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La Palabra Sábado 16 de Julio de 2016

En busca de… Fernando de Moraes, músico uruguayo

De cuplé y unipersonales Vivió entre la música de la casa paterna y los tablados del barrio donde las murgas presentaban sus propuestas. Una calle emblemática le dio la posibilidad de descubrir ese género que frecuentó, conoció y pudo integrar para su desarrollo profesional. Antes habían sido los desafíos grupales, y después su propia obra como proyecto de vida y de trabajo. El presente lo comparte entre sus recitales y los talleres sobre murga. En un grato encuentro nos permitió saber de su trayectoria.

Raúl Vigini

Por Raúl Vigini

LP - ¿Cómo fue tu infancia en cuanto a los sonidos que te llegaron los primeros años?

F.M. - Mi papá era bandoneonista o sea que me desperté durante toda mi infancia y hasta los veintiún años cuando me fui de casa todas las mañanas con el sonido del bandoneón. Pero todas las mañanas. Mi papá practicaba todas las mañanas, era como su rutina, se levantaba, preparaba el mate o desayunaba y tocaba. Entonces odié el bandoneón, odié el tango y después me enamoré del tango, me hice amigo del tango y ahora soy tanguero a morir. Pero de niño no me percataba mucho pero de adolescente cuando uno es rebelde y critica todo lo que viene de sus padres imaginate lo que era despertarme todas las mañanas con el bandoneón. Lo extraño mucho. Ese fue el comienzo, y empecé a tocar de muy niño porque en mi casa había ensayos con guitarristas, con violinistas, mi papá tenía orquesta, entonces me acostumbré a jugar con instrumentos musicales y a estar en ese ambiente del ensayo que es muy particular. Además con mucho trabajo y con mucha alegría al mismo tiempo, porque la música es alegría siempre. Así fue que empecé a tocar, casi sin darme cuenta.

LP - ¿Dónde naciste?

F.M. - En el barrio del Cordón, de Montevideo, Uruguay. En la calle Gaboto donde todavía vive mi mamá. Tengo mucha ascendencia con el Departamento de Rivera porque la familia mía es de ahí, en la frontera del norte, fuimos mucho allí.

LP - ¿Cómo aprendiste la música?

F.M . - Empecé a tocar con mi padre que no era guitarrista pero me pasaba algunas notas. Y estaba en primero de escuela y empecé a estudiar con una maestra, Mabel Lopé, que era la clásica profesora de barrio, pero muy buena, con solfeo. Me recibí de profesor muy jovencito estando en sexto de escuela, era guitarra y solfeo, en esa época no se concebía la música si no era con el solfeo, lo que agradezco totalmente. Después empecé a tomar cursos con músicos referentes, con Jorge Lazaroff que vivía cerca de casa, pertenecía a la murga Falta y Resto con el cual hicimos estudios de armonía y composición. Y después lo autodidacta que se puede ser cuando uno estudia.

LP - ¿Cuánto anduviste solo con la guitarra hasta que aparece la murga?

F.M. - Empecé con una banda de rock cuando estaba en el liceo, que se llamaba Atila, con base de dos guitarras, bajo y batería, fanático de Los Beatles, me vanagloriaba en esa época de saber todas las canciones de ellos, tocar y cantar. Nos pasábamos información, hacíamos un juego sobre Los Beatles y nos divertíamos mucho. Después antes de terminar la dictadura formé el dúo Imagen con un vecino y hacíamos canciones de Canto popular y ahí fue cuando empezamos a tocar en lugares donde se hacía música y que tenía que ver con un canto en contra de la dictadura en plena dictadura. Eramos muy inconscientes, de hecho mis padres no sabían que yo tocaba en esos lugares emblemáticos como el Templo del sol, y el Rancho chileno. Se hacía música latinoamericana donde se cantaban canciones de Violeta Parra, Daniel Viglietti, Alfredo Zitarrosa. Ibamos a tocar chicos, éramos teloneros, esos fueron los primeros pasos y después sí ya me vinculé a la murga.

LP - Murga que ya venía de tu infancia y adolescencia pero solo como espectador…

F.M. - Solo como espectador, sí. Un dato que es muy curioso es que vivía en la calle Gaboto al 1680, y en el 1686 -dos casas más allá- estaba la sede Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos y Populares del Uruguay. Iban todos los directores de los conjuntos a las reuniones, y se juntaban en un bar de la esquina. Y los veíamos siempre. Ese fue mi comienzo del carnaval. Y a una cuadra de mi casa había un tablado -el del Club Cordón- y el tablado Piedra Alta a tres cuadras que se hacía en la calle, y otro a cuatro cuadras que era el Olimpyc Belgrano. Nos íbamos con la silla de uno al otro cuando queríamos volver a ver a un conjunto.

