Por Raúl Vigini
por Eliana Liuni - música (Buenos Aires)
Arranco a los dieciséis, grande. A los siete me llevan por primera vez a clases de guitarra. Lloraba porque no me quería quedar. Al día de hoy las cuerdas las veo de lejos, no me da placer físico. Soy muy física también a la hora de tocar. Y recuerdo que no tengo demasiado claro por qué, pero a mis doce empecé a decir que quería tocar el saxo. A los catorce empecé a insistir, tuve una muy buena docente en el secundario que fue la antítesis de la del primario, entonces a muchos nos despertó nuestra faceta artística. Fue muy importante eso. Y arranqué con la insistencia de quiero un saxo. No fue fácil en la familia porque era un piano, violín o guitarra y ninguna de esas cosas quería. Hasta que los pude convencer y fue saxo. Hace veinte años cuando arranqué en el Conservatorio Nacional “López Buchardo” era la única mujer, y la única con actitud hasta por encima de los varones. Llegaba el día de las audiciones y todos se escondían, pero yo preguntaba dónde hay que tocar. Fui ahí hasta que me di cuenta que necesitaba el tiempo, la enseñanza muy retrógrada, muy lejos de contemplar la esencia, es muy básica para cumplir y es muy exigente para no. Tener quince minutos de instrumento por semana es deformativo, te hacen odiar. Y tuve siempre los mejores docentes particulares en paralelo, entonces era una usina. Fue saxo, clarinete, fue bastante autodidacta igual que la flauta dulce y que la armónica. Mi enseñanza troncal es con el saxo, con lo demás es intuitivo. Con la aparición del trabajo con el cine mudo, todo el paralelo.
Desde qué lugar avancé con los instrumentos
Siempre fue ecléctico. A mis diecinueve aparece el teatro. En un teatro interesante fue mi primera obra como instrumentista y como directora de diseño y de composición en ese lugar, y mi primera salida de lo que es el mercado. De los dieciséis a los diecinueve estuve tocando ocho horas por día todos los días, de rigor. Y ahí ya estaba delante de cuatrocientas personas. Trabajé en el Centro Cultural Rojas con Clowns no perecederos con Cristina Martí, que fue un grupo de mucho movimiento que venía del Parakultural, de Batato Barea, de Juan Carlos Gené. Siempre tuve suerte, fui atravesada por gente que me mejoró, que me puso a riesgo porque es gente con mucha historia que te exige para llegar a ciertos niveles. Después hay un montón de otros factores. Formé un cuarteto de saxos en el cual arreglaba y componía, formé parte de una big band, de la Orquesta de la ciudad de Buenos Aires. Tocaba jazz, pero tocaba tango y tocaba clásico pero a un buen nivel. Le dedico mi vida, horas, horas, horas, hasta que a mis veinte audiciono trece veces e hice Cabaret el musical y eso abrió como la cara súper comercial, tocaba primer clarinete en la orquesta de señoritas con mil quinientas personas todas las noches. Eso marcó un antes y un después porque me profesionalizó con el clarinete, un año y poco en cartel. Después trabajar con Alejandra Radano en teatro con Alfredo Arias que es una eminencia en teatro también. Me fui al Cervantes haciendo Mateo de Discépolo y ahora como directora con Mauricio Kartun. Tiene mucho peso el teatro pero la espacialidad. Hace diez años que investigo el cuerpo como instrumento, y tiene que ver con esa cuestión rigurosa de que el músico no tiene cuerpo. Soy una enamorada de una forma artística que la descubrí hace seis años con una coreógrafa alemana que mezcló todas las áreas en un espacio teatral y demuestra que la vida es posible dentro del arte y el arte dentro de la vida. Y habilita al espectador y lo hace parte, y lo necesita. Estoy siempre atenta al abrazo posterior al toque porque la gente hace todo un movimiento para llegar a un hecho artístico. Hay algo muy del artista de elevado que a mí nunca me representó. Creo que hay un montón de factores que se tienen que dar para que