Por Raúl Vigini
LP - La infancia es una carta de presentación para muchos. ¿Cómo fue en tu caso?
M.M. - Me parece que diste en la tecla porque siempre que cuento sobre mi infancia llama la atención. Nací en San Telmo, y viví hasta los tres años en una casa de antigüedades porque mi papá es anticuario, entonces en el fondo teníamos la casa y de chica me la pasaba entre las piezas, en la cuna al lado de todas las antigüedades, los clientes, escuchándolo a mi papá hablando en otros idiomas, en inglés, en portugués, con esa actitud de vendedor, de envolver al cliente con su discurso.
LP - ¿Una casa ambientada en el anticuario también?
M.M. - Era una casa chorizo que adelante tenía las antigüedades y el local y al fondo era la casa que ahí estaba pero no ambientada con antigüedades. Hace mucho que no paso pero hace algunos años tuvimos que vender el local. Después, a los tres años y medio, nos mudamos al campo, mi mamá quería estar en contacto con la naturaleza, ya tenía un hermanito, y quería que nosotros nos criáramos en un entorno más natural, con más libertad y aire fresco, y ahí mi mamá empezó a construir una granja educativa, entonces había animales, se aprendía a hacer pan, a ordeñar la vaca, y además mi mamá tenía mucha pila y era súper creativa, armaba talleres especiales de ciencias para chicos. De repente venían los colegios durante todo un día a hacer experiencia con el calor por ejemplo. Eso fue hasta mis once años. Mi primer trabajo fue escribir para un periódico, el suplemento infantil del diario local. Mi mamá había armado una brigada verde en una colonia de vacaciones y hacíamos trabajos de reforestación, arreglábamos la plaza del lugar. Que se llama El Pato, en el límite entre Berazategui, Florencio Varela y La Plata en la ruta dos. El diario salía en papel reciclado. En mi casa me sigue interesando la ecología, hago compost, hago pan con masa madre, tengo mi huerta en un balcón. Soy la loca del barrio que va con las macetas llenas de compost y se lo pongo a los árboles de la cuadra. Y mi mamá a cada uno de los chicos nos pagaba por las notas de lo que sacábamos de los avisos. Volvimos a la ciudad de Buenos Aires, y anduvimos por diferentes barrios.
LP - ¿A partir de ahí viene lo que tiene que ver con las letras?
M.M. - Y las letras fue algo medio raro, porque en mi casa nunca se leyó mucho. De chica siempre me gustó el libro como objeto, antes de aprender a leer. Me gustaba tener los libros, abrirlos, tocarlos, me sabía un montón de cuentos de memoria, entonces lo que hacía era tener el libro y hacía que leía. Mi mamá se dio cuenta de que iba por ese lado porque agarraba el “Martín Fierro”, “Cien años de soledad”, “Doña Flor y sus dos maridos”, y me acuerdo porque eran gordos, y leía a los siete años pero no entendía nada. Y me empezaron a comprar libros para chicos y empecé: Julio Verne, Graciela Montes, Elsa Bornemann. Siempre fui muy buena alumna, siempre muy ansiosa, quería tener más tarea, algo para hacer.
LP - Y el secundario lo hiciste leyendo mucho entonces…
M.M. - Le pregunté a mi papá cuál era el mejor colegio y me dijo el Nacional Buenos Aires. Pregunté qué había que hacer para ingresar. Había que rendir para entrar. Ahí estudié en serio. La parte intelectual la disfruté mucho, no tanto la parte humana porque realmente es un colegio donde te tratan como adulto. Sos un número, te consideran parte de la UBA, y que vas a ser parte de la dirigencia del país. Hay pupitres atornillados al piso, el escritorio del profesor está sobre una tarima, los pizarrones son los dobles que se suben y bajan. Es bastante especial. Volví a dar clases de suplente al Nacional y a la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini. Según un amigo docente es como ir a cazar al zoológico. Ahí los alumnos desean estudiar. Como docente es mucho desafío, tener que estar muy atento. Como tenía muy buenos profesores me interesaban varias cosas para estudiar: biología, antropología. Y me di cuenta que el plan en mi cabeza era viajar por todo el mundo, conocer las culturas, la forma de pensar de la gente, y así voy a poder escribir mejor. Mi plan último era escribir, y me dije ¿por qué no ir a escribir directamente? Y evitar toda esa vuelta. Tuve una profesora excelente en quinto año y elegí eso.
