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La Palabra Sábado 2 de Diciembre de 2017

Algunas compañías familiares de Lucas

Invitados por LA PALABRA, integrantes del grupo familiar del médico sin fronteras rafaelino Lucas Molfino reflexionan sobre su decisión de sumarse a la institución mundial

archivo Familia Molfino
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archivo Familia Molfino Crédito: Afectos: Mamá Delfina, Lucas y papá Mario junto al vehículo de MSF Foto 1 de 3
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archivo Familia Molfino Crédito: En familia: Lucas, Eugenia su esposa médica y sus hijos Emilio, Ulises y Matilda, con el paisaje africano al fondo Foto 2 de 3
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archivo Familia Molfino Crédito: Ambito cotidiano: Lucas Molfino rodeado de su gente desde la contención Foto 3 de 3

Ser la mamá de Lucas fue y es un constante  aprendizaje. Una certeza de que los hijos son personas conscientes y libres que deciden y actúan más allá de nuestras enseñanzas, sugerencias y deseos. Primero debutar como madre, experimentando y superando toda la inexperiencia. Más tarde verlo crecer e ir eligiendo sus distintos caminos. Pasó por el arte en el Liceo Municipal, por la música con su violín, por los deportes con el fútbol y el tenis. Escribió y defendió sus ideas durante el secundario en el Colegio Nacional. Y un día nos comunicó su decisión de ser médico y de estudiar en Buenos Aires (en la UBA), no hubo consultas ni dudas…

Se recibió muy joven -a los 23 años- se especializó, hizo residencias dentro y fuera del país y con la misma naturalidad de siempre nos sorprendió con su ingreso a Médicos Sin Fronteras. Y entonces nos aportó “una nueva forma de ver el mundo”. Descubrimos Asia y Africa y nos enamoramos de este último continente.

Finalmente con Eugenia formaron un gran equipo, resignando muchas cosas y con metas claras y solidarias. Y llegaron Emilio, Ulises y este año la pequeña Matilda. Compartir allá con ellos es toda una experiencia, fuerte, movilizante y al mismo tiempo inolvidable!!!

Regresamos de celebrar su cumpleaños número 40 recorriendo tres mil doscientos kilómetros por Namibia, en dos camionetas con las carpas en el techo, desiertos, dunas, culturas distintas, animales por doquier y la felicidad de poder compartir con los nietos.

María Delfina Barreiro (mamá)

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En las determinaciones de vida, aquellas que definen la trayectoria y los objetivos de una persona, como la profesión, el trabajo, la familia, donde vivir y proyectarse, influyen en alguna medida la educación recibida, los valores que supo asimilar, pero más aún la personalidad, el propio caudal moral y espiritual y la vocación, que definen sus convicciones.

Lucas ingresó a MSF por propia decisión y ya dentro de la organización, viviendo y trabajando paliando catástrofes humanitarias como las epidemias de cólera, hambrunas  y las enfermedades endémicas de Africa como la malaria, el HIV y la Tuberculosis, encontró su lugar y la razón de ser de su vida. Lo hemos visto en un hospital de Camboya hacer su rutina de visitas a enfermos de HIV o escuchado hablar con entusiasmo sobre proyectos para montar un centro de salud en la selva de Mozambique, o sentir su impotencia sobre la situación de violencia armada en algunos de esos países que impedían llegar a los centros de salud para asistir a la gente o proveer insumos vitales para los enfermos en tratamiento.

Su elección de vida está forjada entre otras cosas, por renunciar, como él bien dice a “zonas de bienestar” para poder en la medida de sus posibilidades, ejercer su profesión en países asolados por el hambre, la miseria y la falta de condiciones mínimas para una vida digna. En esas renuncias, su mujer, que también es médica y sus hijos son la contención, el  sostén,  y la alegría. Creo que no podría estar allí sin su familia que lo comprende, lo alienta y comparte su vida en esos sitios recónditos.

