Por Raúl Vigini
LP - Un guitarrista promotor de una jazz band en Santa Fe. ¿Cómo se gestó?
C.H. - Te conté que ya tocaba bossa nova y admiraba a Oscar Alemán. Me había propuesto tomar clases con él, pero nunca llegué a concretarlo. En esos tiempos, fines de los setenta, a la salida del cine club me encontré con un amigo que ya no está, el “Pata” Pereyra. El me contó que un grupo de amigos se estaba juntando a escuchar e intentar tocar jazz y me invitó. Era mi oportunidad y me mandé sin dudarlo. Allí me encontré con gente como Ricardo Llusá, el “Turco” Deb, Roberto Maurer y Armando Grazzini, que eran los que ya venían tocando, y algunos más jóvenes como Pedro Casis. Ese fue el germen. Tiempo después comenzamos a crecer en número y conseguir arreglos y se fue perfilando lo que terminó siendo “Santa Fe Jazz Ensamble”. De esos momentos fundacionales solo Pedro -el director- y yo seguimos frente al atril desde hace cuarenta años. Uno de los primeros momentos, de los más lindos que recuerdo, fue haber tocado en la inauguración de la plazoleta “Centenario” de Rafaela, porque tuve la oportunidad de conocer al admiradísimo Remo Pignoni.
LP - Nacer con el jazz, llegar al tango, quedarse en el folklore. ¿Cómo se fueron dando esas etapas?
C.H. - Pienso que todo está relacionado, de alguna manera. En principio creo que en mi caso, el jazz ha sido y es un vehículo para entender muchas cosas, en gran medida desde lo armónico, pero fundamentalmente para lograr libertad a la hora de hacer música, por el ejercicio de la improvisación. Ese lenguaje queda en el inconsciente y se manifiesta en todo lo que uno toca. Trato de tocar cada música respetando su estilo, pero sé que mucho de lo que toco viene de mi formación jazzística. Siempre trabajé con cantantes. El canto me produce una sensación increíble, pero desafortunadamente no tengo ese don. Haciendo música de Brasil y jazz tuve colegas que cantan maravillosamente y disfruté mucho. Pero comencé a sentir la necesidad de hacer música en el idioma propio, y así me relacioné, primero con el tango, y actualmente con el folklore argentino. Voy a nombrarte dos referentes importantísimas: Marianne, a quien yo escuchaba cantar desde la adolescencia, y con quien años después trabajé, y mi compañera Nilda Godoy, una cantante exquisita que sabe convertir en emoción cada palabra que dice. Con ella tuve la oportunidad de tocar folklore y abrir la ventana a un mundo extraordinario, donde cada vez me siento más yo.
LP - Los maestros que permitieron su formación profesional más afianzada.
C.H. - Te nombré a Poroto Mehaudy, que me mostró el camino, me dio su amistad y su guitarra para subirme al escenario cuando lo iba a escuchar -y tenía que esconderme de la policía porque era menor de edad-. También a Rodolfo Alchourrón. Pero, como autodidacta, tuve muchos maestros. Te voy a decir uno, que fue mi maestro sin saberlo: Joe Pass, de cuyos discos aprendí tantas cosas, y a quien tuve el placer de conocer y tocar con él muchos años después. También a Baden Powell, y a Roberto Grela, y a Atahualpa Yupanqui y Eduardo Falú, que sé yo, tantos…Todos fueron mis maestros, pero nunca lo supieron.
LP - ¿Cómo valora el oficio de arreglador del que casi nadie se acuerda cuando escuchan?
C.H. - ¡Qué pregunta! Es una profesión escondida, como la de muchos otros. Te cuento algo: buscando material con Nilda nos dimos cuenta que al principio los discos larga duración no tenían ninguna información de los músicos que participaron. Entonces si querés saber quién fue el guitarrista que acompañó a Mercedes Sosa en tal grabación, tenés que pensar quién tocaba en esos años con ella, y ver si el estilo concuerda. No hay datos de los músicos, menos que menos del arreglador. Y no era por falta de espacio, porque en la tapa de un vinilo sobra. Después por suerte esta omisión se corrigió y hoy las grabaciones traen mucha más información. Actualmente, con la inminente desaparición del disco compacto y su reemplazo por las plataformas digitales volveremos a ignorarlo. El arreglador es un artista que ayuda a que la música tenga una identidad. Hace que la canción y el artista se encuentren, y logra un nuevo color. En mi caso, soy arreglador por necesidad, algo que muchos músicos aprendemos a hacer para poder ordenar nuestras propias ideas.