LP - ¿Conforme con la carrera?
M.M. - Ahora estoy amigada, estoy conforme. Pero durante mucho tiempo no. Hay una frase famosa de un profesor muy conocido de primer año que da Análisis literario. El le dice a los alumnos en clase: “A ver levante la mano quien quiere ser escritor”. Todos los giles levantan la mano. Y les responde: “Bueno, ahí está la puerta, ya pueden irse porque acá no formamos escritores”. Es una carrera para formar lectores profesionales. Desarrollás la mirada crítica, entendés cómo están armados los textos por dentro, pero no practicás la escritura. Incluso la escritura académica la vas aprendiendo a los ponchazos. Lo que critico mucho del sistema en general, es que no hay posibilidad de reescritura. Vos tenés una única oportunidad. Y es ésa. Tenés la nota. Pero no tenés la posibilidad de trabajar con lo que te dieron. Y la escritura es reescribir. No hay forma que te salga un texto de una salvo de alguna vez cada tantas. Y si salió de una seguramente se viene amasando desde hace mucho tiempo, no es mágico.
LP - ¿Cómo resolviste el tema de la escritura?
M.M. - Lo busqué fuera de la carrera en un taller literario que empecé al mismo tiempo que iba a la facultad con Karina Macció que fue también mi maestra en lo que es coordinación de talleres porque empecé a coordinar talleres en su espacio “Siempre de Viaje” que también es su editorial. Ahí aprendí haciendo. Yo tenía muchas ganas, siempre le proponía cosas y armamos talleres para chicos, de literatura y música, o de puesta en escena de los poemas porque pasa con los poetas que leen muy para adentro, o leen con un cantito, y no podés prestar atención como público. Y como yo había estudiado teatro tenía muchas herramientas porque lo había trabajado conmigo misma. Así un montón de talleres y cosas que se me ocurrían. Durante la carrera seguí haciendo talleres y era lo que me permitía tener la cabeza expresiva y también mantener la lectura por placer. Y por tener otro espacio por suerte, seguía conectada con lo que leo por placer y podía asumir las crisis de la carrera. En la facultad hay un deber ser de los mil libros que tenés que leer antes de morir. Tenés que haberte leído todos los clásicos pero además estar al tanto de las últimas novedades que salieron.
LP - Incursionaste en la danza y el canto…
M.M. - El tema de la danza, igual que el canto, estuvieron en mi vida de chiquita, intuitivamente, y después fui probando con mis maestras y maestros. Y es para mí una búsqueda interna, más personal, que me ayuda muchísimo en la escritura, y si veo que alguna técnica sirve para los talleres, la uso como en todas las demás cosas que hago y trato de que todo lo que me sirve a mí, sirva para mis alumnos. No puedo decir que soy ni bailarina, ni cantante, no es hacia el público, es más una ayuda para conectarme con mi creatividad sin una búsqueda de un producto como para mostrar, digamos.
LP - ¿Tuviste renuncias para lograr lo que fuiste haciendo?
M.M. - Tentaciones te diría. A veces no me dura nada, pero está mucho la tentación puesta desde lo familiar. Mi familia es muy independiente pero a veces aparece esa voz que sugiere una actividad más segura en algunos aspectos.
LP - ¿Conforme con los logros hasta hoy?
M.M. - Sí. Estoy contenta y en este año con ganas de darle más y crecer.
por Raúl Vigini
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