Mi mamá cantaba Las margaritas…Un viejo amor -la canción dice, “por unos ojazos negros igual que pena de amores, hace tiempo tuve anhelos, alegría y dolores”-, Estrellita -canción mexicana lírica- y las de Miguel de Molina, de España; y mi tía María Eugenia, Dos palomitas. Esas son mis primeras letras de memoria, también unas coplas chilenas “Río, río, devolveme el amor mío” que la grabé, Serenata del 900 -popular anónimo que Cuchi Leguizamón reformó- y Lloraré, Blanco y azul -zamba salteña popular-, Naranjitay pinta pintitay… mi éxito, jajaja. Tenía ocho años, y mi gran éxito era Pajarillo pecho amarillo, con falsetes, El preso número nueve y Cucurrucucú paloma. Y bueno, Dios me regaló un canario en la garganta y todos eran felices oyéndome. La casa Dávalos era el canto, la poesía, el arte inmanente, el patio, el púlpito de don Juan Carlos abierto para quien quisiera visitarlo, los tíos, jóvenes, bellos, llenos de esa chifladura sana, sus voces... maravilla brotando en vidalas, bagualas, coplas y zambas, las que eran de Jaime o Arturo o Martín Miguel, en coro, María Eugenia, mi tía, la única hermana mujer, cantaba como un pájaro, de ella aprendí muchas canciones finísimas, de su escuela alemana de canto en Buenos Aires y vidalas, yaravíes antiguos, anónimos y Rosita, mi madre, que cantaba bellísimo, cómo no cantar.
Cómo se dio la firme decisión de subir a un escenario como profesional
Los veranos daban pie a las noches encantadas, así que en una de esas fiestas de veraneantes en Campo Quijano, ahí, el Tata nos hizo cantar a Luz María y a mí en público. Tímidas pero muy respaldadas por el Tata ya que antes me elogiaban en lo del tío Arturo y su esposa, filósofa, la tía Sara. El tocaba la guitarra clásica, y me hacía ser su intérprete con paciencia amorosa, yo sabía que cantaba, nadie podía ni imaginar en que era actuar, era respirar entonando. Eduardo Falú, amigo de todos, venía y tocaba mientras era adorado por todos maravillados por su Recuerdos de la Alhambra. Imagínense ustedes, en el patio había un vinito, panes, queso… y Dios… enorme sobre todo ese enjambre de davalitos oyendo algún poema, en la voz del abuelo anciano y bienamado, magia, austeridad y el mundo allí, a mano.
Tomar conciencia de lo que significaba esa forma de vida a partir de ahí
Era la cuna, el útero, la crisálida de donde salió la mariposa, todo fue algo mágico, y uno destinada…sí, sabía de adónde era. Pero ni se me pasaba por la cabeza trabajar de cantar, mi Tata era un poeta que cantaba, y eso como trabajo. No tenía famosos ni estrellatos, solo el gran Falú, Los Chalcha, Los Fronterizos, pero no una mujercita. Un día, ya en Buenos Aires, quinto año, fin del colegio, vamos en frente del cole a Radio Splendid, creo, me hicieron actuar, y el portero de la radio me dice “¿sabés que sos parecida a Libertad Lamarque?”. Cuando la conocí y canté junto a ella, se lo conté, qué amorosa, se rió y me dijo: “sííí”, jajajaja, cantamos juntas Mi viejo amor a dúo. ¿Quién iba a decir que se daría ese encuentro para televisión en canal Once, creo, un show impresionante?