LP - ¿Qué es el ensamble de clarinetes del que participó?
C.H. - Nilda y yo llevamos realizadas tres giras por Holanda, Francia y España. En una de esas ocasiones un Ensamble de clarinetes de Tilburg, en Holanda, tocó arreglos míos de música argentina y también nos acompañó en uno de nuestros conciertos. Pero más allá de la anécdota, afortunadamente muchas formaciones han tenido la deferencia de interpretar mis trabajos. Escribí arreglos para la big band, para coros, orquestas, grupos de cámara, etcétera. En los tiempos que trabajé en Rafaela, escribí arreglos para la orquesta de la escuela. En Boulogne sur Mer, Francia, una de las dos veces que tocamos con Nilda en la casa del Libertador San Martín, tocamos arreglos míos con un cuarteto de cuerdas de allí. Los arreglos de los discos que hicimos últimamente son todos míos.
LP - ¿Cuál es el repertorio que más disfruta y elige?
C.H. - Me gusta todo lo que hago, pero en este momento de mi vida el eje pasa por la música popular argentina. Me considero un lector apasionado, y nuestra música tiene una fuente literaria inmensa. Y además una cantidad de compositores excepcionales. Por eso, y por el aprendizaje que implica, elijo la música argentina. Pero sigo disfrutando con el jazz y la música clásica, como siempre. Estos últimos años me concentré solamente en tocar con la Jazz Ensamble y en el trabajo que hacemos con Nilda.
LP - ¿Qué significa en su trayectoria haber logrado el dúo con Nilda Godoy?
C.H. - Creo que esta pregunta ya la fui contestando en otras anteriores, pero te diré que el dúo con Nilda es uno de los puntos más importantes en mi vida. Por la oportunidad de expresarnos emocionalmente, por el aprendizaje, por la continuidad y la dedicación, por la honestidad con que los dos intentamos acercarnos a la música. Desde lo estrictamente profesional, tres discos, tres giras europeas, giras por toda la provincia y el país, más una tarea de difusión cultural afianzada en la docencia, no son poca cosa. Gracias a nuestros amigos Martín Fernández y María Sol Rodríguez que llevan adelante la tarea de prensa, nuestro último disco está en los medios de todo el país, y así vamos construyendo una imagen positiva.
LP - Una anécdota de las tantas que debe tener en su memoria.
C.H. - Una muy linda: la segunda vez que Nilda y yo fuimos a tocar a Boulogne Sur Mer visitamos la catedral de Notre Dame de esa ciudad. Allí hay una inmensa cripta que tiene mucha historia, y entre otras cosas, estuvo el cuerpo del General San Martín los primeros once años antes de su traslado a Brunoy. Funciona como un museo y allí fuimos. Cuando estábamos pagando el ingreso nos ofrecieron un descuento por dos días. Les dijimos que no, porque al otro día íbamos a dar nuestro concierto en la casa, y nos dimos a conocer como músicos argentinos. Entonces nos devolvieron nuestro dinero, y nos dijeron que para nosotros ese debía ser un lugar especial y que era necesario que estuviéramos allí. Ese pequeño reconocimiento nos infló el pecho de orgullo y emoción.
LP - Algo más que desee agregar.
C.H. - Sí. En los tiempos extraños que vivimos vamos aprendiendo muchas cosas nuevas. Vamos prestando atención a lo cotidiano y lo miramos tal vez de otra forma. Para el observador no ha de escapar que hay dos elementos -hay otros, claro- que nos contienen positivamente. Hablo del humor y del arte. En la vida diaria empieza a ser fundamental la presencia del escritor, del músico, del artista plástico, de todos. Pero, de los que viven a la vuelta de casa, los que compran el repollo y las zanahorias al lado nuestro. Aquellos que muchas veces no vemos, pero que hoy nos abrazan con su trabajo y nos hacen un poco más felices. Ojalá sea un nuevo tiempo para todos. Apoyemos al artista del barrio, como al verdulero del barrio, y hagamos juntos un barrio más lindo.
por Raúl Vigini
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