Recuerdo siempre que en una oportunidad en uno de sus viajes a casa, les dijo a sus hermanos: “Ustedes no saben lo que se puede hacer con un dólar en Africa. Se define el traslado de una criatura que de otra manera no sobrevive la noche”. Y cosas así. El valor de lo trascendente por sobre lo superfluo en la vida es un valor incorporado que trata de transmitir con su ejemplo. Si bien es de hablar muy poco sobre su trabajo, me consta que lo rebelan las profundas desigualdades, la obscenidad del dinero banalizado en objetos materiales y por otro lado las condiciones severas de desnutrición, abandono o abuso en las que viven muchos pueblos, y de esa realidad se nutre y persevera aún más en su trabajo.                                                                           Mario Molfino (papá)

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Desde que recuerdo Lucas lleva un libro en su mano: el más voraz de los lectores que conozco hasta hoy. Nuestros supuestos, (o al menos míos) que seguiría la carrera de letras, periodismo, o algo por el estilo fueron derribados de un plumazo con la noticia que quería ser médico. Vivimos muchos años solos y juntos estudiando en Buenos Aires y vi la construcción de la persona que es hoy. 

Sus inquietudes sociales, su interés en los demás y su curiosidad por conocer el mundo fueron creciendo, pero su debilidad es sin dudas Africa. Pienso a veces que ahí es donde pertenece, vivió otra vida o algo ha forjado un vínculo indestructible entre Lucas y ese lado del mundo.

Uno sabe más o menos, (escuchó, leyó, vio imágenes) de la vida en Africa; la pobreza, el calor, las enfermedades; pero tener un hermano que eligió dedicar su vida, su tiempo, su sabiduría a ayudar a esas personas te arrasa la conciencia. Te recuerda cada día las profundas injusticias de este mundo, la miseria y maldad  humana pero no como ideas lejanas, sino recordándote como un cachetazo de qué lado estás, y claramente nuestro lugar no es el de los oprimidos ni los olvidados. No somos buenas personas por trabajar dignamente y querer lo mejor para nuestros seres queridos, no lo somos, le pese a quien le pese. Dormimos tranquilamente con más o menos problemas.

También pude conocer al visitarlo, otro lado de Africa, su hermosa gente, sus aromas, sus colores, sus paisajes y la inexplicable experiencia de estar rodeado de esos animales. Sin su decisión quizás nunca hubiese reparado en ese continente. Lucas sigue con un libro en la mano, siempre, y con varias cosas más sobre la espalda. 

Margarita Molfino (única hermana)

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Estoy en la proa del barco familiar, soy el más chico, el último, y en la popa, Lucas, mi hermano mayor. Yo daba mi primeros pasos, y el ya partía a estudiar medicina a Buenos Aires, digamos que hubo un desencuentro permanente, el disfrute ocasional de algún trozo de verano compartido o visitas efímeras a la capital.

El último año tuve la oportunidad de convivir con él y su maravillosa familia en Maputo, y de ahí embarcarme en un viaje revelador por el Africa oriental, una experiencia fundacional en mi vida. Y ahí lo comprendí todo: su trabajo, su vocación, sus principios. Que la elección de enfrentar la realidad de estos pueblos no fue casualidad, porque de estos lares no se vuelve siendo el mismo: las prioridades, convicciones y valores se reubican para siempre.

Desconozco las razones que lo llevaron, creo que casi ya con diez años de rodaje en el continente, a emprender este viaje de vida, unirse a Médicos Sin Fronteras, sus inquietudes, sus miedos y sobre todo, su rebeldía, que seguramente sigue impoluta como el primer día. Como toda persona, tendrá días buenos y malos, en lo que se pone en jaque todo, el cuestionarse el porqué del aquí y ahora, en contextos complejos, burocracias chivas, y con muchísimo en juego. 

Pero algo cala más hondo que todo esto, que lo excede: mi hermano comprendió con sus vivencias que no hay ninguna vida que valga más que otra, que la indiferencia hacia el otro se mata con esta clase de acciones concretas, urgentes, y con un compromiso imprescindible cuando la adversidad es el punto de partida. La recompensa es invaluable y por demás aleccionadora.                                             

Tipos como Lucas, entre la mediocridad exitista que nos rodea y el canibalismo económico de turno, son un faro a seguir para todos nosotros, de que otra realidad es posible, aquí y ahora.

Santiago Molfino (hermano menor)

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