Vivir la experiencia como mujer en un ambiente artístico casi de hombres
Yo sabía estar entre hombres, con tanto tío y tanto primo, y además, heredaba oficio de mi Tata, todos tenían eso presente y también supe siempre, que una cosa es ser amiga, pero jamás me darían nada, los hombres son celosos, de nosotras, y más, por trabajo. Jorge, me conoció en cuarto año, fueron mis alumnitas y las monjas al casorio, en San Nicolás de Bari, calles Santa Fe y Talcahuano, y días después, con Mariano Mores y Juan Carlos Thorry, el Teatro Presidente Alvear, en calle Corrientes, y mi vida se abre en responsabilidad y compromiso total. Mimada, querida por todos los compañeros, del ballet, Violeta Rivas, Nito Mores, Claudia, Mayoral y Elsa María en baile, un lujo. Mi esposo Jorge me cuida. El Teatro Francisco Canaro ya derruido hace años me ve subir a escena con los Hermanos Abalos, mi Tata me presenta, dijo “se ganará el pan cantando como los pájaros”, de allí Cosquín 1965, revelación femenina. Suavecita, discreta, casi no me daba cuenta del respeto que ganaba, pero a mí, no a “la hija de”, claro, bueno al principio ese respaldo de mi papá, él siempre era un respaldar, seguro de calidad y nobleza artística.
Cuál fue el propósito llevando la canción popular a los pueblos de mi país
Era hija ‘e tigre flor, rigurosamente ubicada y femenina, sentí que la gente, las mujeres, me elegían, me recibían en sus casas, como antes se la abrieron al pata ‘e perro, el Jaime, que no dejó sitio sin ablande, abriendo los oídos, en pueblitos donde jamás habían visto y oído poeta alguno, serio como perro en bote, ese paisano, oía, miraba, Jaime iba calándoles el alma, despacito, hasta que los enamoraba y así aprendí el oficio, que ya estaba en la sangre antes.
Valores, defectos, virtudes, heredados de mi madre y de mi padre
Todas mis mujeres, se miraban en mí pero a mi mamá, le di horas de recompensas, a ella salgo irlandesa, pecas, y genio, de castañuela, era muy hermosa, ninguna hija la igualó. Ella pintaba, cantaba, y se sabía miles de canciones, líricas, clásicas, antiguas, también viví mucho con mi Mamama, la abuela Chela, esposa de don Juan Carlos. En mí, ellas fueron elegidas también, y pertenecer a una sociedad, como la conocida por tres generaciones, significó nobleza, para mi conducta, ética, y calidad para el amor y el respeto hacia la gente. Era mi herencia, la continuidad de esos destinos, pero mujer y vascaaa, irlandesa y coya… jajaja todo suma, soy la mayor de toda la generación, vengo de Asención Isasmendi, madre de mi abuelo que despiojó indiecitos y les enseñó religión. Soy una estirpe que no es de dinero, ni es de poder, no es de influencias, tiene que defenderse sola, solitaaa. O eres o no eres, lo que eres se llama enjundia, no se estudia ni adquiere, está dentro, en la médula del alma, claro, no creo que mis primas fueran así como yo, se dan muchas coincidencias para ser heredera, por mucho que te pese, es así. Jaime, mi Tata, está en mí, era ordenado, médico, dibujante, cocinero, hábil, doméstico, tierno, oso cariñoso, amiguero, y fiel con esos amigos, amador de la gente, pero yo le gané en el corazón fiel, a un hombre. Tuve siempre un esposo, y fui fiel. Jaime se enamoró mucho, y sufrió el ser enamoradizo y no supo mentir como muchos, o engañar. Le criticó la sociedad nuestra eso, pero él me decía “hija, como te respeto, como sé que no fallarás nunca, yo sé de qué madera eres, y siento que cuando floreces, me das un gran alivio”, y soy feliz, claro, fui su cumpa, para criar los hermanos en Buenos Aires, y él me dio su confianza, plena para manejar pobreza, dineritos, y orden del hogar mientras estudiábamos. Como madraza de mis hermanos un día, íbamos a Jujuy a cantar con Jorge Cafrune, me hacía broma, diciéndole, es más brava, no larga ni un besito siquiera, la vasca… jajaja, me toreaba, me hincaba, a ver si aflojaba, no podía creer que yo fuera así, de conducta, y eso valía mucho para él. Siempre, siempre nos dijo “no se casen porque están esperando hijo, el hombre no perdona jamás que le robes la libertad plena”.
