce. Y cuando empecé a analizar mi vida me dije: ¿sufriste? Sí sufrí. ¿Mucho? Sí. ¿Gozaste? ¿Gozaste estando en silla de ruedas? Sí, también gocé estando en silla de ruedas. No voy a andar con un sufriómetro a ver quién sufrió más, quién sufrió menos. Me parece una pavada…  

por Raúl Vigini

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