Por Raúl Vigini
LP - ¿Qué hace un actor con más de sesenta años de trayectoria, al día siguiente, cuando termina el ciclo de su obra actual?
M.J. - Este año cumplo sesenta y tres años de trayectoria y ochenta de edad el año que viene. He recorrido a lo largo de mi carrera, todos los autores, directores, que uno se puede llegar a imaginar, y hasta llegué a hacer revista con los grandes capocómicos. Tengo más de treinta películas filmadas. Soy un inquieto, cuando termino una obra ya estoy pensando qué puedo llegar a hacer. No me gusta quedarme quieto, no puedo. Es una manera de sentirme bien. Además, lo que más me gusta hacer es teatro, porque el teatro es sanador, me hace muy bien, me siento muy bien. Estos días vamos a las provincias, luego volvemos a Mar del Plata con la obra actual. Debutamos en enero de este año y fue tan grande el éxito, de recaudación y de todo, que nos pidieron que volvamos. Y estamos felices porque no estaba en nuestra mente. Nuestro director es muy joven y talentoso, Gastón Marioni, y hacía cuatro años que teníamos “Las heridas del viento”. Me conmovió mucho al leerla y me pareció que era uno de los personajes que yo tenía que hacer, habiendo transitado por muchos roles. Y la obra está como angelada porque hay algo maravilloso que siempre rescato que es el público. Y vamos a seguir todo el verano. El autor Juan Carlos Rubio ha sido muy generoso con nosotros, y además ha recibido un halago de nuestra parte porque ha comprobado que de su obra hicimos un éxito. Y es una obra que nos llena el corazón de alegría.
LP - Uno ve el trabajo del actor y se pregunta ¿cuánto tiempo le lleva aprender el libreto?
M.J. - Nosotros ensayamos tres meses. Se aprende estudiando. Yo acostumbro, antes de empezar a ensayar, a leer muchísimo la obra, y ahí algo va a quedar. Después una charla importante con el director en la cual uno puede intercambiar opiniones. Eso también fortalece el estudio. Los movimientos a mí me ayudan mucho. Y estudio. Primero analizo, me comprometo y pienso cómo debería ser el personaje que me toca hacer y hablo con el director. Eso me ayudó mucho porque conocía trabajos de Gastón Marioti y nunca pensaba que me podía dirigir. La primera vez que hablé con él le pedí que me exija como a un principiante. Eso fue muy importante.
LP - ¿Hay secretos o recursos para que la letra no se olvide?
M.J. - La letra fluye a medida que uno va ensayando. Me fijo mucho en los movimientos. Voy acá, me pasó allá. Entonces siempre viene lo que uno quiere establecer con el personaje. Asocio lugares con el texto. Tengo mucha memoria gracias a Dios, espero que me dure. No fue fácil aprender este personaje.
LP - ¿Y despegarse del personaje?
M.J. - Despegarse del personaje es una consecuencia que uno tiene que volver a la realidad. Porque una cosa es cuando yo me visto de personaje y otra cosa es cuando me voy sacando la ropa del personaje. A medida que me voy sacando la ropa voy despegándome un poco de ese nombre. El hábito hace al monje acá. Después el monje se desarma. Pero en la mente de uno queda flotando algo de esos personajes,
LP - Una anécdota que recuerde con final feliz.
M.J. - Como historias he vivido muchas, y he disfrutado de muchas, y hay en mi mente evocaciones, recuerdos. Aprendí mucho cuando hice durante catorce años un ciclo que fue inolvidable llamado Teatro como en el teatro donde hacíamos una obra por semana. Se ensayaba pero era teatro en vivo. Hacíamos una obra muy divertía con un elenco maravilloso que se llamó La dama del Maxim’s de Georges Feydeau, y encabezaban Osvaldo Miranda, Ernesto Bianco, Beatriz Bonet y el debut teatral de Claudia Lapacó. Mi personaje era el intendente del pueblo y tenía mucha relación con el personaje de Osvaldo Miranda. Cada vez que yo estaba en la casa de su personaje, entraba Beatriz Bonet, una comediante maravillosa. Claro, como su personaje cuando ella entraba era muy gracioso, ella cada día le agregaba un poco más y se iba más allá del personaje. Un día en plena función, y el público se rió pensando que era un parte de la obra, me dice Osvaldo: “Intendente, vamos a tener que llamar a un escribano para sacar a esta señora”. Como esa tuve muchas anécdotas. Eran obras que estaban varios años en cartel, así como los clásicos.
LP - Vida plena con el teatro entonces...
M.J. - Plena porque uno compartía: dos o tres meses de ensayo, un año o dos en aquella época, hasta cinco años con funciones en la calle Corrientes.
LP - Una reflexión sobre una vida dedicada a la actuación.
M.J. - Mi reflexión es que vivamos cada día mejor, que la unión hace la fuerza, que no nos dejemos llevar por caminos que no nos conviene transitar, que la gente vea teatro, que es una manera de ver y de escuchar distintas voces. No escuchemos nada más que las voces que nos transmiten con dolor, con angustia. La vida es bella y hay que saberla disfrutar y vivirla plenamente. A los jóvenes, les digo que vean teatro, que estudien. Nuestro país, que es maravilloso, para los que tuvimos la suerte de convivir con una época de oro, plena, maravillosa en esta Argentina siempre bella, potente, donde nunca faltó absolutamente nada. Luchemos para seguir adelante. Cuando llegó mi abuelo de Europa, el que me llevaba al teatro, ellos venían y decían que la Argentina era el granero del mundo. Pienso que si mi abuelo hoy revive, se preguntaría ¿quién se comió todos los granos? Vamos a elegir lo mejor, hay que exigir la unidad, la unión, que nadie nos disperse, ni nos disgregue, que seamos nosotros siempre nosotros, porque somos muchos más que nadie. Y que en algún momento todos los hombres del mundo nos diéramos la mano.
por Raúl Vigini [email protected]
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