Influencia tuvieron en mí los abuelos y los tíos
La casa Dávalos era austera como monasterio, nada era más que lo dignísimo, solo tenía muebles desde casamiento, y un cuarto biblioteca enorme, y vajilla finísima, de ese comienzo, nada más. No hay italianos, que comen sabroso, y la cocina es un ritual, ni asadores gauchos del sur, todo es monacal, salteño de estirpe y heredad, despojada de bienes y de males, diría acotando el Tatata Juan Carlos siempre socarrón, gracioso, maravilloso ser formidable, que se reía de toda vanidad humana. Llevo el nombre de una hijita suya, que muere de tres añitos. Los tíos me han mimado, cargado, alhajado, acarreado por todos lados, me han hecho poemas, por eso morir he muerto con cada uno de ellos un poco, y aun no paso un rato sin tenerlos en memoria. Pobre doña Chelita, su tesoro de esposa, pequeñita al lado de este altísimo y imponente ser, de la letras y de bolsillo escaso de profesor, que la acostumbró a criar hijos sin tener conque. De modo que como arroz, papas, acelgas y huevos, berenjenas y humitas, nada más que choclos o queso de cabra, arroz con leche y tostadas, mermelada y té. Eran la fiesta del estómago poético, me daba vergüenza ser hija de abuelos, tener tanto tío que desordenaba, y que vengan compañeros de escuela a ese caserón impresionante donde faltaba todooo, y el tío Ramiro, el pintor, alumno de Spilimbergo, pintó el baño enorme con las bañistas de Gauguin, escándalo de ojos para mis amiguitas, hasta que yo les pinté liso el pubis, para suavizar el look jajaja mi tío Hernán me llevaba al cine, mi tío Martín Miguel, me sacaba a pasear con sus novias, y se lucía con mi educación, en viaje en tren, me dijo que no dijera mis años, vino el guarda, yo feliz le respondí “cinco”, y era gratis hasta cuatro… jajaja. El tío Baica era mi padrino adorado. Solo el canto, poemas, letra manuscrita, libros, risas y pinturas de Ramiro, dibujos de Baica, y de Jaime y un sagrado sentido de lo místico sin ser chupacirios cosa que escandalizaba a cuanta señora los conocía, pero también los amaba todo salteño, allí era la primera mujercita Dávalos, alta, terrible callejera, llena de amistades populares barriales, y con cuenta fiado en el almacén, cuyo dueño, Marcial, era pues mi primer admirador, y yo le pagaba cuando cosechaba, es decir, premios o visita del Tata, o venta de vestiditos de muñecas que hacía con mi prima Virginia, para un negocio de niños.
Una anécdota
Estábamos en Roma, en la plaza de escalinatas donde hacen la fiesta de la moda, Via del Leone creo. Nos encontramos con Ramona Galarza y su esposo, la invité a mi recital, ella se lució. Le contamos que nos habían robado en la calle, el cuento del tío jajaja, pero cómo volver a encontrar al ladrón. Ahora era verano, toda la calle llena de mesas, gente, estaban mis músicos, caminaban más adelante con Jorge, en eso ya, más cerca nosotros, oigo a Jorge y lo veo con un señor, de sombrerito, agarrado del cuello: “¡latri, latroniii!” decía en tano argentino lunfa…”¡latroni, mi ha robado delante del mio figlio, latri, policía policía!”… y yo… “Jorge, es un viejito, nooo, no le pegues”… y el viejito, sacando del bolsillo… quattrocentomila lire… si cuatrocientas mil liras, tal cual lo que había robado en invierno, me conoció a mí, me vio y largó el dinero… milagroooo, milagroooo… Los músicos, Ramona, su esposo… con los ojos abiertos no lo podían creer… teníamos el dinero exactooo, en la mano… qué calidad de chorro, qué fineza, que profesionalismo, no??? Jorge siempre anduvo el barrio, por si lo encontraba y se decía “Dios me va a ayudar, por qué fui tan estúpido y confiado”, y yo “Porque el ladro, me había dicho… ‘Sigñora, ¿lei argentina?’ es decir, nos agarró de tontos, incautos” delante de Javierito que lloraba “Le robaron a mi papá”, en fin, Dios le dio ese guiño de recompensa porque nos tuvieron que prestar plata los amigos. La devolución fue a parar a camisas de seda para los tres músicos que se mataban de risa.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Julia Elena Dávalos
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