algo funcione y para que algo transforme que para mí es lo que es el arte. Trabajo con niños, soy docente en colegios, y en uno fue muy fuerte lo que empezó a pasar. Escribo sobre un sistema que se llama La arquitectura en la música. Que los niños entiendan todo lo que saben, y a partir de ahí busquen todo lo que no. No un sistema del revés. Hay algo en la docencia súper esquemática donde las instituciones terminan comiendo los contenidos porque no importa el contenido, importa que no se vea que la institución se raje. Hace tres años me compré un pasaje y me fui a París a buscar esto en lo que creo, que si uno toma el cuerpo como instrumento no necesita explicar ningún tipo de divisiones, ni en la vida ni en el arte. Y me encargué de armar una muy buena agenda donde nada es igual ni antes ni después: la compañía de Pina Bausch, el nieto de Chaplin que toman una formación distinta donde se prescinde de la palabra y se utiliza y se habilita mucho más el cuerpo. El movimiento es un sonido y la quietud no es solamente un silencio. Y el silencio de que uno no sabe todo. Uno llega a las certezas desde las mayores y profundas dudas. Cuando subís al escenario hacélo seriamente. Quiero un público exigente que me mire con amor pero que me exija. Hoy es la época del grosso, del genio, de que está todo bien, y creo que es algo muy argentino. Hay que cambiar disciplina y compromiso por otros conceptos que son formas sin contenido. Que lo que uno fracasó sirva para el que viene, y encontrarte en el lugar de las certezas para abrazarte. Lo más difícil.
Qué lugar ocupa la soledad
No me siento sola. Me levanto y me acuesto con mi vida. Hay un trabajo de compromiso y es el de desembrutecerse con uno. Cuando se apaga la luz es con vos, con tus certezas, con tus demonios, con tus angustias, con tus alegrías. Es el caso de los hoteles. En una habitación gigante, si tenés una ausencia de vacío interno o tuviste una mala función o lo que sea, eso se agiganta. Hay un concepto de lo que es la vida perfecta, de lo que debe ser la vida, la vida es lo que te mueva, mi vida es lo que me emociona. Hay un concepto muy argentino y todavía seguimos con la mesa tana. Cuando estoy acá lo disfruto pero también disfruto caminar en otro lado conmigo y poder levantar los ojos para ver lo que quiero. La vida también es eso. Eso implica un enorme compromiso con uno y se acabaría lo que es un negocio: la crítica externa. Uno va al psicólogo por lo que los demás ponen en uno y uno no puede estar a la altura, ya sea por incapacidad, por no querer, por no serlo. Nadie te dice nada que vos no sepas, lo que necesitás es encontrar un par que te diga que no estás solo. Si te va a doler levantate que estoy a tu lado. El abrazo. En algún punto la historia de la humanidad tiene los mismos fracasos y los mismos aciertos. Y los problemas de la humanidad son los mismos siempre con algún condimento de la época. Reunirnos como estamos ahora es casi inexistente, todo es virtual. Para mí ver que tomás un té de hierbas es una belleza. El ritual, la mística, el generar conciencia del construir, el generar belleza en las relaciones, el buen trato, si vos me entendés y entendés que tengo un mal día vas a entender un fracaso, una limitación, pero si también entendés de dónde vengo, cómo fui atravesada y demás, vos vas a cambiar, y algo tuyo me lo vas a dejar a mí y algo mío te lo vas a llevar vos. En una hora o en una hora y media, un espectáculo artístico te deja descansar de vos, que te atraviese. Y necesito que el otro me atraviese, por eso me comprometo con lo que hago y pido que el otro se comprometa también en su rol. Porque no aplaudo cualquier cosa en lo político, ni en la familia, ni en ningún detalle. Las relaciones no son ideales, son humanas.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Eliana Liuni
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