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Editorial Martes 30 de Noviembre de 2010

Presión impositiva

Un empleado en blanco, es decir con situación laboral regularizada, debe destinar la mitad de sus ingresos anuales para el fisco estatal. La presión impositiva es récord.

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En la Argentina de este tiempo, la presión impositiva alcanza un nivel récord, ya que nunca antes se había dado una situación tal, según la cual un asalariado en blanco, que paga todos sus impuestos, debe trabajar casi medio año -desde el 1 de enero al 17 de junio, con exactitud- para reunir lo que debe destinar al Estado de acuerdo con sus obligaciones tributarias.
De tal manera, con esta nueva perspectiva que se vive en nuestro país, ha logrado ubicarse en un nivel similar a los grandes países del mundo en materia impositiva, aun cuando aquí siguen existiendo serios problemas de instrumentación por el elevado índice de evasión existente, lo cual hace que unos deban pagar por otros que no lo hacen de acuerdo con las normas establecidas.
En la última década la AFIP alcanzó este nivel récord y la presión tributaria más alta de toda la historia, llegando a 31,5% del Producto Bruto Interno, es decir, de toda la riqueza que se produce a lo largo del año. Alcanza a 10 puntos más que lo que sucedía en 2001, razón por la cual se puede explicar entonces el elevadísimo techo que tienen hoy en día los gastos del sector público, al punto que medidos en términos del PBI, el gasto de hoy es un 50% superior al que existía en 2004, apenas media docena de años atrás, un fenómeno que no ocurre en ninguna parte del mundo.
Las explicaciones, en tal sentido, no son sencillas de encontrar, pues si bien hubo incrementos significativos en lo que se destina a gasto social y educativo, existen otros rubros complicados de justificar. Por lo tanto se ha llegado a un nivel de presión fiscal récord y gastos récord.
Buscando encontrar algunas respuestas a este fenómeno que viene dándose estos últimos años, se consigna por ejemplo que esta constante suba recaudatoria responde al alza de precios -con lo cual tenemos que uno de los pocos beneficiados, tal vez el único, con la inflación es el Estado-, además de la mayor cotización internacional de los productos que se exportan desde aquí, especialmente la soja y sus derivados.
Justamente, estos precios de las exportaciones argentinas, tienen hoy una cotización 45% superior al tiempo de la convertibilidad, lo cual combinado con la inflación provoca esta situación favorable para las arcas fiscales, que hoy en día puede considerarse casi como "socia" de las cuentas públicas. Pero claro, en esta clase de escenarios, cuando uno gana hay otro que pierde, siendo este último el sector más bajo del conjunto de la sociedad, es decir, el que cuenta con ingresos más bajos, pues no tiene forma de protegerse contra los efectos inflacionarios. Es que los impuestos indirectos, casi siempre terminan pagándolos con mayor sacrificio los que menos tienen.
De acuerdo con algunas explicaciones que brindan especialistas impositivos, en la actualidad y frente a este panorama que describimos, tenemos por un lado el caso de las empresas que no pueden ajustar sus costos por inflación, con lo cual terminan abonando mucho más por el impuesto a las ganancias, que deben además soportar el peso del impuesto al cheque inflando sus costos productivos.
Un caso aparte se produce en las provincias, ya que en las mismas se rehuye afrontar los costos políticos -más aún en cercanías electorales- por lo cual se dejan de lado los impuestos inmobiliario o patentes automotores, direccionándose hacia la suba de ingresos brutos, lo cual también termina por trasladarse a los precios, es decir, impactando siempre con más fuerza sobre los que menos tienen, ya que son ellos quienes deben destinar la mayor parte de sus ingresos para la compra de alimentos, que son quienes tienen una suba más constante. Es así que se genera una estructura regresiva, que termina por crear una dependencia cada vez mayor de la asistencia social que proporciona el Estado.
Uno de los enfoques que podría comenzar a modificar este panorama es una reforma impositiva que apunte a un mejor equilibrio del peso que significa un IVA del 21%, el cual es uno de los impuestos al consumo más elevados del mundo. Con lo cual puede advertirse que la mayoría de las imposiciones siempre terminan orientándose hacia las clases más desprotegidas, profundizando justamente una de las situaciones que se quiere corregir, al menos en las proclamas sobre una mejor distribución de la riqueza.

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