Por REDACCION
En Siria el horror de una guerra que comenzó en 2011 se ha tornado en un infierno interminable. Sólo pensar que los niños que nacieron desde ese año hasta ahora no conocen un país normal. Bombardeos, enfrentamientos cuerpo a cuerpo, minas escondidas que funcionan como una trampa para la vida ha convertido en este árido país asiático en una fábrica de muertos.
Desde el inicio de los enfrentamientos alrededor de 500 mil personas perdieron la vida en tanto que otras cinco millones fueron desplazadas para escaparle a la muerte o al hambre, según las estadísticas de distintas organizaciones no gubernamentales que dan una mano en esos territorios hostiles.
De acuerdo a un informe de la BBC, años antes de que el conflicto estallara los sirios se quejaban por un profundo deterioro económico y social con un alto desempleo en el país, de extensa corrupción, falta de libertad política y de la represión del gobierno del presidente Bashar al Asad, quien había sucedido a su padre, Hafez, en el año 2000. En este contexto, en marzo de 2011, un grupo de adolescentes que habían pintando consignas revolucionarias en un muro escolar en la ciudad de Deraa fueron detenidos y torturados por las fuerzas de seguridad. Ante esta situación, la sociedad civil respondió con más protestas prodemocráticas, inspiradas por la Primavera Árabe, las manifestaciones populares que en ese momento se extendían en los países de la región y que clamaban más democracia y derechos para sus habitantes.
En Siria, las movilizaciones más importantes se registraron en Damasco, la capital, y en Alepo, el 15 de marzo de 2011, fecha en la que se sitúa el inicio del conflicto sirio. Desde el Gobierno la estrategia fue profundizar la represión, incluso abriendo fuego contra los manifestantes lo que dejó víctimas mortales y enfureció a la sociedad y a sectores de la oposición, que volvió a salir a la calle.
La espiral de violencia se instaló en 2012 en Damasco dando forma a una guerra civil con características sectarias que enfrentaba por un lado a la mayoría sunita del país, contra los chiitas alauitas, la rama musulmana a la que pertenece el presidente. En poco tiempo, se involucraron las potencias regionales e internacionales, lo cual aumentó la dimensión del conflicto.
El surgimiento y expansión del Estado Islámico elevó la complejidad de la guerra. Al igual que la incorporación de los kurdos del norte del país, que pelean por controlar su territorio y sacarse de encima la tiranía de Damasco, pero al mismo tiempo combaten en el límite con Turquía, donde son una minoría.
A la guerra le sigue la muerte, y a este paisaje desolador se suman el hambre y la pobreza extrema. La imposibilidad de proyectar una vida en familia es otro componente cruel de esta historia escrita con sangre que no permite ilusiones ni sueños ni esperanzas. Ni hablar de calidad de vida.
Las víctimas de la guerra soportan el gran peso de la misma. Pero después están aquellos que se ocupan de la ayuda humanitaria, como la Cruz Roja, los médicos, las enfermeras o incluso los fotógrafos y periodistas. Se destaca, en este plano, una columna de un editor en jefe de Fotografía de la Agencia France Press, Christian Chaise, quien planteó la perspectiva laboral de la guerra. Dijo que cada día, decenas de imágenes tomadas por corresponsales independientes que trabajan en Siria aterrizan en la mesa de edición de fotos de Nicosia, sede de la AFP para Medio Oriente y el Norte de Africa.
Cuenta Chaise que la agencia decidió frenar el envío de sus reporteros al territorio en conflicto porque eran objetivos yihadistas que los secuestraban y los mataban. Para garantizar tener información o imágenes de la región, resolvieron trabajar con "periodistas ciudadanos": jóvenes sirios que querían mostrar lo que estaba sucediendo en su país y, para hacerlo, publicaban sus fotos en las redes sociales.
Según el especialista, una consigna central era evitar cualquier manipulación y asegurar que las fotos provenientes de Siria cumplían con los estándares de AFP: además de su valor estético, debían relatar fielmente la situación sobre el terreno y el impacto del conflicto.
El recorrido de las fotos obtenidas en el terreno incluye una escala en el laboratorio donde los editores verifican y autentican cada foto y video que publica la agencia.
Y aquí está el punto: muchas imágenes muestran un tipo de violencia insoportable, especialmente las de niños, se lamenta Chaise. Los editores de foto y video tienen que examinarlas para determinar su valor noticioso y para decidir cuáles se pueden usar, lo que constituye una tarea ingrata que puede conmocionar incluso a la persona más estoica y además plantea el riesgo de problemas psicológicos. El estrés postraumático es un gran peligro en mesas de edición como la de la agencia France Press, por lo que el experto no duda en sostener que los editores son los héroes anónimos en este tipo de cobertura.
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