Por Raúl Vigini
“La adicción al juego” es el primero que escribimos con Mariela Coletti. La idea fue fundamentalmente poder transmitir algo de un saber hacer que fuimos aprendiendo y que seguimos aprendiendo. En nuestro país no hay mucha literatura sobre el tema del juego. Dos de ellos son nuestros. Transmitir que el jugador compulsivo es alguien que está enfermo, que tiene un problema con el juego, que no es un vicioso. Nos importa que la gente deje de pensar que el jugador es un mal tipo, que lo que hace lo hace porque es malo y no le importan los hijos. Que en otras épocas esto pasaba con el alcohólico, ese lugar condenatorio, porque todo lo que es excesivo, toda conducta excesiva, cae rápidamente en lugar pecaminoso, y entonces la condena moral, es tan fácil. El jugador compulsivo tiene problema con el juego, y claro que se vuelve indigno, no hay duda que se puede volver un tipo ruin, que empieza a hacer cosas que después, él o ella, no reconoce en sí mismo. Y cuando piensa en esto siente asco de sí mismo, no reconoce esa parte. Si no es un canalla -que los hay en todas las estructuras- después se siente sumamente culpable por las cosas que llegó a hacer por el juego. Pero pensar que si tiene un problema lo importante es que puede curarse, porque si es un vicioso no tiene que curarse de nada, es un mal tipo, punto, hay que barrerlo. Pero si es una persona que tiene un problema y está queriendo decir algo con eso, bueno, habrá que ponerse a trabajar, a pensar. Eso fue lo primero. Después cómo nos parece a nosotras que es un tratamiento más o menos eficaz, porque tampoco hay mucho diseñado en relación a los tratamientos con estas patologías. Nosotros somos psicoanalistas, ése es el marco teórico, pero no podés pensar en un jugador compulsivo como cualquier paciente que viene al consultorio a hablar de sus problemas. De hecho nos llegan muchos pacientes que han hecho años de psicoanálisis pero no le contaban al psicoanalista que eran jugadores. O peor, si le contaban, el psicoanalista no le daba la entidad de algo distinto, era como algo más, cuando resuelva el problema que tiene con el padre ya lo va a disolver, y esto no ocurre, porque requieren intervenciones distintas. Este tipo de afecciones donde está tan ligado el impulso, la necesidad de ocultar, de mentir, engañar, el actum en lugar de la reflexión, no lo podés pensar como un síntoma cualquiera, se juegan otras cuestiones. Vos con el paciente vas a pensar qué le pasa con el padre, pero en paralelo tenés que trabajar con la familia, quién va a administra la plata en un primer tiempo hasta que él pueda. La persona tiene que sentir que ahí tiene un espacio para poder hablar de eso, y si tuvo una recaída, bueno vamos a hablar qué te paso porque no se da en cualquier momento. Y es fundamental que puedan decir que recayeron. En otros tratamientos lo ocultan, entonces el diseño de abordaje es bastante propio porque en otros países el psicoanálisis no tiene el lugar que tiene acá, se labura más con otras teorías. Entonces en la adicción al juego nosotras intentamos transmitir algo de esto. Y en el segundo libro que es el “Tratado sobre el juego patológico” lo compilé con dos autores italianos. Es más técnico, apunta a profesionales en su discurso. Pero la idea de un libro es siempre poder tener llegada para que la gente entienda, divulgación de algo que está muy en boga, lo que en estos tiempos trate el tema del jugar, de cómo se juega ahora. La ludopatía se refiere a los juegos de azar, pero en estos últimos años, con el avance de las tecnologías los nuevos dispositivos para jugar, todos los aparatos, aparece esa cuestión de ¿y un chico que juega ocho horas todos los días en la computadora que no apuesta nada, no es un juego de azar, pero está ocho horas frente a la pantalla jugando y no duerme? ¿esto qué es? Porque estas son las nuevas formas de jugar y de vincularse además, a través de los dispositivos. Alguien nos preguntaba en una clase sobre la madre, de ochenta años, que todos los días jugaba entre ocho y diez horas en su computadora al solitario, si era una ludópata. Desde el criterio médico de la psiquiatría no podríamos pensarlo como ludopatía. Pero que esté todos los días ese tiempo algo está mostrando, desde el nombre del juego.
¿Hay una edad para esa entrega al juego?
No. Una vez que alguien puede entrar al casino o al bingo a partir de los dieciocho años ha aumentado el número de pibes jóvenes que juegan, ha aumentado el número de gente grande, las mujeres ya equipararon la cantidad de hombres. Esto que el consumo lleva, que tanto el hombre como la mujer puedan consumir exactamente lo mismo.
¿En el caso de otro tipo de actividades con juegos de azar?
En los últimos años lo que está en boga, el juego fundamental, es la máquina tragamonedas. Lo demás, la carrera de caballos es más exclusiva de los hombres, de cierta edad, tiene una dinámica distinta, la ruleta también -no la electrónica- sino la clásica es un juego más agresivo, más violento, más del hombre, como el póker. Pero después, la máquina es lo más rentable para los empresarios y tiene un efecto muy distinto a los otros juegos, porque entrás a una sala y ves a un jugador frente a la máquina y es una escena muy interesante, está hipnotizado. Hay un efecto de hipnosis que tiene la pantalla. La persona no va a jugar a cualquier máquina, elige, es esta máquina, con la que entabla un vínculo, le pone estampitas, le pone azúcar para endulzar la suerte, hay toda una serie de ceremonias, de rituales, le pide a la máquina, le promete, pone las fotos de familiares muertos, es como un altar pagano. El bingo es la nueva iglesia. Son como nuevas iglesias que se van instaurando. Hace poco contaba en un trabajo que presenté que un viernes a la noche tuve que caminar unas cuadras hasta llegar al lugar adonde iba y me llamó la atención que los tres lugares que estaban llenos de gente eran estas farmacias nuevas que tienen todo y no solo medicamentos, el otro era una iglesia evangélica y el otro era el bingo. Entonces jugaba un poco con esta idea de los dolores humanos, ancestrales. Pero cuál es la idea de solución en los tiempos actuales, desde lo medicamentoso, la promesa de solución a través de los medicamentos en los dolores físicos, lo espiritual con estas iglesias y estas religiones que también van ganando adeptos, con este lema de “pare de sufrir” ¿quién no va a querer para de sufrir?, y el bingo también en los dolores, porque al jugador algo lo lleva a entrar a ese circuito destructivo, hay un dolor, va a descargarse. Por eso el tema de la abstinencia, de que deje de jugar, no es lo único que se busca en un tratamiento. Cuando un jugador deja de jugar es muy importante porque empieza a pensar de otra manera, pero no es lo único, porque si esa persona no puede pensar qué lo lleva a jugar, cuáles son las causas, hace un esfuerzo para abstenerse, va contando los días, el segundo mes tuvo una discusión con la esposa o con el jefe ¿y a dónde se va? Porque hay algo que todavía no pudo entender y trabajar: de qué le pasa cuando se enoja, o cuando se angustia. Es muy importante trabajar las causas porque es ahí donde se logra una recuperación efectiva que es la abstinencia. Que la persona empiece a interesarse otra vez por lo que antes se interesaba y dejó de lado: lo social, sus vínculos, el laburo, la posibilidad de crear, el tiempo compartido con su gente. Todo eso va quedando corrido a un costado y su cabeza empieza a estar monopolizada por el juego. La abstinencia es un punto de llegada.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Débora Blanca
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