Por REDACCION
Por Ignacio Morgado Bernal - El día de Reyes es mágico para los pequeños. Aunque la emoción es el principal mecanismo que tiene el cerebro para formar memorias indelebles, la inmensa mayoría de los adultos no recordamos las experiencias sentimentales de ese día, ni las igualmente impactantes que pudieron ocurrir en nuestra remota infancia y edad preescolar. Mi nieta recibió de regalo de Reyes un carrito con el que luego dio sus primeros pasos, pero no será ella, sino yo, el que recuerde ese día. De mi propio mejor regalo de Reyes, un triciclo, tengo noticia no porque lo recuerde, sino porque mi benefactor, el padre de mi mejor amigo, me lo explicó muchas veces creando en mi imaginación una falsa memoria de ese suceso. Las fotos y filmaciones también ayudan a formar ese tipo de memorias retroactivas inventadas.
La ciencia siempre se ha preguntado por qué no recordamos las experiencias de los primeros años de vida. En 1893, la psicóloga norteamericana Carolina Miles en un artículo en el American Journal of Psychology trató por primera vez de la incapacidad de las personas adultas para recordar hechos de su vida ocurridos antes de los tres o cuatro años, pero fue más tarde, en 1935, cuando Sigmund Freud se refirió a ese olvido como amnesia infantil, atribuyéndolo a una represión mental sobre eventos de naturaleza psicosexual traumática. Algo así como no querer recordar cosas malas que nos ocurrieron en esos primeros años.
El fenómeno es universal. Es decir, se da en la inmensa mayoría de las personas, e incluso en animales, aunque con diferencias individuales y de grupo en su retroactividad, que puede llegar hasta los cinco o seis años en las personas. Entre las explicaciones científicas más consistentes de la amnesia infantil están las que sugieren que las experiencias se olvidaron porque no fueron almacenadas con suficiente consistencia, al ser el cerebro de entonces inmaduro, o las que sugieren que la aumentada neurogénesis infantil, es decir, la promoción de nuevas neuronas en ese tiempo podría borrarlas.
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Una explicación diferente es la que postula que lo que falla no es tanto el almacenamiento mismo de las experiencias tempranas como el mecanismo de su acceso y evocación; es decir, la capacidad de recordarlas. En relación con esta hipótesis, un equipo de investigadores del Massachusetts Institute of Technology y la Universidad de Harvard logró poner de manifiesto que la amnesia infantil se da también en ratas adultas, lo que ha permitido una indagación en su origen biológico: como era de esperar, va más allá de las atrevidas hipótesis psicoanalíticas freudianas.
Para ello, los investigadores utilizaron un aprendizaje llamado de evitación inhibitoria en el que los animales inhiben su conducta instintiva, dejando de entrar en un compartimento oscuro en el que previamente han recibido una descarga eléctrica. De ese modo observaron que las ratas de solo 17 días de vida olvidaban rápidamente haber sufrido esa experiencia y volvían a entrar en el compartimento oscuro, como si hubieran olvidado que allí pasaba algo malo. Pero, sorprendentemente, los investigadores comprobaron también que esa memoria podía ser exitosamente recuperada por una simple descarga eléctrica posterior que, sin necesidad de repetir la experiencia original, actuaba como un recordatorio. De ese modo confirmaron la hipótesis de la incapacidad de recordar como explicación de la amnesia infantil.
Más aún, los investigadores descubrieron que las memorias infantiles se almacenan en el hipocampo dorsal de las ratas, pues cuando se impide farmacológicamente el funcionamiento de esa parte del cerebro ya no es posible recuperar con recordatorios las memorias adquiridas tempranamente. También, manipulando las moléculas químicas implicadas en el almacenamiento de la experiencia (como el factor neurotrófico BDNF o receptores del neurotransmisor glutamato), fueron capaces de clausurar la amnesia en las ratas de 17 días y hacer que su memoria para la experiencia traumática se expresara mucho tiempo después de haber tenido lugar, particularmente en los animales de 24 días de vida.
RECUPERAR LOS RECUERDOS INFANTILES
De todo ello podemos deducir, además del importante papel del hipocampo de los mamíferos en la formación de memorias infantiles tempranas, que esas memorias no están perdidas sino almacenadas como trazas latentes (y quizá también lábiles), que pueden ser posteriormente recuperadas. No resulta descabellado pensar, por tanto, que las memorias ocurridas antes de los tres o cinco años de vida, también las conservamos los humanos, aunque modificadas por experiencias posteriores de similar o complementaria naturaleza.
Algo diferente es la relativa importancia que pudieran tener esas memorias en la vida de los adultos. La memoria, en general, además de dar a nuestras vidas un sentido de continuidad, es instructiva en lo que se refiere a recordar no solo lo que nos interesa, sino también lo que es bueno y lo que es malo. Aunque nos sirvieran de algo de todo eso las memorias infantiles, la evolución biológica no parece haberlo tenido en cuenta, por lo menos en lo que se refiere a su recuerdo consciente. (El País)
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