LP - Haciendo un balance de lo que viviste y pensando en lo que te queda por hacer. ¿Qué esperás en un futuro cercano?

F.M. - Lo que estoy haciendo ahora, que estoy gracias a Dios en un buen nivel, porque esto es como una escalera, etapas que te das cuenta que vas transitando, y a veces no por tus propios valores sino porque es la ley de la vida, los músicos más grandes van muriendo, otros se van retirando, otros dejan de crear, y estás en la fila. Y uno está sintiendo que cada vez más gente te va a ver. Y lo que hago es tocar en mejores condiciones, todo lo que pueda mejorar económicamente lo invierto en un mejor recital, porque me da más satisfacción a mí, porque la gente lo percibe mejor, y eso redunda en tu imagen como músico. Lo que estoy pensando es el lograr mayor difusión de la música y si es posible que sea fuera de Uruguay, si bien la música mía es muy uruguaya. Le decía a un amigo que cuando estoy por acá, cada vez que vengo aquí, noto que somos tan iguales, pero iguales de verdad, nos reímos de las mismas cosas, tomamos mate, comemos carne. Qué increíble, que no se llegó con aquella Patria que soñó Artigas. Y ni hablar de las localidades del interior de Uruguay que son exactamente iguales a estas donde viven ustedes, dejando de lado a los porteños que tienen otro ritmo. Veo que me va a escuchar gente que no me conoce, que le gusta la música uruguaya, que le gusta el candombe, y van a ver a un uruguayo. Y tener una continuidad, espero grabar el segundo disco con canciones más íntimas, no tan locales. Pero me gustaría ser aceptado por el pueblo, me parece que la música uruguaya ha perdido el cantor comprometido, no hay un cantor como Zitarrosa -es una luz en el camino- o Viglietti -otro faro- que tenían canciones de amor también, pero decían. Ahora puedo decir que hay colegas míos que están de pronto enfocándose en cuestiones que no son trascendentes para el ser humano, nos quedamos en el farol de la esquina, en la luna, en el carnaval, en febrero, en el murguero, en el tambor, en el repique, pero qué pasa. En Montevideo hay compatriotas que duermen en la calle, hay niños que tienen hambre, y hay personas que revuelven la basura, no lo vemos. Que son menos, sí, gracias a Dios, pero que están. Vivir en Montevideo es caro.

LP - ¿Qué te propusiste con el mensaje que das en tu obra?

F.M. - No sabría decirte. En principio contar historias, contar cuentos, de hecho hay varias canciones que son cuentos, algunos reales y otros ficticios. Hay un tema que en el disco marca el camino del segundo disco que es El preso, y habla del preso desde un punto de vista diferente al que se habla comúnmente. Esta canción habla desde el punto de vista del preso, sin hablar si está bien o mal preso, que al principio te van a ver veinte personas, después van diez personas, y después no va nadie, y el tipo sigue ahí. Y las cosas que le pasan por la cabeza al tipo que se arrepiente de haberse mandado una macana, es un tema un poco controversial. Y el preso es un ser humano, que tiene que pagar si tuvo un error, por supuesto. La gente, lo que no ve, cree que no existe, entonces no miro a los locos, no existen locos, no miro a los viejos, no existen los viejos. Y los locos están en situaciones lamentables, y los viejos están hacinados. Entontes decís, ¿dónde está el cantor popular que diga? Que te pueda contar a vos lo que no sepas, no lo que podés ver en la computadora. Y que el cantor de acá me cuente algo, ésa es una función de la música.

LP - Una anécdota.

F.M. - Sobre la historia de la Falta y Resto. En el ‘88 tenía un solo en la murga, salía de escena, el utilero me ponía un acordeón verdulera y entraba a tocar una canción. Y en la segunda vuelta del Teatro de Verano donde había cinco mil personas, hago mi solo, salgo, me pone el acordeón pero al revés y me quedan los bajos del otro lado. Fue un bochorno como toqué y una de las cosas más graciosas que me pasaron, porque cuando terminó la gente me felicitaba.

por Raúl Vigini

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